El tratado de lisboa y el futuro de la acción exterior de la Unión Europea en un mundo globalizado

AutorMiguel Ángel Navarro Portera
CargoSecretario General para la Unión Europea
Páginas7-14

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Los puntos de vista expresados son fruto de una reflexión personal y no reflejan necesariamente los del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación.

1 - Introducción

La crisis económica derivada de la convulsión financiera desatada hace un año, ha puesto de manifiesto la obsolescencia en el mundo globalizado actual del sistema de gobernabilidad introducido tras la segunda guerra mundial y la consiguiente necesidad de abordar su revisión y adoptar reglas sistémicas a nivel internacional. Otros grandes retos inaplazables también requieren una respuesta a nivel planetario, entre ellos, la lucha contra el cambio climático a través de la transición hacia economías sostenibles y la erradicación de la pobreza a través de un desarrollo eficaz.

Europa ha sabido crear en el último medio siglo un sistema de integración regional original que ha permitido una estabilidad política y un desarrollo económico y social sin precedentes. Ha sido el fruto de una evolución complicada por la dificultad de acoger a nuevos miembros, de seis a veintisiete, y profundizar al propio tiempo este proceso de decantación. Todo ello para responder a las nuevas necesidades creadas por avances precedentes, pasándose así, en progresión geométrica, de una unión aduanera a una unión económica y monetaria, y crecientemente política. Pero este desarrollo no ha sido suficiente. Después de seis reformas del tratado original, en poco menos de veinte años, se Page 8 ha conseguido elaborar el Tratado de Lisboa, que, sin ser perfecto, introduce los cambios materiales e institucionales imprescindibles para mejorar nuestro funcionamiento interno tras la última ampliación y, sobre todo, para poder jugar un papel relevante e influyente, como Unión Europea, en la negociación de los asuntos globales en la escena mundial. Esta exposición se centra en este último aspecto. La capacidad de respuesta de Europa a los retos globales sólo puede abordarse eficazmente y a largo plazo a través de la Unión, ya que no resulta viable realizarlo a través de la yuxtaposición de veintisiete políticas exteriores aisladas. Éstas deben existir, y así va a ser, pero como políticas complementarias de una política común, adoptada a través de nuestro sistema institucionalizado en el marco de la Unión. Sin el Tratado de Lisboa, se podría seguir haciendo una política exterior de la Unión, pero no de la naturaleza que la situación internacional requiere hoy.

2 - El tratado de lisboa en el contexto del proceso de integración

El proceso de integración europea se ha encontrado de nuevo en una encrucijada, pendiente del resultado de un segundo referéndum convocado por el Gobierno irlandés con vistas a poder ratificar el Tratado de Lisboa, tras su rechazo por un 53% en la primera consulta de 2008. El pueblo irlandés ha dado su sí el pasado 2 de octubre. Se está a la espera de que el Presidente de la República Checa estampe su firma para concluir su proceso de ratificación. El resto de los Estados miembros ya ha concluido este proceso.

Nos encontramos ante la culminación de un proceso de reforma de los tratados que se ha dilatado excesivamente en el tiempo, casi diez años, y que ha requerido grandes esfuerzos y generado un gran cansancio. Se inició, coincidiendo con el nuevo siglo, tras la firma del Tratado de Niza, actualmente vigente, para responder con mayor legitimidad, ambición y eficacia a dos grandes desafíos: la ampliación en ciernes de 15 a 27 miembros, y la profundización del proceso de integración, necesaria para contrarrestar el riesgo siempre latente de dilución interna y para dotar a la Unión de medios suficientes, renovados y adaptados, que le permitan responder a los retos emergentes de la globalización. La Convención Europea dio como fruto, en 2003, un proyecto de Tratado por el que se establecía una Constitución para Europa que resultó non nato tras el rechazo referendario en 2005 por una mayoría de ciudadanos franceses y neerlandeses y, por lo tanto, de dos países fundadores. En parte el fracaso obedeció a fallos de estrategia y a una política de comunicación deficiente, que dislocó el proceso de ratificación. Esta situación obligó a negociar un nuevo tratado, que fue impulsado por Alemania durante su presidencia y adoptado en la siguiente presidencia portuguesa a finales de 2007 con el nuevo nombre de Tratado de Lisboa. Está compuesto por dos tratados, el Tratado de la Unión Europea (TUE) y el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE). España, como es sabido, ratificó dichos instrumentos en ambas ocasiones, el primero tras el referéndum de 2005 y el último el 26 de junio de 2008. Como siempre ocurre en la Unión, el Tratado de Lisboa fue fruto de un delicado compromiso que conllevó algunas renuncias de contenido. No obstante, lo más relevante no ha sido lo que se ha tenido que abandonar sino lo que se ha logrado mantener para garantizar el funcionamiento futuro de la Unión. De haber resultado inviable la entrada en vigor del nuevo tratado, algo que parece ya imposible, no hubiera sido sorprendente que, dada la inviabilidad práctica de acometer un nuevo intento, se hubiese terminado de imponer en la práctica fórmulas para atenuar el déficit de eficacia del proceso actual de toma de decisiones. Ello habría reforzado el papel de los Estados miembros más poblados, y con mayor capacidad de influencia, en detrimento del marco decisorio institucionalizado de la Unión, el llamado método comunitario.

El proceso constituyente europeo, paradójicamente, ha encontrado serios reveses por parte de la ciudadanía, a la que va dirigido para implicarla más directamente en las actividades de la Unión, que no podemos ignorar En ambos rechazos han coincidido razones complejas que explican la palpable incomprensión ciudadana de lo que está en juego y la consiguiente carencia de apoyo social suficiente al proceso de integración. Da la impresión de que no termina de calar la realidad de que Bruselas no es un centro de poder abstracto, lejano y, mucho menos, autónomo, como se piensa. Europa se hace diariamente en Bruselas con el concurso permanente de las capitales y, por ello, el conjunto de las administraciones nacionales forman parte indisociable de este proceso y son las que negocian, y son, en definitiva, las destinatarias de los actos adoptados y las responsables de su aplicación. Las instituciones europeas sólo tienen en esta última fase un poder de control y, eventualmente, de san- Page 9 ción. Bruselas es, en definitiva, un foro permanente de negociación de normas y acuerdos de contenido y alcance común que actúa como foro de confrontación de visiones e intereses dispares para alcanzar un acuerdo común. La decisión final refleja siempre el resultado de esta confrontación. Es también un foro dinámico y en permanente adaptación, debido a la tendencia expansiva de las competencias a medida que se va avanzando en la construcción de la Unión en el que cada vez se decide más entre todos. Por ello la actividad normativa común constituye la esencia del proceso de integración,y afecta todos los días a millones de ciudadanos.

Entre las razones que explican este considerable nivel de incomprensión ciudadana, algunas son consustánciales al propio proceso de integración y a su creciente nivel de diversificación y de complejidad técnica. La larga marcha de la integración europea comenzó con dos elementos...

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