Tradiciones en la resolución de conflictos y controversias: ¿cómo resolver conflictos actuales con la ayuda de planteamientos del pasado?

AutorMarcelo Dascal
Cargo del AutorDoctor en Filosofía, Universidad de Tel Aviv, Israel
Páginas187-211

    Traducción de Jesús Navarro Reyes.

    Una versión en alemán de este artículo, titulado «Salomón, Ibn Rushd, Leibniz y el conflicto palestino-israelí» se publicó en Georg Meggle (ed.), Deutschland, Israel, Palästina: Streitschriften, Hamburgo, Europäische Verlagsanstalt (EVA), 2007, y una versión inglesa, titulada «Traditions of controversy and conflict resolution», en Marcelo Dascal and Hanliang Chang (eds.), Traditions of Controversy, Amsterdam, John Benjamins, 2007.

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La violencia degrada las bases de la democracia en Israel. Ha de ser denunciada, condenada y aislada.

YITZCHAK RABIN

(Últimas declaraciones, minutos antes de su asesinato, 4 de noviembre de 1995)

1. Introducción

QUISIERA ocuparme aquí de las opiniones acerca del problema de las controversias de tres distinguidos representantes de distintas tradiciones –la judía, la musulmana y la cristiana–, para aplicarlas a un conflicto persistente: el conflicto palestino-israelí. Mi propósito es encontrar en estas tres perspectivas algunas ideas innovadoras que permitan, tanto en la teoría como en la práctica, aumentar las posibilidades de resolver el conflicto en cuestión. En un conflicto de este tipo, donde dos tradiciones y culturas diferentes entran en confrontación y la tendencia de los contendientes es la de subrayar sus diferencias, es importante intentar detectar los elementos en los que pueda encontrarse cierta similaridad o, al menos, una cercanía suficiente, que permita superar las diferencias y lograr una reconciliación final. Tanto los pensadores considerados como las circunstancias en las que operan son, sin duda, extremadamente diferentes. No obstante, uno de mis propósitos aquí es señalar que es posible comparar sus perspectivas, e incluso intentar combinarlas en un conjunto de modelosPage 190 complementarios, capaces de ayudarnos a superar los callejones sin salida a los que llegan, por falta de nuevas ideas, los analistas y políticos que intentan solucionar un conflicto actual. Pudiera ser que las ideas nuevas y relevantes que necesitamos no procedieran únicamente de nuestra creatividad actual, sino también de la de los grandes pensadores del pasado; y no sólo de los de la propia tradición acerca de las controversias, sino también de tradiciones distintas. La innovación metodológica que quisiera introducir aquí no es más que la idea de «pescar buenas ideas en el pasado»: viejas ideas que permanecían inadvertidas, o sin aplicación, y que pueden resultar útiles a la hora de reconsiderar nuestros dilemas actuales. En este sentido, examinaremos tres modelos muy distintos de resolución de conflictos: los del Rey Salomón, Ibn Rushd y Leibniz.

Los conflictos violentos son formas extremas de confrontación, donde los antagonismos latentes devienen explícitos, y aparentemente imposibles de solucionar excepto por el uso de la fuerza –y, en ocasiones, ni siquiera por esos medios. El centenario conflicto israelípalestino parece ser de este tipo.

Para aquellos de nosotros cuya vida está marcada diariamente por el sufrimiento de este conflicto, esta aparente carencia de perspectivas de solución es insoportable. Apelar a la filosofía ante la dificultad de estas circunstancias puede no parecer más que una forma de escapismo. ¿Qué podría ella ofrecernos, que no sea la estoica aceptación de un destino que no somos capaces de cambiar? ¿O, peor aún, incitaciones a ser moral y justo, amable y encantador, veraz y razonable y, por encima de todo, a no abandonar la esperanza, en circunstancias en las que nada de lo que estas apelaciones pretenden conseguir parece siquiera posible?

Pues, en mi opinión, la reflexión filosófica puede ofrecer mucho más que eso. Puede ofrecer una perspectiva desde la que sea posible una comprensión más profunda de los conflictos en general, y de este conflicto en particular, así como algunos principios rectores para la acción en situaciones de conflicto. Y no sólo eso. También puede ayudar a identificar las tareas prácticas que han de afrontar aquellos quePage 191 no quieren contentarse con lamentar la incapacidad humana a la hora de resolver los problemas más difíciles de la existencia, en este mundo imperfecto.

Comenzaremos tomando cierta distancia, y ganando así cierta perspectiva. Todos soñamos con un mundo pacífico e idílico, en el que todos los conflictos se han resuelto con plena satisfacción para todos los implicados. Pero la verdad es que, históricamente, los conflictos rara vez son fenómenos duraderos, difíciles de resolver (o eliminar) de una vez y para siempre. Sus periodos agudos de violencia no son más que episodios en un proceso dialéctico, a lo largo del cual suelen adoptar formas más moderadas, como el enfrentamiento político, económico o cultural. Una fase violenta del conflicto es generalmente precedida y/o seguida por periodos de intensa actividad verbal –sea en la forma de mutuo criticismo, acusaciones y amenazas, negociaciones de alto el fuego u otros acuerdos para reducir las actividades beligerantes, e incluso tratados de cooperación y reconciliación, que apuntan hacia acuerdos de paz parciales y, por tanto, lejos de ser perfectos. He examinado en otro lugar la relación entre los conceptos de discusión y guerra, y he sostenido que no están sólo conectados en el modo metafórico que es bien conocido, sino también por una causalidad metonímica: donde truenan las armas, no hay discusión posible; es mejor hablar que luchar... Estos dichos populares, en su forma habitual, simplifican la cuestión, pues lo cierto es que, en los conflictos más difíciles, la comunicación entre las partes avanza por ambos caminos simultáneamente: el de las bombas (o la escalada armamentística) y el de las palabras (sean declaraciones beligerantes o el esbozo de tratados de paz).

Desde esta perspectiva, «nuestro» conflicto palestino-israelí no es una excepción. Hemos pasado por todas estas fases, y en la actualidad estamos atravesando otra en la que predomina (aunque, por suerte, no exclusivamente) la violencia físico-verbal, con ciertas esperanzas, así como con dudas, acerca de si esto conducirá hacia la renovación de un verdadero «proceso de paz». Pero la situación es delicada, por no decir volátil, y la relación entre estos dos aspectos del conflictoPage 192 puede invertirse rápidamente, como ya ocurriera en el pasado –especialmente en vistas del hecho de que en ambos lados hay grupos poderosos que están más interesados en la persistencia de la violencia que en el logro de alguna forma de coexistencia pacífica.

En estas circunstancias, las cuestiones que han de plantearse aquellos que prefieren buscar una forma de coexistencia pacífica son necesariamente modestas en cuanto a su alcance, aunque quizás más difíciles de contestar que la cuestión última acerca de la paz eterna y la solución absoluta. Pues la cuestión crucial debería ser cómo concebir y reforzar acuerdos prácticos, a saber, políticos e inter-personales, capaces de alcanzar y prolongar él máximo número de periodos pacíficos, y así, de alguna manera, reducir el riesgo de nuevas estallidos de violencia. Deberíamos por tanto plantearnos preguntas del tipo siguiente:

– ¿Cómo definir, acordar, desarrollar y reforzar los «intereses comunes» de las partes que proveen la base para tales acuerdos?

- ¿Cómo establecer los «intereses fundamentales», es decir, las exigencias esenciales y justas por cada parte, sin cuya satisfacción ningún acuerdo sostenible puede funcionar?

- ¿Cuáles son los principios éticos del diálogo que permiten a las partes en conflicto negociar un acuerdo duradero y justo, sin negarse a sí mismas o negar al contrario?

- ¿Pueden limitarse las modalidades de violencia, de modo que no dañen de modo irremediable las perspectivas de reconciliación?

- ¿Cómo mantener abiertos y activos, incluso en los peores momentos de violencia, los canales de diálogo que serán precisos cuando llegue el periodo de reconciliación?

- Y, finalmente, desde un planteamiento más metafísico, ¿puede haber acuerdos duraderos, dado el carácter ontológicamente dinámico y dialéctico de los procesos de conflicto?

Ninguna de estas cuestiones tiene fácil respuesta, pues es imposible un acercamiento adecuado a ninguna de ellas sin tomar en con-Page 193sideración numerosas disciplinas filosóficas, así como un gran número de contribuciones relevantes que proceden de muchas otras disciplinas. En lugar de ello, aquí me centraré –por desgracia, con excesiva brevedad– en dos de las cuestiones mencionadas: las que preguntan por los «intereses comunes» y los «intereses fundamentales». Al hacerlo, por supuesto, haré uso de la filosofía contemporánea, pero también de modelos de resolución de conflictos que pueden encontrarse en las tres tradiciones que tienen un papel decisivo, de un modo u otro, en el conflicto cuya resolución aquí nos concierne: el judaísmo, el islam y la cristiandad.

2. Intereses e intenciones colectivas

QUISIERA comenzar con la noción de «intereses comunes». La teoría filosófica de la acción colectiva podrá ser de utilidad. Una acción es propiamente llamada «colectiva» cuando las intenciones-en-la-acción particulares de cada individuo que está implicado en la acción colectiva están referidas de un modo no-eliminable a un «nosotros» que, de modo conjunto, realiza la acción. En este sentido, puede decirse que una acción es colectiva cuando le es subyacente una «intenciónconjunta», compartida por sus agentes1. Un grupo de amigos que organiza una fiesta comparte la intención de organizar la fiesta, y cada uno acepta realizar las acciones específicas que esta intención colectiva le asigne, de modo que, para que cada una de estas acciones tenga sentido, es preciso que haga referencia a la «intención-conjunta» del grupo2.

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Nótese que el mero hecho de que los intereses de distintos individuos...

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