Las transformaciones de la familia tradicional y la igualdad sexual
Autor | Mª Olga Sánchez Martínez |
Cargo | Universidad de Cantabria |
Páginas | 183-219 |
Este trabajo se enmarca dentro del Proyecto Consolider-Ingenio 2010 "El tiempo de los derechos". CSD2008-00007.
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La familia constituye el primer nivel de integración social del individuo, su primera escuela de disciplina, un lugar de desarrollo personal. Un elemento, por tanto, fundamental en la formación de ciudadanos1. Rousseau expresó claramente la continuidad que existía entre la familia y el Estado y lo hizo afirmando que el amor que se debe al Estado tiene su principio en el amor natural hacia los más cercanos. Por eso, la familia es "la pequeña patria por la que el corazón se une a la grande", y son "el buen hijo, el buen marido y el buen padre quienes hacen el buen ciudadano"2. La familia no es, al menos no sólo, una institución natural. Su importancia trasciende a las relaciones privadas que se desarrollan entre sus miembros. Es una institución social y jurídica de cuyo control político-jurídico nunca se ha prescindido. De hecho el Estado ha pretendido estar presente en la familia desde el mismo momento de su constitución, fijando los requisitos para poder constituir o disolver familias, formalizando las uniones familiares, estableciendo derechos y obligaciones entre los cónyuges o los miembros de la pareja y entre hijos y padres, incluso disuelta la unidad familiar.
Pero la familia no es sólo tampoco una realidad jurídica, es una forma de vida en común, en la que los afectos tienen un papel central y que se desarrolla en un ámbito cultural, laboral, económico, moral y religioso al que no puede permanecer ajena. De hecho históricamente la familia ha demostrado una gran versatilidad adaptándose a las diversas transformaciones del entorno que la rodea3. En la actualidad, precisamente, asistimos a uno de esos momentos de cambio en los que el funcionamiento familiar se acomoda
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mejor a las nuevas circunstancias vitales en las que se desarrolla que las normas jurídicas que la regulan.
Se ha pasado de un modelo familiar casi en exclusiva a una pluralidad de estructuras familiares. Sin embargo, lo novedoso no es tanto la variedad de realidades familiares como el incremento de las personas que se acogen a distintos modelos familiares y, sobre todo, el reconocimiento social como tales familias. La paternidad o maternidad ejercida en solitario, la homosexualidad en pareja, los amantes que no se casan, las separaciones matrimoniales, o las sucesivas uniones entre personas previamente separadas de anteriores parejas han existido siempre. Pero han sido muy minoritarias y han estado acompañadas de apelativos peyorativos tales como familias desestructuradas, incompletas, rotas, defectuosas, descompuestas o problemáticas. Hoy la pretendida línea divisoria entre la normalidad y la anormalidad de la familia va perdiendo aquellos claros perfiles demarcadores que se acomodaron a momentos y contextos concretos y que cada vez son más difíciles de justificar y mantener.
Ante una realidad familiar cambiante, plural, y cada vez más compleja, se ha producido en los últimos años un debate de gran intensidad en torno a la familia, que oscila desde su consideración como una situación peligrosa para el mantenimiento de la estructura social y sus valores tradicionales -aquellos que hacían de la familia un lugar de formación en disciplina, espíritu de sacrificio y solidaridad- a la de una situación de crisis que precisa de una atención inmediata por parte de las instancias políticas y las instituciones jurídicas.
Pero la familia no está en crisis. No ha retrocedido su importancia social, no ha dejado de ser aquel lugar apto para formar ciudadanos. Como siempre la familia sobrevive y se reinventa en una sociedad en que las condiciones de vida democrática y pluralista impregnan la vida privada a través de la vida familiar, y entonces pierde su monopolio y muestra síntomas de debilidad la familia tradicional. Pero, como institución cultural y social, no hay un modelo universal de familia sino distintos modelos que se han ido sucediendo a lo largo de la historia. La denominada familia tradicional es uno de tantos modelos que se fraguó en la modernidad y que encontró un buen acomodo en el desarrollo de la sociedad industrial. El desplazamiento del campo a las ciudades y la movilidad del trabajador industrial produjo el cambio de la familia extensa a la familia nuclear, formada básicamente por padres e hijos; una economía centrada en la producción y en la división fun-
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cional del trabajo incidió en la división sexual del mismo, cuyas bases ya habían sido diseñadas en el pensamiento ilustrado.
La llamada crisis familiar toma, por tanto, como referencia a un mode-lo familiar concreto. Alude a aquella estructura familiar que procede de la modernidad, enmarcada dentro de las instituciones del mundo burgués y que fue capaz de responder a las expectativas y exigencias del desarrollo de la sociedad industrial. Es el modelo sustentado sobre la base de una familia nuclear formada básicamente por los cónyuges y los hijos, en el que existe una férrea distribución de roles sexuales y una relación desigual entre los esposos. En tal configuración familiar reposó su estabilidad y derivado de ella todo un modelo político y económico. Es a este modelo familiar matrimonial, heterosexual, desigual y a perpetuidad, al que hace referencia la crisis de la familia. Aquella familia en la que los rigores de las leyes, el tiempo y los sexos la fueron alejando de la realidad vivida por sus miembros. Las leyes establecieron un férreo control de la familia a través del matrimonio, un negocio jurídico formal, único medio apto para crear destinos familiares. En relación al tiempo la estabilidad fue cifrada en la indisolubilidad del vínculo. La división sexual, generadora de las relaciones de dependencia y subordinación de la mujer al varón dentro y fuera de la familia, formó también parte de esos valores tradicionales transmitidos en el seno familiar.
La visión del matrimonio y de la familia propia de la filosofía del derecho moderno es expresión de aquella forma de vida burguesa que ordena, educa, instruye y calcula. Que racionaliza partiendo de una naturaleza de la que se sentirán capaces de derivar una realidad jurídica y que calificarán, incluso, de necesidad moral. El matrimonio hombre-mujer con sus características esenciales de fidelidad e indisolubilidad, reparto de funciones entre los sexos, asignación de una unidad patrimonial y centro de educación de los hijos será, a la vez, moralmente correcto y económicamente rentable.
La razón ha sustituido a la revelación y la naturaleza a la divinidad para justificar las virtudes de una burguesía orgullosa de su moralidad. Una moralidad en la que el placer cede ante el deber y el amor se instrumentaliza hacia la utilidad, al servicio del bien general. El burgués, con su afán de orden y buen administrador de intereses económicos, convierte al matrimonio en la forma de ordenar y administrar tanto los intereses afectivos como los económicos. Como la buena marcha de los negocios, el matrimonio es un
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signo de triunfo, estabilidad y rentabilidad. La señal de que se ha cumplido, como exigencia moral, someter la vida a orden y disciplina, que se ha logrado racionalizar y "economizar la conducta vital"4.
La forma de vida burguesa fue así la productora de una seguridad que remitió a una forma de vida universal. Fue la transformación de su poder en derecho. Una universalidad construida sobre la razón y la naturaleza que pretenden estructurar, desde el ámbito de lo ya dado, las posibilidades y necesidades morales, a la vez que conformar la realidad jurídica.
Pero aquella forma de vida, basado en una naturaleza que universaliza e iguala, se ha construido sobre un material muy complejo. Sobre "la aparente regularidad de lo humano", sobre las "naturalezas corrientes", y concluyó en la "simple reivindicación de un precepto" que convirtió lo excepcional o irregular en antinatural, inmoral y transgresor de normas5. Una elevada racionalidad que, tomando como base una construcción abstracta, racional y universal del matrimonio y la familia, ha revelado sus propias insuficiencias, al desconocer la realidad del matrimonio y no tener en cuenta las vicisitudes y experiencias por las que transcurre la vida de sus integrantes.
Por eso Benjamín decía, a principios del Siglo XX, que la concepción de aquel matrimonio y aquella familia no era sino la "ejecución de una decadencia". El planteamiento ilustrado es el fruto de una razón que "insobornablemente fiel a sí misma" pretende descifrar el contenido objetivo del matrimonio, pero tal contenido permanece oculto. El fundamento de la familia no es el derecho matrimonial, sino la existencia de vínculos personales donde se pone de manifiesto todo lo humano que le subyace6. La realidad vivida en el seno familiar ha ido desvaneciendo aquella construcción ideológica de la familia tradicional dando paso a una pluralidad de mode-los familiares7.
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