Macrocefalia urbana

AutorLuis Mauricio Cuervo González
Páginas119-132

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Origen y evolución del concepto1

La ciudad nace en la historia de la humanidad cuando aparece un excedente económico y alimentario que garantiza los medios de subsistencia de una población urbana, especializada en actividades no primarias. En una mirada a largo plazo, la evolución del tamaño máximo de la ciudad está en función de la productividad agrícola imperante en cada momento y de los medios de transporte utilizados para el aprovisionamiento urbano (Bairoch, 1985). Esta posibilidad creada por el desarrollo de la productividad se convierte en realidad debido a las ventajas propias de vivir en aglomeraciones humanas: medio eficaz de protección ante las amenazas de otras especies animales (incluyendo la humana) y de las adversidades naturales; nicho y soporte de las más diversas formas de cooperación económica; mercado de una talla que hace posible y consolida las más diversas formas de especialización productiva y división del trabajo; ámbito de contacto humano denso e intenso, promotor de emulación y acelerador de procesos de innovación y de su difusión; abaratamiento de los costos de transacción entre los agentes económicos individuales, como los relacionados con el transporte, los contratos, las alianzas.

Cada ciudad afronta limitaciones y obstáculos a su crecimiento: el excedente alimentario disponible, que varía en función de las tecnologías agrícola y de la conservación, el almacenamiento y el transporte de los víveres; las condiciones de funcionamiento, relacionadas con las formas de movilidad interna, el manejo de los riesgos derivados de la densidad y frecuencia de los contactos interpersonales sobre la salud humana (higiene). El tamaño más eficiente de una ciudad varía en el tiempo y depende de los soportes tangibles (infraestructuras) e intangibles (formas de organización para el uso de los soportes tangibles, instituciones en general) empleados para garantizar su opera-tividad y funcionamiento.

Los medios y modos de transporte, así como las formas de provisión de servicios básicos (agua potable, desagües, manejo de desechos sólidos, energía, telecomunicaciones), modelan y configuran a las ciudades en su extensión, forma, densidad e intensidad de las actividades. Las formas de uso de estos medios dependen de las tecnologías en las cuales ellos se basan, así como de las formas de organización empleadas para hacer su

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gestión, de los comportamientos colectivos y de parámetros culturales (hábitos de consumo y de generación y manejo de los desechos, de comportamiento político y capacidad de toma de decisiones colectivas y de adaptación a los cambios). Cada tecnología y cada patrón cultural están sometidos a un ciclo de aparición, desarrollo, auge y obsolescencia, sin que nada garantice su movimiento sincronizado ni armónico.

El concepto de primacía urbana

Las revoluciones agrícola e industrial europeas acompañaron e hicieron posible que, a nivel planetario, se diese una generalización inédita de la ciudad como forma de asentamiento humano. Además del crecimiento físico y demográfico de la ciudad, el proceso de urbanización se sustenta en la conformación de sistemas de ciudades a diferentes escalas, regionales (subnacionales), nacionales, supranacionales y globales.

Estos sistemas poseen características y fenómenos que les son propios en términos de estructura, extensión, jerarquía, grado de integración, etc. Dentro de este universo de fenómenos, uno que ha despertado especial interés por su significado y repercusiones, es el crecimiento desigual de las ciudades, registrado a través del término de concentración urbana. La primacía urbana es un aspecto particular, una expresión concreta de esta concentración urbana. La ciudad mayor establece relaciones muy particulares con el resto de la red urbana a la cual ella pertenece. Estas relaciones se expresan a través de los cambios en el peso relativo de la primera ciudad en dimensiones muy variadas como la población, el empleo, la generación de riqueza, la distribución de poder y la capacidad de innovación cultural, social y productiva. Estas relaciones entre ciudad primada y sistema urbano están regidas por condiciones muy particulares de cada país y de cada momento de su historia. Sin embargo, a pesar de esta riqueza y diversidad, la primacía presenta un conjunto notable de regularidades empíricas, espacio-temporales, de las cuales se hablará más tarde.

En algunos casos, las relaciones entre la primera ciudad de un país y su red urbana se caracterizan por el excesivo peso de la ciudad mayor en la vida nacional; en estos casos se habla de macrocefalia urbana, la cual ha sido tradicionalmente interpretada como síntoma de disfuncionalidad social o de desintegración de la red urbana.

El origen y las dificultades del concepto de primacía

Jefferson (1939) es el primero en utilizar el término de ciudad primada contraponiéndolo a la ley de rango-tamaño o ley de Zipf (1941), cuyo verdadero descubridor fue Auerbach (1913), quien la entendió como una función logarítmica inversa entre el tamaño de la ciudad y su rango:

Log P = A - q Log R

donde P es el tamaño demográfico de la ciudad, R es su rango, q la pendiente de la función cuyo valor es negativo y A es el valor del intercepto de la función en el eje vertical. Este intercepto es el tamaño teórico (estimado) de la ciudad mayor.

Zipf (1941) popularizó una versión particular de la ley de rango-tamaño, conocida como ley de Zipf. Supuso su pendiente igual a la unidad y estableció, por tanto, que el tamaño de las ciudades era una función aritmética del rango, es decir: la segunda ciudad debería ser la mitad de la primera, la tercera, un tercio de la ciudad mayor y así sucesivamente hasta llegar a la ciudad de rango n (que «debería» ser un enésimo del tamaño de la mayor). Supuso además que la existencia de esta ley era expresión del

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grado de unidad e integración del respectivo sistema urbano. La ley de Zipf asumió, por error (un supuesto que fue aceptado como si se tratara de una demostración), un carácter normativo: su existencia debía interpretarse como manifestación del «buen» grado de integración económico-territorial de la red urbana en cuestión.

Jefferson (1939) probó empíricamente que el tamaño de las ciudades mayores solía sobrepasar las tallas previstas por la ley de Zipf, ante lo cual decidió acuñar el término de ley de la ciudad primada. La primacía se asoció, de forma lógica y consistente con su origen, prolongando el error ya mencionado, a la inexistencia de «unidad e integración» en el sistema urbano nacional en donde ella se presenta. Sin embargo, como se ha dicho, la ley de la ciudad primada es una contraevidencia a la ley de Zipf, mas no la manifestación de cualquier tipo de «desintegración».

De la primacía a la macrocefalia urbana

El concepto de macrocefalia urbana surge en un contexto espacio-temporal muy específico, en la América Latina de los años setenta. Forma parte de una búsqueda asociada a la escuela de la dependencia que tuvo su correlato específico en la teoría de la urbanización dependiente. La teoría de la dependencia planteó que el atraso económico persistente y los fenómenos de dualidad (heterogeneidad) socioeconómica de los países latinoamericanos no eran por ausencia de modernización y desarrollo, sino que eran su resultado, expresión del carácter subordinado y periférico de estos países. La teoría de la urbanización dependiente, por su parte, planteó que estas relaciones de subordinación y marginalidad se reproducían dentro de cada país, generando situaciones de aguda segmentación y desigualdad en las condiciones de crecimiento y desarrollo regional (subnacional).

La macrocefalia urbana, concepto propuesto por la teoría de la urbanización dependiente (Castells, 1970), entendió que los desequilibrios entre la ciudad mayor y el resto de la red urbana nacional eran particularmente intensos en América Latina y que esta intensidad y la persistencia del fenómeno eran producto de las situaciones de colonialismo interno y dependencia externa. Se define entonces como la existencia de ciudades mayores (o «cabezas urbanas») «desproporcionadamente» grandes con respecto al sistema de ciudades que le sirve de soporte. La teoría de la urbanización dependiente asume que se puede hablar de «desproporción» porque la macrocefalia es expresión de una disfuncionalidad estructural de los sistemas urbanos latinoamericanos; es decir, porque se trata de una patología social. Esta situación no sería un rasgo genérico de la urbanización capitalista, sino específico del capitalismo periférico latinoamericano. Por tanto, hablar de macrocefalia urbana implica, según dicha teoría, reconocer una «malformación estructural» particular de este subcontinente.

Singer (1979) criticó severamente este concepto, argumentó que su presencia en América Latina no es singular, sino que estos desequilibrios urbanos han sido experimentados por todos aquellos países en donde la industrialización capitalista ha hecho presencia. Puntualizó además que la teoría de la urbanización dependiente no demostró por qué se trata de una «disfuncionalidad» estructural. Esta demostración significaría probar que la macrocefalia urbana es un obstáculo al proceso de acumulación capitalista. Tal prueba no ha sido hasta ahora provista por ninguno de los autores que defiende la teoría de la urbanización dependiente.

La teoría de la urbanización dependiente no documenta estadísticamente el carácter singular de la primacía urbana latinoamericana. Adicionalmente, en el plano de la teoría, tampoco demuestra que su presencia sea un síntoma de disfuncionalidad o algún tipo de patología social.

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Crecimiento económico y concentración urbana

Investigaciones más recientes desde otras perspectivas teóricas han ampliado el conocimiento de este tema, han enriquecido la forma de mirarlo y han legado...

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