Vida privada e intimidad: implicaciones y perversiones

AutorJosé Martínez De Pisón
CargoUniversidad de La Rioja
Páginas717-738

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I

Sería un craso error negar que el anhelo de gozar de una vida privada y de intimidad se ha extendido a un considerable número de individuos en las sociedades opulentas. Si algo caracteriza al estadio actual de la sociedad moderna y desarrollada no es tanto la aparición del deseo de vida privada y de intimidad como su extensión a todos los espacios sociales, a todas las capas e individuos. Su democratización y generalización. Hasta tal punto se ha producido un auge de vida privada y de intimidad que el hombre moderno no se siente plenamente completo sin ese lugar apartado a la mirada pública, lugar, por voluntad de su titular, de confidencias y secretos. El hombre moderno se siente atraído por la vida recluida, y no sólo atraído, sino también destinado y necesitado de ella. Hay quien, con razón, ha hablado de «sociedad íntima», o, en su sentido más peyorativo, de «cultura narcisista», para referirse al puesto tan destacado que ocupa en la configuración del modelo histórico actual de sociedad 1. Todo un modelo que imprime su impronta a la vida social, su huella indeleble en las actitudes individuales y en las relaciones entre unos y otros. Sobre todo, en las más desarrolladas económicamente, pero también en las que están, y estamos, en vías, a medio camino.Page 718

La vida privada, o privacidad, según los gustos de cada cual, y la intimidad constituyen, así, uno de los tópicos más «fascinantes» y atractivos de la literatura ética, jurídica y sociológica2. Y también más recurrentes. Con razón, pues son muchos los problemas que plantean. Realmente, la existencia y defensa de ese ámbito propio, alejado de lo público, parece, a todas luces, muy positiva, pues permite el diálogo con uno mismo y con otros, el relajamiento y descanso interior, la superación de tensiones externas y un sinfín de ventajas de índole personal. Es, sin lugar a duda, la máxima expresión de la toma de conciencia de nuestra propia personalidad. Zona en la cual excluimos toda invasión no deseada para gozar de una libertad sin restricciones. Espacio de anomia, por tanto. Pero, tiene también su lado perverso y negativo, por cuanto fomenta tendencias poco sociables e incivilizadas3. Aleja en exceso al individuo de la vida pública que, entonces, parece inmerso en una subcultura degradante. Son muchos, sobre todo, sociólogos, quienes denuncian las perversiones de la intimidad.

En este texto, pretendo desarrollar algunos aspectos y rasgos de la vida privada y la intimidad. Muchos hacen una defensa excesivamente apasionada y tenaz de su bondad y fortuna, bien fundada, desde luego, por lo que ambas nociones no parecen necesitar más apoyo. Más bien, quiero expresar en las páginas que siguen alguna de las preocupaciones que me asaltan cada vez que me planteo este tipo de cuestiones. Mi impresión, y mi tesis, consiste en que parece existir un hiato, un salto entre las definiciones sobre la privacidad e intimidad y su justificación. Si bien una definición de la vida privada y de la intimidad es fácilmente comprensible desde su complejidad, dada la fuerza emotiva y solidez con que aparece en nuestra percepción de la misma, las justificaciones adolecen, en mi opinión, de serias insuficiencias. Y la cuestión no es ociosa. Pues, repercute, primero de todo, en la clasificación de los actos y de las situaciones englobados en ambas categorías. Muchas veces, limitando en exceso ese elenco o, mejor dicho, restringiéndolos por razones ideólogicas, pues, detrás de todo ello, suele aparecer una lectura demasiado conservadora que limita el espectro de la vida privada y de la intimidad a temas y personas excluidos y marginados -aborto, gays, pobres y otros similares-. Pero, sobre todo, influye en las repercusiones jurídicas del concepto de intimidad, en el ámbito de protección del derecho a la intimidad, tal y como aparece en muchas de las Constituciones vigentes en la actualidad, lo que tiene una clara incidencia en la realidadPage 719 social4. En lo que sigue, empezaré con una breve referencia a las nociones de vida privada e intimidad, seguiré con una exposición de las justificaciones al uso, para plantear, finalmente, unos supuestos en los que puede detectarse lo que he afirmado antes.

II

Pero, vida privada, o privacidad, e intimidad no son lo mismo, aunque tengan un nexo común. Precisamente, este nexo ha sido magistralmente descrito por G. Duby en el prefacio a esa magna obra que es Histo ria de la vida privada con unas palabras que pueden ser suscritas sin mayores problemas: «Hay un área particular netamente delimitada, asignada a esa parte de la existencia que todos los idiomas denominan como privada, una zona de inmunidad ofrecida al repliegue, al retiro, donde uno puede abandonar las armas y las defensas de las que conviene hallarse provisto cuando se aventura al espacio público, donde uno se distiende, donde uno se encuentra a gusto, "en zapatillas", libre del caparazón con que nos mostramos y protegemos hacia el exterior. Es un lugar familiar, doméstico, secreto, también. En lo privado se encuentra encerrado lo que poseemos de más precioso, lo que sólo le pertenece a uno mismo, lo que no concierne a los demás, lo que no cabe divulgar, ni mostrar, porque es algo demasiado diferente de las apariencias cuya salvaguarda pública exige el honor»5. No obstante, la fiel y apasionada caracterización de lo privado, la vida privada y la intimidad aparecen, muchas veces, menos como un área o esfera necesitada de protección, como si de un espacio amurallado se tratara, que como un sentimiento de que el conjunto de nuestros actos, nuestras penas y alegrías, nuestros pensamientos, lo que nos concierne, nos es propio y, como tal, es algo móvil y fluctuante. Porque la vida privada y la intimidad son, ante todo, dos categorías históricas y, por tanto, sujetas al devenir de la cultura y de las opiniones e ideas de una comunidad que las usa con un significado específico u otro.

Pero, conviene precisar el sentido de la vida privada y de la palabra intimidad. Sobre ambos recae un buen número de equívocos que interfieren en el conocimiento correcto del problema. Es claro que al ámbito de lo público pertenecen nuestras acciones y actividades realizadas en el foro, en el ágora, en la plaza, de cara al público; por lo tanto, notorias y evidentes a los ojos de los demás. Constituyen todas aquellas acciones que hacemos cuando nos relacionamos con otros y que, por ello, dejan de ser objeto de reserva o cuidado por nuestra parte y escapan a nuestroPage 720 control. Indudablemente, lo público se define por oposición a lo privado. Con intimidad se hace alusión siempre a algo que es cercano al individuo, ya sea porque le es próximo o porque es algo propio, interno al mismo, que surge de él y que proyecta sobre su entorno. Suele hablarse, por ello, de la existencia de una esfera individual, de una vida privada, en la que sólo cada persona es quién para decidir lo que le afecta sin tener que tolerar ningún tipo de intromisiones. Así, no extraña que esta conciencia de la importancia de lo próximo lleve parejo, en consecuencia, el deseo de que el conocimiento de lo que acaece en esta esfera no escape al control personal, que no pueda ser conocido sin su consentimiento por alguien que le es ajeno.

Ahora bien, dada esta sintonía en torno a lo que nos es propio, no es de extrañar que se empleen por igual los términos «vida privada» o «privacidad» e «intimidad», cuando son categorías bien distintas6. Por lo pronto, por cuanto históricamente responden a épocas y exigencias poco coincidentes, es bien sabido que el deseo de vida privada surge con la lectura en familia de la Biblia, el diálogo interno con Dios, la reclusión interior y la escritura de diarios personales, en fin, con la ética protestante -mercantil, por encima de todo, sujeta al ahorro, al cálculo, a la honestidad y a los libros mercantiles- y con las exigencias sociales y políticas de la utopía burguesa en los siglos XVII y XVIII, y materializada en el más puro sistema liberal del XIX. El burgués precisa una esfera aislada, libre para el desarrollo de su conciencia religiosa y una vida privada intensa con su familia y con los más próximos. Ese espacio para «abandonar las armas y las defensas», para estar «en zapatillas», como se dice en la frase transcrita de G. Duby.

Pero, todavía en esta esfera, se proyectan ritos y códigos, reglas y pautas externas que rigen muchas de nuestras acciones «privadas» penetradas así por lo social. En efecto, muchas de las acciones privadas están regladas por costumbres o usos sociales que hemos interiorizado a través de los medios normales de socialización y que, tras su introyección, expresamos externamente en nuestra conducta. Pensemos, por ejemplo, en la comida, el vestido o en otros actos cotidianos, incluso, actos tan «íntimos» como hacer el amor. Todos están reglados, los hacemos ritualmente, aunque quepa un lugar para la imaginación y para la propia personalidad, para la libertad en las formas. Vida privada socializada, que vale para hoy como para otras épocas.Page 721

El surgimiento del sentimiento de la intimidad aparece en fechas recientes, en la sociedad posindustrial, como un nuevo giro, un nuevo repliegue del individuo sobre sí mismo abandonando la privacidad intersubjetiva para recluirse en su interior, en un nuevo espacio intrasubjeti-vo. Ya no es reclusión en la vida privada, en la vida amurallada con la familia y los amigos, sino en la vida interior, en lo más profundo de nuestro ser, en la intraconciencia, donde se examinan los afectos, los pensamientos, las opiniones personales. Y los recuerdos, las fantasías, donde soñamos, amamos y odiamos, y envidiamos. La persona encerrada en torno a sí misma. Dos ámbitos, dos espacios conceptuales bien delimitados, separados, pero tambien interrelacionados. Pues no hay intimidad sin vida privada, sin el lugar doméstico donde recluirse aún más. Como tampoco hay privacidad, ni se puede gozar de una vida privada sin...

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