Transexualidad Y Deconstrucción Del Género Jurídico

AutorDaniel J. García López, María Del Mar Fernández Pérez.M.M.
Páginas139-156

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I El laboratorio de la verdad

La dominación1 del sistema anatómico-biológico. En 1942 Theodor Adorno y Max Horkheimer editaron un volumen colectivo, en el seno del Instituto de Investigaciones Sociales, sito por aquel entonces en Los Ángeles (USA), bajo el triste título Walter Benjamin zum Gedächtnis. Dos años antes, en 1940, Benjamin aparecía muerto en Portbou, un pueblo fronterizo entre España y Francia. En este libro colectivo se publicó uno de sus últimos escritos, en donde Benjamin sentenciaba con rotundidad: «la tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el estado de excepción en el que vivimos2».

Esta tesis, que contempla la historia desde la mirada de los vencidos y de los oprimidos, muestra la violencia que incluso el derecho mantiene3. Este

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estado de excepción se manifiesta en un gobierno y administración de la vida entera de la población que produce excedentes4, hostis, desde los cuales crear los márgenes de la identidad. Extraños que pierden su condición de bíos, de vida cualificada, y son reducidos a simple zoé, al simple hecho de vivir en una anomia (no-derecho) en donde la decisión –Carl Schmitt vuelve rejuvenecido a la palestra– retoma con fuerza su lugar, en donde el bando del soberano crea el band-ido, el a-bando-nado.

En estas páginas hablaremos de uno de estos abandonos: el sujeto transexualidad5como excedente. Para ello nos valdremos de dos ejes interconectados sobre los cuales girarán nuestras refiexiones. El primer eje versa sobre el sistema de dominación anatómico-biológico. El segundo eje descansa sobre la legislación esencialista que reproduce y protege dicho sistema. Ambos ejes encuentran su punto de unión en la idea de verdad. El sistema de dominación anatómico-biológico reproducido en la legislación se manifiesta como un laboratorio de la verdad. Como ha señalado Rainer M. Kiesow en relación a la tortura, el derecho ya no busca la verdad en el exterior, sino que la enuncia él mismo: vere dictum6. Esta comunidad, generada en este especial laboratorio jurídico, exige para ser parte de ella (miembro) la propiedad de una (verdadera) identidad. Sólo se pertenece si previamente se es propietario de la identidad idónea. Contra esta comunidad el sujeto transexual, creemos, ocupa una posición subversiva.

Históricamente la mujer se ha visto sometida a un sistema de dominación falocrático, es decir, basado en el hecho biológico de ser propietario de un falo. Frente a este sistema anatómico-biológico, la identidad femenina, como puso de manifiesto Baudrillard, ha opuesto «una autonomía, una diferencia, un

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deseo y un goce específicos, otro uso de su cuerpo, una palabra, una escritura –nunca la seducción7». La mujer ha sustituido el sistema de poder anatómicobiológico masculino por otro anatómico-biológico femenino, reproduciendo el mismo sistema de dominación y exclusión al que ella misma se ha visto sometida: ahora se pretende que el sistema falocrático, sustentado sobre la base del organicismo más rancio, sea calificado con el término femenino. Al resaltar la subjetividad propia, la identidad femenina –al igual que otras identidades, por ejemplo de tipo étnico– abandona el deseo de transformación global por el reconocimiento de particularidades o derechos exclusivos8; derechos exclusivos basados en el hecho biológico de ser mujer.

En estas luchas y reivindicaciones de la mujer frente a la falocracia se reproduce el sistema anatómico-biológico sin cuestionarlo. De ahí que sea el propio sistema el que determina los márgenes de las reivindicaciones. La resistencia frente a la falocracia está condicionada por y en los propios límites del sistema anatómico-biológico. Esta resistencia mantiene y reproduce la estructura anatómico-biológica en vez de subvertirla con otras categorías, provocando un umbral de exclusión, un excedente del sistema: aquéllos que no convergen con el Uno. Esta distancia puede llevarnos al ideal emancipatorio. Pero antes de llegar a comprender la transexualidad como fenómeno emancipatorio es necesario un largo proceso de análisis y aprendizaje. Podemos hacer nuestras las palabras de Cristina Garaizabal cuando se aproximó por primera vez, desde el feminismo militante, al fenómeno transexual: «(no comprendía) que se pudiera reivindicar la pertenencia a un género, el femenino –con todo lo que este implicaba de opresión– sin cuestionarse la propia existencia de los géneros. Más difícil resultaba, todavía, simpatizar con la imagen estereotipada de la feminidad que algunas de ellas mostraban9».

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Es difícil comprender con los esquemas de la izquierda la condición de identidad emancipatoria de un movimiento que pretende precisamente la equiparación de roles sociales y sexo genital, es decir, lo contrario de lo que se viene buscando desde la teoría crítica feminista en las últimas décadas: señalar las construcciones sociales que hay detrás de los roles de género, y, en última instancia, liberarnos de ellas10.

A este estupor, llamémosle ideológico, se nos presenta otro como juristas de formación. ¿Por qué ese énfasis en reivindicar el cambio de sexo en el registro civil11¿No bastaría con eliminar de nuestra normativa la referencia, actualmente inútil, al sexofi ¿No sería lógico hacer desaparecer esa referencia, resto de tiempos en que el ser mujer equivalía a ser menor de edad e iba acompañada de numerosas limitacionesfi Está claro que detrás de estas dudas se esconde una profunda ignorancia. La investigación para este escrito ha sido, en primer lugar, un tremendo trabajo de aprendizaje sobre lo que significa la transexualidad, y, en segundo lugar, una continua revisión de las ideas preconcebidas sobre la identidad y las identidades.

II Fuera de la verdad-normalidad: un umbral de exclusión

La transexualidad aparece recogida como enfermedad tanto en la Clasificación Internacional de Enfermedades12(CIE-10) como en el manual de enfermedades mentales norteamericano13(DSM-IV-R). De ambas clasificaciones

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se pueden extraer los siguientes rasgos diagnósticos, que, desde el punto de vista clínico, definen la transexualidad14:

  1. Identificación acusada y persistente, de al menos dos años de duración, con el otro sexo, que se manifiesta a través de síntomas como el deseo firme de pertenecer a éste o convicción de experimentar sensaciones y reacciones típicas del otro sexo.

  2. Malestar persistente con el propio sexo o sentimiento de inadecuación con su rol, que genera el deseo de someter a cambios su cuerpo.

  3. La alteración no coexiste con ningún otro trastorno mental o con anomalías genitales o cromosómicas.

  4. La alteración provoca malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes.

Numerosos activistas y colectivos transexuales consideran que la inclusión en estas listas de enfermedades son peyorativas y exigen que se retiren, al igual que sucedió con la homosexualidad15. De acuerdo con estas posturas, el análisis “clínico” de la transexualidad y el “tratamiento” hormonal y quirúrgico no es más que un intento de reconducir a la normalidad, en el sentido de el cumplimiento de la norma, a experiencias e identidades que no se reconocen en un modelo heteronormativo y patriarcal16. Sin embargo, esta posición contrasta con quienes centran sus reivindicaciones en la asistencia sanitaria y la gratui-

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dad de los tratamientos de reasignación de género. Desde estas posiciones se entiende que estamos ante una situación que requiere un tratamiento costoso, no ante una opción vital.

A esta disyuntiva se suma la controversia sobre si estamos ante un fenómeno universal y a-histórico, que ha tenido lugar en todos los tiempos y civilizaciones, o ante un derivado de la sociedad occidental actual. Se han realizado estudios, principalmente desde la antropología deconstruccionista, que encuentran en instituciones históricas como los Sererr de Kenya, los Hijra de la India, los Nadle de los navajos, los miembros del culto Yellamma en la India y numerosas instituciones similares en Samoa o en el emirato de Omán17. El análisis de estos modos de vida es extraordinariamente complejo y escapa por completo al objeto del presente trabajo. Es, además, un terreno aún por desarrollar por parte de la antropología y la antropología social, en el que quedan muchos enigmas sin resolver. Solo citaremos dos: ¿Por qué hay más mujeres transexuales que varones en nuestro contexto históricofi Y, por el contrario, ¿por qué en los ejemplos históricos18se habla, casi exclusivamente, de varones a los que se permite vivir como cierta clase de mujeres19Solo tenemos aquí espacio de mencionar que muchos otros autores están en desacuerdo con considerar equiparables estas identidades particulares en determinadas sociedades con el moderno fenómeno de la transexualidad, considerados como identidades rituales o de homosexualidad institucionalizada, señalando que la transexualidad actual es inseparable del estado de la técnica y las relaciones sociales: «La producción de nuevas subjetividades está en estrecha relación con las tecnologías. En este sentido, la construcción social del transexualismo es fruto de las relaciones que este mantiene con las instituciones y aquellas tecnologías médicas en contacto más íntimo con el cuerpo. Cuando señala que

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el transexualismo de mujer a varón, en relación a su opuesto de varón a mujer, está teórica y tecnológicamente menos desarrollado, está en lo cierto»20.

Por último destacar lo interesante que resulta comprobar cómo el paradigma, llamémosle, médico, de la transexualidad como enfermedad y la operación genital pasando por el quirófano, se distancian cada vez con más frecuencia los autores y los...

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