La visión tecnocrática del Bloque Nacional, 1934-1936

AutorA. Cañellas Mas
Páginas115-133

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Introducción

Con la crisis finisecular del XIX surgieron en España distintas propuestas para una regeneración política que, en buena medida, sentaron las bases de una incipiente tecnocracia, que empezó a desarrollarse a partir de los años veinte. En general, dicho fenómeno se ha relacionado con los gobiernos franquistas de la década de los sesenta, dentro de una paulatina tecnificación de la gestión política a nivel internacional. Es cierto que se trata de la expresión más completa de un modelo cuyos antecedentes inmediatos se remontan a lo que el Profesor González Cuevas ha denominado la subtradición del conservadurismo burocrático237. Este recurso a la técnica como método para la racionalización y competencia de la administración pública, permitió modernizar las estructuras del Estado, independientemente de su naturaleza política, debido a la capacidad de adaptación de aquellas pautas técnicas. Precisamente, uno de los rasgos definidores de la tecnocracia era la elevada especialización de las elites que habrían de impulsar las transformaciones necesarias para acelerar el ritmo de crecimiento económico, lo cual implicaba una cierta predilección por los comportamientos autoritarios como mejor vía para la aplicación efectiva de las reformas. No debe extrañar, por tanto, que el nuevo regeneracionismo encontrara un rápido acomodo en las doctrinas tecnocráticas, en tanto que coincidían en un mismo objetivo modernizador. De ahí que fueran generándose unas clases directoras que acabarían condicionando la política de los sucesivos gabinetes conservadores.

Esta identificación con los grupos de la derecha regeneracionista respondía a unos parámetros ideológicos precisos, destinados a superar la decadencia del período decimonónico sin por ello renunciar a lo que consideraban como principios consustanciales de la identidad española. La complementariedad entre las tesis tradicionales y la innovación de la técnica moderna configurarían el armazón del

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llamado modelo tecnoautoritario. De este modo, el régimen político en cuestión se sustentaría sobre un nuevo concepto de legitimidad, basado no en la libre voluntad de los ciudadanos, sino en la eficacia de las instancias gubernamentales como eje para la promoción del desarrollo socioeconómico.

En realidad, dicho proyecto era el resultado de una desconfianza en la sociedad, motivada por el pesimismo de los escritores del 98, que se centraron en las posibilidades intervencionistas del Estado como revulsivo para la reactivación de las potencias nacionales.

Los intentos frustrados del sistema político de la Restauración por hacer realidad aquel programa reformista aceleró la radicalización del discurso hasta el golpe militar de Primo de Rivera en 1923. No es casual que en el Directorio Civil colaboraran destacadas personalidades como Eduardo Aunós o José Calvo Sotelo, para quienes la dictadura les brindaba una oportunidad excepcional para promover un proyecto de socialización conservadora desde los nuevos patrones tecnocráticos. Sin embargo, la caída del cirujano de hierro en 1930 y el posterior advenimiento de la II República truncó las esperanzas de quienes aspiraban a un reformismo draconiano que cortara las alas a la conflictividad social y asentara el orden monárquico.

Con todo, la fundación del Bloque Nacional en 1934 representaría la continuidad de unos planteamientos que adquirirían carta de naturaleza a partir de 1939 con la institucionalización progresiva del régimen de Franco. El liderazgo de Calvo Sotelo y de los principales prohombres del primorriverismo -ligados a la empresa del tradicionalismo cultural de Acción Española-, permitiría la articulación de un proyecto de Estado que incorporaría las tesis tecnocráticas como mecanismo imprescindible para la legitimación práctica del sistema autoritario.

La aportación regeneracionista

La publicación en 1901 de la obra de Joaquín Costa Oligarquía y Caciquismo abrió un período de reflexión entre el mundo intelectual que, poco a poco, iría calando en el seno de la clase dirigente. Sobre todo entre los grupos conservadores, al unir el recurso explícito de la autoridad con la exaltación de un nacionalismo esencialista, fundado en los rasgos identitarios forjados por la Historia. La continuidad con el discurso conservador decimonónico radicaba no sólo en el tratamiento del ser nacional, sino en toda una cosmovisión elitista en el ejercicio del poder, compatible con las argumentaciones formuladas por otros políticos como Antonio Aparisi y Guijarro o el propio Donoso Cortés. En ambos casos la crítica al liberalismo pasaba por una supuesta falsificación de la realidad antropológica del hombre que desvirtuaría su condición social para agregarlo a una concepción individualista en la que se erigiría al Estado como montón de individuos aislados, superpuestos a la realidad de las corporaciones como entidades naturales en las que se organizaría la sociedad. Por eso, la reforma o regeneración nacional sólo podía operarse desde esa óptica, que consideraba auténticamente realista, frente al voluntarismo liberal del sufragio y de sus mayorías parlamentarias.

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Para Aparisi debía procederse a una revolución desde arriba, capitaneada por las minorías rectoras en su misión por revitalizar dicha tradición, acomodándola a las necesidades y aspiraciones de cada tiempo238. Bajo este objetivo, el pensador valenciano no descartó el recurso a la dictadura, como solución excepcional para sentar los cimientos de una pronta regeneración -en conexión con la posterior idea de Costa- y que, además, legitimara la autoridad como poder constituyente ante la amenaza de la subversión. En este sentido, Donoso Cortés propugnaría un gobierno representativo basado en la soberanía de la inteligencia, con un equilibrio de poderes entre las distintas fuerzas sociales vinculadas a la tradición histórica del país239.

El influjo de estas posiciones en el acervo de la mentalidad de las clases conservadoras estimuló una producción intelectual que entroncaría con nuevos elementos, haciendo más sugerente la doctrina tradicional, toda vez que fue agudizándose la crisis de la Restauración. A pesar de la síntesis entre liberalismo y conservadurismo tradicional sobre el que Cánovas elaboró su proyecto político, no logró contrarrestar las posiciones tradicionalistas que vendrían a experimentar una importante recuperación al compás del progresivo descrédito del régimen de partidos240. La quiebra del turnismo a raíz del asesinato de José Canalejas y la división del conservadurismo tras la renuncia de Maura a la jefatura del partido (1913) propició el repunte de las tesis regeneracionistas después del naufragio del proyecto de socialización conservadora de 1909 y del reformismo social ensayado durante la neutralidad española en la Guerra de 1914.

El creciente aumento de la conflictividad en las áreas industriales con la organización de un movimiento anarquista cada vez más pujante, determinó la salida autoritaria de un régimen periclitado. La exégesis del pensamiento regeneracionista efectuada por una clase dirigente a la defensiva, llevó a una supravaloración de las tesis más enérgicas de Costa en contraposición con la decadencia del sistema constitucional de 1876. Ahora la nueva política debía ser quirúrgica, bajo la responsabilidad de un héroe llamado a actuar como cirujano frente a la infamia de los viejos gobernantes, para poner en ecuación la España legal con la real y viva241. Esta interpretación autoritaria que algunos relacionaron con el Gobierno largo de Maura (1907-1909), encontró su plena ejecución a partir de la dictadura, en su intento por recuperar las leyes tradicionales complementadas con el impulso de la modernización socioeconómica. También en este punto se recurrió a la obra de Ángel Ganivet por sus referencias a la tradición recogidas en el Idearium español (1896). Para el pensador granadino, ésta debía constituir el principio sobre el que debía edificarse el carácter nacional, dentro del amor al trabajo y a la técnica como piezas clave para su

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modernización242. Las constantes referencias al uso de la técnica como instrumento óptimo sobre el que sustentar un proyecto de Estado inspirado en las premisas del orden tradicional, encontró su auge en la teorización orquestada por Maeztu a partir de 1919 con la publicación de La crisis del humanismo. La obra analizaba la situación en que se debatían las sociedades europeas contemporáneas, cuya raíz se encontraba en el subjetivismo y el relativismo de la modernidad243. Como contrapartida, Maeztu centraba su análisis en la búsqueda de la objetividad, lo cual implicaba una primacía de los valores eternos como elementos articuladores del cuerpo social, dentro de una autoridad que dominara la naturaleza humana para perpetuar su armonía. Esta teoría justificaba la organización del Estado autoritario, que debía entrar en competencia con las potencias económicas anglosajonas para autolegitimar su eficacia y proyectarse en el ámbito internacional. Se trataba de erigir un modelo para el conjunto de la Hispanidad, de acuerdo con ese espíritu objetivo fundado en los rasgos identitarios del catolicismo en la configuración de las formas y contenidos de la esencia nacional.

Dicho planteamiento entraba en relación directa con la tesis esgrimida en El sentido reverencial del dinero, cuya publicación a modo de artículos durante los años veinte pretendía erigir una alternativa tradicional-católica ante la pujanza del capitalismo protestante. La capacidad de Maeztu de combinar su discurso tradicionalista en la definición de la sociedad y el Estado con los aspectos más vanguardistas del industrialismo y el progreso económico, harían de su filosofía un hito para aquellos políticos que intentarían llevar a la práctica...

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