Bibliografía

AutorJosé Luis González-Berenguer Urrutia

Rosario del Caz, Pablo Gigosos y Manuel Saravia, La ciudad y los derechos humanos. Una modesta proposición sobre derechos humanos y práctica urbanística, Editorial Agora, Madrid, 2002, 133 págs.

1. Tres arquitectos, para mí desconocidos, buenos dominadores de la problemática del urbanismo y en posesión de una gran preparación humanista, abordan aquella problemática desde este punto de vista, y ello da como resultado un libro que no se parece en nada a los habituales en nuestro particular horizonte.

2. Para conocer el talante con que está escrito el libro, nada mejor que comenzar transcribiendo unas frases iniciales:

Hoy se vive un nuevo reparto del dolor. El mundo cambia y en tal proceso hay vencedores (pocos) y perdedores (muchos). Siempre los ha habido, pero en los últimos tiempos se multiplican los signos de una desigualdad creciente entre unos y otros; una desigualdad que se ha duplicado en los últimos treinta años, que dibuja un panorama inquietante, impredecible

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Media un abismo cada vez mayor entre quienes acaparan todos los privilegios y quienes poco a poco nada tienen. Y ese abismo amenaza con llevarse por delante lo conseguido hasta ahora. Los perdedores, desde luego, no se resignan. Están en su derecho: son millones los emigrantes que cruzan la Tierra entre enormes penalidades persiguiendo una vida; millones las personas, familias o pueblos enteros empobrecidos hasta la miseria, que sueñan, casi ya sin esperanza, con un futuro diferente

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Desde luego el panorama descrito afecta de lleno, interesa por de pronto, a la ciudad (la ciudad que preocupa al urbanismo). La ciudad es parte activa, protagonista imprescindible de ese nuevo reparto del dolor

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Ante la nueva emergencia del dolor, y la convicción de que la ciudad no es a ella indiferente, caben, como siempre, dos actitudes enfrentadas para renovar la práctica urbanística. Una de progreso, otra conservadora. La primera exige pensar ante todo en el presente, en la felicidad y bienestar de los que viven, que no admite espera. La conservadora, sin embargo, no entiende este urgencia. Retrasa un mejor reparto de la prosperidad hasta un momento (siempre diferido) de mayor riqueza. Rechaza la visión de conjunto, que denuncia los desequilibrios; y desprecia los matices que con frecuencia son el germen de unas relaciones más justas

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La práctica urbanística reciente parece haber optado por la línea reaccionaria. Mientras el planeta es un campo de batalla, los urbanistas parecen (parecemos), entre tanto, el bufón del rey. El dinero se concentra cada vez en menos manos, y un urbanismo llamado paisajista se regodea en el diseño de exquisitos parajes de delicia (y golf) para los nuevos ricos. Se retrocede a los tiempos bárbaros de los inicios de la Revolución Industrial, y al urbanismo le preocupa la competitividad fanática de la ciudad por atraer las actividades más lustrosas de las nuevas tecnologías, sin importar a dónde se desplazan las manufacturas, ni cuántos millones de niños se emplearán en ellas

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El nuevo orden barre las fronteras y las distancias imponiendo la ley del mercado único; y en el territorio y las ciudades se proyectan redes, superprotegidas de aeropuertos, trenes de alta velocidad, autopistas, centros de ocio y barros de privilegio infranqueables para los pobres

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Hay que decir basta. No se advierte sentido ni interés social alguno en el crecimiento económico que promete la vacua tecnoutopía en que se fundamente esa práctica conservadora y complaciente. Urge recuperar la línea de progreso. Abrir un horizonte

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Los programas de inmigración temporal, con sus medidas de regularización de los inmigrantes que ya llevan un tiempo...

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