Biotecnologismo ilustrado y revolución francesa
Autor | José Mª Rodríguez Merino |
Páginas | 33-61 |
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La revolución científica del siglo XVII se desarrolló de un modo más aplicado y práctico en el siglo XVIII. Este siglo iluminó la realidad social cuando artesanos y científicos asociaron razón técnica y experimentación científica para resolver algunos problemas diarios del mayor número de ciudadanos. Ello propició el comienzo de una transformación profunda de la mentalidad en toda Europa; la causa residía en que la comunidad científica había crecido tanto que se permitía el lujo de bascular la mentalidad de gran parte de la sociedad hacia el progreso y la modernidad.
El motor de este progreso científico-técnico lo constituían las grandes instituciones, que se consolidaron y/o multiplicaron en el siglo XVIII por todo el continente. Como ejemplo están la Royal Society instituida en 1660, la Academia des Sciences fundada por Colbert en 1666, la Academia de Berlín inaugurada por Leibniz en 1700 y la Academia de San Petersburgo que reunió a numerosos científicos como Euler y los hermanos Bernoulli. La palanca que hizo mover este motor fue el cambio de mentalidad que se efectuó en el siglo de las luces por medio de la divulgación de los descubri mientos delPage 34 siglo XVII; es decir, el hallazgo científico ya no se quedaba en el laboratorio sino que salía a la luz pública en diarios como Le Journal des Savants (1665-1792) o revistas como Memoires de Trevoux (1701-1767), Philosophical Transactions (desde 1665) y Acta Eruditorum (desde1682).
Por tanto, la ciencia teórica del siglo XVII fue aplicada de modo más práctico en el siglo XVIII por la utilidad que reportaba a la sociedad. Entre los ejemplos más conocidos se encuentran la conversión del vapor en energía –máquina de T. Newcomen y J. Watt–, la invención del pararrayos por B. Franklin en 1747, los autómatas de J. de Vaucanson (1709-1782), la creación del torno de hilar por J. Hargreaves y la máquina de tejer por E. Cartwright, así como la invención del aerostato por los hermanos Mongolfier o la aplicación del gas al alumbrado de las calles. Tampoco se debe de olvidar que el cálculo de probabilidades fue aplicado para planificar las estadísticas de los seguros de vida y marítimos o a sondear el interés que tenían los ciudadanos por saber su opinión respecto a la inoculación.
En una palabra, el siglo XVIII viene marcado por una filosofía que además de ilustrar pone en movimiento esa ilustración, esto es, revoluciona y, como consecuencia, transforma. Esta filosofía de la transformación se puede observar de un modo general en todos los campos científico-técnicos y de una manera especial en el biotecnológico que es el que vamos a estudiar.
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Un paso previo para llegar al transformismo natural lo constituyó el saber que la fibra muscular se irrita. F. Glisson (1597-1677) fue el primero en explicar la contracción muscular al constatar que las fibras, ante un cierto estímulo, dan una respuesta; de este modo, fundamentaba la acción-reacción de la fibra muscular como una función propia de la materia viva organizada y se evitaba de una vez por todas la necesidad de invocar a los “espíritus animales” como los causantes del movimiento muscular. A. von Haller (1708-1777) volvió a revisar en el siglo XVIII la doctrina sobre la irritabilidad de Glisson, con el fin de reafirmar que la fuerza de la contracción es propia de la fibra y no viene de ninguna otra parte, a la vez que estableció que la “sensibilidad” es específica de los nervios y no de los músculos como se creía.
El hecho de saber que la fibra muscular era irritable marcó el inicio del progreso epistemológico en la biología-fisiología del siglo XVII que se extendió en el siglo XVIII a otras características propias de los organismos vivos; éstas son: la generación y regeneración-reproducción. Así, ciertos biólogos y/o naturalistas como R. A. Réaumur (1683-1757) y A. Trembley observaron cómo algunas partes de los animales, después de perderse, se volvían a regenerar; las partes del cangrejo o el pólipo de agua dulce son dos ejemplos de ello. Sin embargo, la polémica la sirvió L. Spallanzani (1729-1799) cuando decapitó un caracol y llegó a sostener que la cabeza de este molusco gasterópodo se regeneraba toda. Ante esta afirmación se dividieron los naturalistas/biólogos, porque la mayoría admitían una regeneración parcial en los animales pero no total. El propio Voltaire (1694-1778) llegó a intervenir en la controversia,Page 36 no sin antes haber decapitado varios caracoles en el jardín de su casa de Ferney; estos experimentos le llevaron a afrontar el problema de un modo escéptico en Singularites de la nature (1768).
El estudio de la naturaleza viva organizada no cesó durante todo el siglo XVIII y, prueba de ello, es que del progreso epistemológico de la biología emergió el transformismo natural. Entre los autores que primero comenzaron a vislumbrar esta doctrina está el famoso naturalista sueco C. Linneo (1707-1778) ya que, en 1742, no acertó a determinar la clase de planta que era la linaria y esto le llevó a conceder una cierta variabilidad en algunas clases de plantas. De este modo, no tuvo más remedio que admitir un transformismo reducido, es decir, que a lo largo del tiempo las plantas van cambiando. Esta clase de transformismo parcial también fue aceptado por Buffon (1707-1788), pero en los animales. El naturalista francés se basó en que éstos se han ido degenerando parcialmente debido a las presiones externas, tales como el clima, que hace cambiar la piel a algunos animales, o a las necesidades internas, como la clase de alimentación, que hace variar el color y pelaje de los mismos.
Del transformismo parcial se llegó hasta el transformismo total profesado por Maupertuis (1698-1759). El sabio matemático francés expuso en Essai sur la formation des corps organisés (1754) que la generación se lleva a cabo a través de las “moléculas seminales” que se derivan del hombre y de la mujer. Si tales moléculas se combinan de una forma irregular, desordenada y caótica, entonces, aparecerá el ser anormal como fruto de una “variación fortuita”, parecida a la “mutación” que propugnan los biólogos de hoy. Esta variación se produce a base de pequeños errores en el tiempo que ha dado lugar a la diversidad de las especies animales y que hoy podemos observar sobre la tierra.
Junto al concepto de “variación fortuita” creció la idea de que los animales están en constante “perfección”, porque mu-Page 37chos de ellos necesitan adaptarse a las nuevas exigencias para poder sobrevivir. Es clara la adaptación y perfección de los órganos que han tenido que llevar a cabo los animales anfibios para vivir indistintamente en el agua y fuera de ella. Esta idea del perfeccionamiento y adaptación gradual de los animales ya la expuso Erasmus Darwin (1731-1802) en su Zoonomías (1794). Doctrina que más tarde desarrollaría y perfeccionaría su nieto Charles R. Darwin (1809-1882) en el Origen de las especies (1859).
Es evidente que, para los biólogos naturalistas y médicos ilustrados, una idea iba quedando clara. Ésta era que la naturaleza animal se había ido transformando a lo largo del tiempo, debido a sus propias necesidades de creación o perfeccionamiento de órganos para poder sobrevivir.
Según esta doctrina del “transformismo natural” hay que considerar al siglo XVIII como un siglo eminentemente biológico, en el que se fraguaron, precisaron o desarrollaron conceptos como los de irritabilidad, generación, regeneración-reproducción, transformación y, en cierto modo, evolución. Todos estos conceptos fundamentaron el desarrollo epistemológico de la biología teórica ilustrada y, de este progreso, emergió la necesidad de las aplicaciones prácticas de la misma, esto es, de aplicar estos saberes teóricos, como las leyes de la física mecánica y las combinaciones químicas, a la resolución de problemas prácticos planteados en la biomedicina.
El mismo ejemplo de saber cómo la naturaleza animal se ha ido transformado a través del tiempo, es el que impulsó a los biomédicos y científicos ilustrados a realizar las transformaciones artificiales, idea que desde entonces ha ido cobrando una mayor fuerza por la utilidad que reporta a toda la humanidad.
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Si la idea del transformismo natural fue arraigando y desarrollándose a lo largo del siglo ilustrado, no lo fue menos la doctrina de la transformación artificial. Esta idea de transformación supuso la especial revolución de la ciencia ilustrada en el campo biotecnológico, es decir, se aplicaron las técnicas más avanzadas a la biología ilustrada en el campo de la medicina y de la farmacia con el fin de rendir a estas ciencias útiles a la sociedad. Es más, hasta el siglo XVIII el sabio y el biomédico se servían de la vida para aprender de ella pero, desde ahora, ellos tratarán de imitarla y, si cabe, fabricarla...
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