Estados Unidos ante las disputas geopolíticas en América Latina

AutorLeandro Morgenfeld
CargoDocente UBA
Páginas149-166
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Estados Unidos ante las disputas geopolíticas
en América Latina
LEANDRO MORGENFELD*
Tras algunos años de retroceso relativo en Nuestra América, Estados Unidos pre-
tende reordenar el mapa regional, restableciendo su histórica posición dominan-
te. La baja en el precio de las materias primas y el estancamiento de los proyectos
alternativos de integración ofrecen a la Casa Blanca un escenario más propenso
para una ofensiva económica, política, militar e ideológica. En su segundo man-
dato, Obama logró reposicionarse en la región, retomando la iniciativa e impul-
sando el fin del llamado ciclo progresista. Así, impulsa la Alianza del Pacífico,
logró firmar el Acuerdo Transpacífico, busca relegitimar a la OEA, retoma la mi-
litarización, distiende la relación con Cuba y procura aislar a Maduro y quebrar el
eje alternativo en torno al Mercosur. Una década después de la derrota del ALCA,
avanzan nuevamente los tratados de libre comercio. En este artículo analizamos
los alcances y límites de la ofensiva estadounidense en esta nueva etapa histórica, los
cambios que supone la llegada de Trump y los desafíos para Nuestra América.
Introducción
Desde el final de la segunda guerra mundial, en 1945, Estados Unidos logró ter-
minar de desplazar a las potencias europeas y erigirse como el poder hegemónico
en América. El Departamento de Estado pudo fortalecer el sistema interamerica-
no, acordar en 1947 el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y,
un año más tarde, conformar la Organización de Estados Americanos (OEA).
Esto lo logró con promesas de ayuda económica (mandatarios regionales recla-
maban una suerte de Plan Marshall para América L atina), cuya concreción se fue
postergando hasta que la Revolución Cubana instaló la guerra fría en la retaguar-
dia estadounidense (aunque Washington ya había utilizado la excusa del peligro
rojo para apoyar el golpe contra Jacobo Arbenz en Guatemala, en 1954). En los
años sesenta, Estados Unidos desplegó hacia la región una política bifronte: el
ambicioso programa de la Alianza para el Progreso (una promesa de ayuda por
20 mil millones de dólares) y a la vez el clásico intervencionismo militar, que
* Docente UBA. Investigador Adjunto del CONICET, radicado en el IDEHESI. Integrante del CECS y del Grupo
de Trabajo CLACSO «Estudios sobre Estados Unidos». Correo electrónico: leandromorgenfeld@ hotmail.com
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incluyó un variado menú: invasión a Bahía de Cochinos, terrorismo y desestabi-
lización en Cuba, con intentos de magnicidios, apoyo a golpes de Estado (el en-
cabezado por Castelo Branco en Brasil, en 1964, fue el más significativo) y des-
embarco de marines (Santo Domingo, 1965). La Doctrina de Seguridad Nacional
y las alianzas con militares golpistas fueron una constante en los años siguientes.
Ya en la era Reagan, la Casa Blanca logró el apoyo de dictaduras latinoamericanas
para la lucha contrainsurgente en Centroamérica. La caída del Muro de Berlín, la
disolución de la Unión Soviética y el consecuente fin de la guerra fría provocaron
un cambio en el vínculo con los demás países del continente. Reforzado el poder
de Estados Unidos como gendarme planetario —aunque el mundo unipolar au-
gurado por Fukuyama fue una ilusión que se desvaneció rápidamente—, Was-
hington procuró la consolidación de su hegemonía hemisférica. El presidente
George Bush lanzó, en 1990, la Iniciativa para las Américas. Tres años má s tarde,
su sucesor Bill Clinton concretaría este proyecto con la primera cumbre intera-
mericana de Jefes de Estado.
En el marco del Consenso de Washington, Estados Unidos im pulsaba el Área
de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y, para instrumentar ese proyecto
hegemónico, propuso realizar cumbres presidenciales, incluyendo a los 34 países
que constituían la Organización de los Estados Americanos (OEA) y dejando
expresamente excluida a Cuba (apartada de esa institución en enero de 1962, con
los votos de Estados Unidos y otros 13 países de la región). La primera, no ca sual-
mente, se realizó en Miami, en 1994.
El proyecto del ALCA avanzó sin demasiadas oposiciones en los primeros
cónclaves continentales, hasta que en la tercera cumbre (Québec, 2001) emergió,
por primera vez, una voz claram ente disonante, la del presidente venezolano Hugo
Chávez, quien cuestionó, casi en soledad, la iniciativa de Washington. Pocos me-
ses antes se realizaba el primer Foro Social Mundial en Porto Alegre, que se trans-
formaría en un espacio vital de articulación en la lucha contra el ALCA. En los
años siguientes fue cambiando la correlación de fuerzas en América Latina, a la
vez que muchos países exportadores de bienes agropecuarios, en todo el mundo,
exigían a Estados Unidos, la Unión Europea y Japón que la liberalización del co-
mercio incluyera también a los productos agrícolas, que sufrían diferentes res-
tricciones y protecciones no arancelar ias por parte de las potencias. En la cumbre
de la Organización Mundial del Comercio (OMC) de Cancún (2003) se paraliza-
ron las negociaciones para liberalizar todavía más el comercio mundial. Y algo
similar ocurrió con el ALCA, que fracasó en la célebre reunión de Mar del Plata
dos años más tarde, cuando los cuatro países del Mercosur, junto a Venezuela,
rechazaron la iniciativa (Morgenfeld, 2006a). Ante la resistencia de múltiples sin-
dicatos y movimientos sociales —a través del Foro Social Mundial, la Alianza
Social Continental y las Contra-cumbres de los Pueblos—, que lograron articular
una oposición popular al ALCA, y el rechazo de los gobiernos de Brasil, Argenti-
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