Uruguay

AutorMónica Solange de Martino Bermúdez - Ivonne Martínez - Natalia Amarillo - María Darrigol - Rosa Viola
Páginas340-374

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Introducción

Desde hace unas décadas las políticas de protección a niños y adolescente han reformulado su discurso a lo largo y ancho del continente y es evidente también que infancia y adolescencia han ingresado a las agendas políticas de la región de la mano de la Convención Internacional de Derechos del Niño - CIDN. Podríamos resumir groseramente que la década de los ochenta, caracterizada por la recuperación de la vida democrática en algunos países de la región, se caracterizó por una nueva impronta en los sistemas de protección a niños, niñas y adolescentes -de aquí en más NNA. - basada en lo que ha sido dado en llamar Doctrina o Paradigma de la Protección Integral. Esta nueva perspectiva se encuentra asociada a nuevas concepciones de la vida democrática y a una nueva comprensión de la relación de la infancia con la democracia (Baratta, 1995). La CIDN, en tanto doctrina, asume a NNA como sujetos de derechos inalienables, amplios y decisivos, que hacen a todas las esferas de la vida humana. Supera, de esta manera, al

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anterior paradigma de la Situación Irregular que históricamente abordó a la infancia como objeto sin iniciativa y a la "minoridad", esto es, a la infancia pobre, peligrosa y en peligro, como objeto prioritario de tutela entendida ésta como encierro y castigo.

La propia naturaleza de las políticas de tutela, posteriormente denominadas de protección, poseen una naturaleza contradictoria, asociada a las diversas actitudes hacia la infancia. Esto es, más allá de nuevos direccionamientos plausibles, contradictoriamente las políticas de protección a la infancia y a la adolescencia se encuentran atravesadas por líneas problemáticas que resumimos de la siguiente manera.

Las representaciones y prescripciones sobre la infancia y la adolescencia no tienen un estatuto ontológico ni epistemológico, sino fundamentalmente político. Esto las transforma a la infancia y la adolescencia en objetos alienados de estudio e intervención socio-política, que son pensados, hablados y construidos siempre desde fuera de ellas. La infancia y la adolescencia no hablan. (De Martino, 2010: 34)

No es arriesgado decir que la historia de la infancia es también la historia de la retirada gradual de la cuestión social infantil del universo de las cuestiones de Estado. Parecería que las cuestiones vinculadas a la "minoridad" han quedado residualmente apegadas a la actuación estatal. Tal vez, en nuestro país, la Estrategia Nacional para la Infancia y Adolescencia generada en el primer gobierno de izquierda como principios rectores para las políticas púbicas en el campo de la infancia, haya sido uno de los primeros puntos en contradecir esta tendencia. Por lo menos de manera discursiva, la infancia se presenta como población objetivo privilegiada para diversos programas y servicios sociales integrados a la nueva malla de protección social del país. Malla en la que convergen espacios contributivos y no contributivos, así como políticas sociales universales clásicas y otras altamente focalizadas, como se analizará posteriormente.

Pero la infancia no ha sido solamente objeto de política, se ha tornado también en objeto de estudio y debate. Su comportamiento, pero especialmente su futuro se torna subordinado a las consideraciones expresadas por diversos saberes expertos. Tales saberes operan con y sobre imágenes de la infancia que asumen la forma fantasmagórica del ser social representado en el argumento científico. En el siglo XIX, una cartografía de los saberes nos indicaría que la medicina, la psiquiatría, la pedagogía, fueron aquellos saberes que más representaciones sobre la infancia produjeron. Lo normal y lo patológico; barbarie y civilización, higiene y salud, educación y salvajismo, son otras tantas concepciones que conllevan estos saberes. Junto a puntualizaciones e indicaciones sobre educación, atención a la salud, "correctivos" sociales, tales saberes también plasman expresiones sobre la infancia, sombría o alegre, limpia o impura, (Barrán, 1999). La infancia, como campo de conocimiento, se presenta entonces y desde entonces como un entramado de saberes, donde las fronteras entre tales conocimientos científicos, así como entre éstos y las prescripciones sobre la familia y la infancia, se tornan difusas. Pero tanto a nivel político como científico, la infancia se presenta en situación de subalternidad, subsumida a prescripciones

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normativas y a prácticas taxonómicas de patologías médicas, sociales, legales, etc. Esta subalternidad favoreció que la infancia haya sido y sea lo que dijeron de ella (Lajolo, 2009:232)

En cuanto objeto de estudio, la infancia es siempre un otro en relación a aquel que la nombra y la estudia. Las palabras infante, infancia y demás sinónimos, en su origen latina y en las lenguas de ahí derivadas, recubren un campo semántico estrechamente ligada a la idea de ausencia de palabra. Esta noción de infancia, como cualidad o estado de infante, esto es, de aquel que no habla, se construye a partir de los prefijos y radicales lingüísticos que componen la palabra: In: prefijo que indica negación; "fante" participio presente del verbo latino fari que significa hablar, decir. (...) Así, por no hablar, la infancia no se habla y, no hablándose, no ocupa la primera persona en los discursos que se ocupan de ella. Y, por no ocupar esta primera persona, esto es, por no decir yo, por jamás asumir el lugar de sujeto de discurso, es, consecuentemente, por consistir siempre un él/ella en los discursos ajenos, la infancia siempre es definida de afuera. (Lajolo, 2009:229 -30)

Y lo dicho es sumamente limitado:

... Cuando se les estudia, se ha enclaustrado sus vidas y experiencias en unos pocos subcampos sociológicos - la familia, la educación, la socialización- y son pocos los estudiosos de la organización social, el trabajo, la sociología política y urbana o la estratificación que prestan alguna atención a la existencia de los niños o la cualidad de la infancia. La teoría sociológica muestra un particular adultocentrismo, lo cual la lleva a considerar a los niños sólo desde la perspectiva de la reproducción del orden social. (Neustadter apud Rodríguez, 2000).

La alienación sufrida por la infancia no resta fuerza a las categorías y definiciones a través de las cuales se habla de ella. La cuestión no es ontológica ni epistemológica: infancia, como negro, mujer, pobre, son categorías que se recrean en el espacio social en que son establecidas, negociadas, desestabilizadas, reconstruidas (Lajolo, 2009). Si la Convención de los Derechos del Niño fue un momento paradigmático en el campo de la infancia y la familia, también es cierto que surge desde el mundo adulto y con una mirada adultocéntrica. Infancia y adolescencia no han hablado, nada han dicho para la formulación de sus intereses y su traducción en derechos. Tampoco hablan a la hora de producir conocimiento sobre ellas mismas. Por algo el señalado déficit de participación de NNA o de brindar opinión. Políticamente esto tiene como correlato una modificación en términos de cómo ha sido entendida la relación democracia - infancia (Baratta, 1998). Sabemos que la lucha por los derechos de NNA no ha sido una lucha propia, sino que ha quedado y queda dependiente del discurso y del actuar de los adultos. Algo también paradójico si pensamos el poder de los adultos sobre el mundo infantil y que es a ellos que se dirige el pedido de igualdad, libertad, respeto, etc. En otras palabras, si los niños son buenos para la democracia y la democracia se mide por el reconocimiento a la infancia y adolescencia (Baratta, 1998) podríamos agregar que la democracia, sólo se generará para la infancia y adolescencia cuando haya comenzado a medirse con la cuestión infantil como una cuestión interna, no más como una cuestión meramente externa. (Baratta, 1998:40) Si esto hace a un horizonte ético-político compartido, consensuado, debemos reconocer que en nuestro país y en la región, más allá de

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avances, aún permanece ese carácter extrínseco de la niñez y adolescencia respecto a las políticas de protección dirigidas a ellas mismas (De Martino, 2010).

Marco normativo vigente

Durante el siglo XX, en Uruguay, al igual que en el resto de América Latina, la consideración jurídica de la infancia estuvo dominada por la Doctrina de la Situación Irregular. Sobre este cuerpo doctrinario se basaron todos los Códigos aprobados entre los años 1919 y 1939 en el continente, iniciando el ciclo Argentina y cerrándolo Venezuela. Esta doctrina nucleaba fundamentalmente dos enfoques: el "tutelar paternalista" para el "menor abandonado" y la "defensa social" para el "menor peligroso". La Doctrina de la Situación Irregular presuponía una diferenciación profunda al interior de la categoría infancia, distinguiendo entre los niños (integrados, funcionales, en situación regular) y los menores (abandonados, carenciados, problemáticos, en situación irregular). Estas leyes, como el Código del Niño del año 34, estaban exclusivamente dirigidas a los "menores," y así lo señalaban de manera expresa. Se podría considerar que esta diferenciación ocurrió como efecto no deseado de una focalización temprana. En ese momento histórico...

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