Cazadores y ecologistas: Análisis antropológico de posturas encontradas

AutorRoberto Sánchez Garrido
CargoProfesor-Tutor UNED-Elche
Páginas196-215

Roberto Sánchez Garrido. Profesor-Tutor de Antropología Social y Cultural en la UNED-Elche. Doctor en Antropología Social por la Universidad de Murcia. Licenciado en Antropología Social y Cultural por la Universidad Miguel Hernández de Elche. Licenciado en Historia por la Universidad de Alicante.

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I Introducción

Si se piensa en una actividad relacionada directamente con la cuestión medioambiental, con un elevado componente de actuación directa sobre el medio, percepciones conservacionistas, actuaciones de modificación e impacto sobre el paisaje, gestión natural, tradición secular, colectivo humano y componente emocional, sin duda hay que hablar de caza y de cazadores. Desde la antropología social y cultural, la caza actual en el marco español presenta una serie de alicientes etnográficos y reflexivos muy sugerentes, no por ello suficientemente explotados, que justifica su interés. Dentro de la complejidad del tema y de los numerosos campos que abre, el siguiente artículo se centra en la, al menos, difícil relación que se establece entre la caza, como actividad, los cazadores, como colectivo, y el ecologismo organizativo, entendido de forma global y bajo la etiqueta verdirroja1.

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El planteamiento del texto no se queda en el tal vez excesivo esencialismo de su estructura externa, busca, partiendo de un análisis dicotómico, interpretar, reflexionar sobre la complejidad que lleva aparejada el juego de relaciones creadas ante un fenómeno sociocultural. El hecho de diseccionar unas partes, de darles cierta coherencia en base a un discurso explicativo, o a la necesidad de entendimiento para el propio sujeto investigador, no implica una intención más global de entender como una actividad determinada, en este caso la cinegética, pone en marcha una serie de mecanismos que son inteligibles en una reflexión amplia donde converjan todos los factores que la caracterizan y que modelan su acción. En este sentido, es imprescindible detenerse en el imaginario casi maniqueista que aparece en la construcción de convivencia entre cazadores y ecologistas. Este punto no implica que necesariamente la relación se vaya a establecer en estos términos, más bien es el estereotipo, el prejuicio del que se parte ante el posicionamiento y opinión del otro.

Entran en juego tres aspectos relacionados entre sí:

- La percepción que se tiene sobre el medio natural en el que se desarrolla la acción cinegética, su construcción ideológica y el posicionamiento sobre cómo debería ser.

- La acción que se desarrolla en él, el impacto que produce y sus consecuencias medioambientales económicas y sociales.

- La cuestión ética, derivada del hecho de la “muerte recreativa”. Las diferencias van a venir en gran medida a partir del desarrollo de estos puntos, pero también conllevan a un punto divergente fundamental basado en el mismo concepto de ecología y el posicionamiento político que implica a nivel organizacional. Mientras que el colectivo de cazadores se caracteriza por su gran número (alrededor de un millón según las estimaciones más fiables), su heterogeneidad social, económica, de formación, etc. y por su carácter no organizado políticamente, los colectivos ecologistas verdirrojos tienen un marcado componente político con una orientación definida de izquierdas. Este hecho, como veremos, va a ser otro factor a tener en cuenta en las opiniones y catalogaciones vertidas sobre el otro, en ambos casos, como arma arrojadiza y como estereotipo que sirva de estanqueidad de los discursos manejados.

Uno de los planos a tener en cuenta antes de emprender el análisis es lo que podríamos llamar la cuestión existencial, o si se prefiere, sentimental, de sendos posicionamientos. El trabajo de campo realizado entre cazadores, las jornadas compartidas, las interminables conversaciones sobre el vuelo de la perdiz, la muestra del pointer o la agudeza del jabalí,Page 199 transmiten un complejo emocional que sobrepasa con mucho las explicaciones sociologizantes que pretendamos hacer. En un complejo integrado, desde esa perspectiva holística que tanto gusta ensayar desde la antropología, sobre los factores sociales, económicos, legales, etc. imprescindibles por otro lado para entender actualmente la caza, permean inexorablemente el sentido emocional que lleva al cazador a hacer lo que hace, y a crear una identidad vital en base a su pasión cinegética. Muchas son las opiniones recogidas que afirman que se es cazador las veinticuatro horas del día, todos los días del año. Esconden estas palabras algo más que una acción recreativa, convirtiéndose, tomando prestadas las palabras del profesor Couceiro, la caza en un acto creativo. La caza es para el cazador vida, forma de vida, valores, identidad, emoción y sentimiento.

Desde el otro lado, el activismo ecologista también implica un alto grado de compromiso personal, un estilo de vida y un posicionamiento ante el mundo, que surgen de una actitud interiorizada y de una acción en principio coherente con la misma. Esta actitud podría decirse que es común de activistas comprometidos con la idea y colectivos a los que pertenecen. No es propio únicamente de este caso, es común a otros, pero es tal vez en los grupos liminales, en los que se mueven en la frontera, donde se hacen más fuertes para su supervivencia.

El artículo pretende aproximarse a un caso de “conflicto”, o más bien cabría denominarlo como de posturas encontradas, que derivan de dos concepciones distintas de percepción, aprovechamiento y uso de un mismo territorio. Esto pone en juego una serie de mecanismos cognitivos, que pondrían en cuestión los discursos atávicos defendidos desde sectores reflexivos del colectivo cazador, pero también una concepción que tiene presente la importancia social, económica y política del fenómeno cinegético actual.

La antagónica posición entre cazadores y grupos ecologistas no hay que leerla como tal, sino como una construcción realizada entre distintos sectores de ambas partes y que responden a una posición individual y/o a una estrategia colectiva. En un caso u otro surgen estos posicionamientos de una relación conflictiva que parte de la experiencia directa o de la experiencia reflexiva, basada en certezas, y como tal término necesariamente cuestionable, que catalogan la acción de las partes en oposición a los planteamientos defendidos. Este posicionamiento peca de esencialista si no se tiene en cuenta esas otras opiniones que no consideran este conflicto como algo significativo, y abogan por un trabajo común y en un entendimiento posible y necesario.

Hay que destacar que los posicionamientos más combativos proceden de los cazadores, que tienen al ecologista como un estereotipo de persona anti-caza, sin conocimientos directos de la naturaleza y con falta de información y formación, que les impide valorar la importancia ecológica de la caza y la labor del cazador, que se arroga en muchos casos el título de “verdadero ecologista”. Se podría considerar casi un imaginario colectivo que en gran medida surge entre gran parte de los cazadores, que consideran al ecologismo y al ecologista como anti-Page 200caza, y que en el fondo deriva de la actuación sobre el medio y principalmente de una cuestión ética: la muerte animal.

La interpretación de las relaciones entre cazadores y ecologistas surgen de un planteamiento etic. Si atendemos a un plano únicamente existencial de la experiencia cinegética, estas cuestiones quedarían determinadas cuando no obviada en los discursos de los actores. Pero no hay que olvidar que más allá de ese plano sentimental, aparece, tanto en las preguntas del investigador como en las conversaciones de los informantes, esa problemática relación cuando las circunstancias la activan, y donde se construye un discurso en gran medida homogéneo sobre la consideración de los denominados ecologistas.

II Cazadores y ecologistas

Uno de los temas recurrentes es la animadversión que en muchas ocasiones se producen entre cazadores y ecologistas. Dicho de esta manera se simplifica enormemente el tema y habría que detenerse en explicar qué vamos a entender en las siguientes líneas por cazadores y ecologistas. Al hablar de cazadores se generaliza al colectivo y las opiniones mayoritarias en él, lo que no excluye que existan otras voces dentro del mismo que se posicionen cercanas o abiertamente a favor de postulados ecologistas. En ellos incluimos a grupos organizados ecologistas, que dentro de sus ámbitos de actuación y reflexión contemplan la actividad cinegética. En mayor o menor medida tratan el tema y se implican mediante su opinión en la gestión de cómo debería llevarse a cabo la caza.

Muchos cazadores utilizan para definirlos el calificativo de ecolojetas. Ecolo (ecologistas)-Jeta (cara, en sentido peyorativo: cara dura). Esta terminología anuncia la postura de aquellos que la utilizan y la consideración que tienen sobre ellos. Parten de la idea de intrusismo: el ecolojeta es aquel que realiza una crítica destructiva y gratuita de la caza sin conocer nada de ella, además de no ser parte y por lo tanto no estar capacitado para opinar. Aquí se introduce implícitamente el concepto de propiedad, la caza se desarrolla principalmente sobre terrenos privados, y los públicos son gestionados como tal, por lo que alguien que no tenga parte en ellos tampoco es quien para poner en duda su gestión. No existe el concepto de bien común sino de bien individual, extremo éste que empieza a vislumbrar algunas diferencias.

Al ecolojeta y a sus organizaciones, se las presuponen como entes parasitarios del sistema social, beneficiarios de ayudas y subvenciones a través de los ingresos públicos, para con ellos atacar al grupo impositivo, en este caso el cazador. Éste paga impuestos como las licencias de caza o el permiso de armas, y en su caso las licencias federativas, además del importe exclusivo por cazar en los acotados...

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