Vivencias profesionales de un Cónsul de España en Marruecos: Nador y Tetuan

AutorJavier Jiménez Ugarte
Cargo del AutorEmbajador de España. Cónsul General de España en Tetuán
Páginas259-273

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I Introducción

Me ofreció el Director de este Seminario internacional, el Catedrático de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales de la Universidad de Cádiz Alejandro del Valle, participar en el mismo y analizar aspectos que tuviesen que ver con las relaciones políticas entre España y Marruecos un siglo después de la Conferencia de Algeciras.

Contesté con una espontánea negativa, confesándole que estaba ahora totalmente alejado de la gestión política y plenamente entregado a la tarea consular. Sin embargo, ello me llevó a expresar mi disponibilidad a colaborar en el curso como actual Cónsul General de España en Tetuán con una, espero que amena, charla sobre mis vivencias profesionales en Marruecos durante los pasados meses. Acordamos, pues, el título de mi charla, que irá abandonando la temática casuística que analizaré, para profundizar en cuestiones cada vez más complejas desde un punto de vista bilateral y multilateral.

Pasaré, pues, a describirles la importancia que para cualquier estudio de las relaciones bilaterales entre España y Marruecos tienen los temas consulares. Lo digo totalmente convencido, sin querer en modo alguno colocar la función consular por encima de la siempre más trascendente tarea diplomática. Pero recordaré la siguiente anécdota, cuando era Embajador de España en Argelia. Mi colega francés, buen amigo, venía de visitar las tierras del sur de la mano del Protocolo argelino, dada la importancia histórica de Francia en Argelia como potencia co-Page 260lonizadora. Se organizó en su honor un gran encuentro con los Jefes de las Tribus Tuaregs que viven en aquellos desiertos. Me contó mi colega que al saludar a uno de ellos, después de ser presentado por el edecán argelino, como "Son Excellence, Monsieur l'Ambassadeur de France", su interlocutor no pudo reprimir una inmediata reacción y exclamó en voz alta: "Alors, sans doute vous devez connaître Monsieur le Consul!".

II El Consulado en Nador

Hace pocos meses decidí embarcarme en esta trayectoria consular, ofreciéndome en primer lugar para ocupar el Consulado General de España en Nador que, por unos y otros avatares, había permanecido vacante durante largos meses.

Llegué allí el dos de enero de 2006, a través de la fronteriza Ciudad Autónoma de Melilla, procedente de Málaga, donde me había embarcado en la línea marítima que desde hace muchos años une diariamente una y otra ciudad.

Desconocía totalmente la ciudad de Melilla, pero tenía un vivo recuerdo de un artículo publicado en un ABC de la época en la que empezaba esta Carrera, a mediados de los setenta, firmado por un querido compañero de promoción, Manolo Piñero.

Recordaba una foto en color que ilustraba el artículo, lleno de muy válidas observaciones sobre la relación preferente que desde todos los puntos de vista estaban llamadas a tener las dos citadas ciudades. Sin necesidad de recurrir a montaje alguno, se veían en perfecta igualdad las banderas de los respectivos países.

Sin duda el paso de aquella frontera Melilla-Beni Ansar, aunque eran horas ya tardías y faltaba la luz, fue motivo de innegable shock. Se notaba un salto en el nivel económico y social demasiado fuerte, acentuado incluso por sencillos factores externos sin mayor trascendencia como la forma de vestir o el distanciamiento entre los grupos femeninos y masculinos.

Estaba pasando una de las fronteras que figuran en todas las enciclopedias como separadora de territorios de muy descompensada renta per cápita, quince veces más a un lado que al otro, por encima incluso del tradicional ejemplo de la frontera entre Estados Unidos y México. Conozco bien esta última por un anterior destino en el Consulado de Houston, y tengo que reconocer que es mucho más fuerte el salto que se vive al abandonar los límites de la Ciudad Autónoma de Melilla, que al pasar de la ciudad norteaméricana del Paso a la mexicana de Ciudad Juárez.

En el trayecto en coche de Melilla a Nador, empecé a entrever entre las luces artificiales las vistas de lo que marca toda esa región de Marruecos, la famosa "Mar chica", con su Atalayón, vinculado en el pasado ni más ni menos que a laPage 261 avanzadilla del alzamiento militar de 1936 a través de su entonces existente base de hidroaviones.

Me había hecho con una exhaustiva cronología de los predecesores diplomáticos en aquel Consulado desde que fue fundado en 1958, y tenía la impresión de que me incorporaba así a un grupo de prestigiosos diplomáticos, entre los que me gustaría nombrar a Ignacio de Casso, Carlos Robles, José Luis Xifra, Juan Francisco Herrera, y Jaime Abrisqueta, por mencionar sólo a los seis primeros.

Mas antigüedad que Nador tenía el hoy inexistente "Consulado General de España en Oujda". En efecto se había creado en 1931, ya con este rango de Consulado General, y había contado también con ilustres titulares como el diplomático y escritor Edgar Neville, los Subsecretarios o Secretarios de Estado Joaquín Juste Cestino, Gabriel Fernández Valderrama y Gabriel Mañueco de Lecea. El progresivo abandono de Oujda por los españoles allí residentes, el cierre de su colegio español y de su muy prestigiosa Casa de España, junto con la creciente pujanza comercial e incluso financiera de Nador, habían llevado en 1965 al cierre de aquel histórico Consulado.

Volviendo a Nador, en frente de un paseo marítimo recientemente rehabilitado y poblado de grandes palmeras, convertido en el único lugar de esparcimiento de la ciudad de Nador, se encontraba el edificio que desde hacía muchos años albergaba tanto la residencia como las oficinas consulares. Respondía éste a las características propias de la construcción en la época del Protectorado, y conservaba aquellos colores blancos y celestes tan característicos en todo el Norte de Marruecos.

Pasaría las primeras semanas descubriendo, día a día, las dificultades y tensiones de la gestión consular, preocupado siempre por las ingentes colas de candidatos a visados que, bajo uno u otro modelo, venían a significar en la mayoría de los casos, la búsqueda de un firme deseo emigratorio, problema éste de las colas que, afortunadamente terminamos resolviendo gracias al traslado a una nueva sede un mes después.

Los momentos de ocio me permitieron disfrutar con algunas lecturas idóneas para aquél destino, entre las que recordaré siempre el libro de viajes, obra del premio Nadal, Lorenzo Silva, Del Rif al Yebala. Me impresionó grandemente por sus cualidades literarias y descriptivas, y por su amplio acopio de datos sobre la guerra del Rif, pero también por su tremendo sentido crítico, e incluso condenatorio, contra todo lo que significó la presencia militar española en aquella región y el subsiguiente Protectorado.

No compartía yo aquellas impresiones en las que salían siempre mal parados los militares y los políticos españoles, así como el propio Rey Alfonso XIII, sobre quienes caía todo el oprobio de derrotas trágicas como las vividas en Zeluán, Monte Arruit, Annual, y Chauen.

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Quizás ello respondía a su condición de nieto de un soldado que había tenido que incorporarse a las tropas españolas en cumplimiento del entonces estricto pero discriminatorio servicio militar obligatorio, aunque quedaba claro que el abuelo de Lorenzo Silva estaría aún más distante que yo de los juicios expresados en este libro, tremendamente útil por lo demás para comprender mejor el Norte de Marruecos y, sobre todo, para acercarse sin reservas a su sufrida gente.

El título del libro, además, venía a coincidir plenamente con lo que iba a ser mi trayectoria profesional, no durante los pocos días que duraría el viaje de Lorenzo Silva de un extremo a otro del Protectorado, sino, en mi caso, durante todos los meses a transcurrir de este año 2006. En efecto, estaba previsto ya entonces que terminaría mi asignación profesional en Nador el 31 de julio, y que pasaría el resto del año al frente del Consulado en Tetuán, es decir, que iría como él "del Rif al Yebala".

Compensé aquel sabor amargo de la obra de Silva con algunas lecturas más patrióticas, como la escrita por quien fue Ministro de Asuntos Exteriores tras la guerra civil, e hijo de un Alto Comisario en Tetuán, el General Francisco Gómez-Jordana Souza.

La tramoya de nuestra actuación en Marruecos, recientemente reeditada, permite entender el gran debate que existió siempre, antes y durante el Protectorado, entre quienes apostaban por una rica, variada y generosa "intervención civil" como única vía de consolidación en la zona, y quienes creían que sin un "predominio militar" resultaría imposible cualquier proceso de desarrollo de la región, primero ocupada, y luego atribuida a España en los acuerdos constitutivos del viejo Protectorado en 1912.

Así como para Lorenzo Silva el gran protagonista, el más meritorio, era Abd el-Krim, con palabras de reconocimiento incluso para su totalmente disparatado sueño, por razones históricas y pragmáticas, de crear una "República del Rif", para el viejo General Gómez-Jordana, Primo de Rivera, con su contundente acción militar reflejada en el...

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