La tradición de las teorías del control social en Criminología

AutorAlfonso Serrano Maíllo
Cargo del AutorDoctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid
Páginas47-74

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1.1. Una rancia tradición

La Criminología científica, tal y como es comprendida hoy en día de modo mayoritario, es hija del pensamiento positivista decimonónico1. Aunque sería injusto no reconocer antecedentes -la misma idea de aplicar el método científico al estudio del comportamiento humano tiene, no se olvide, una rancia tradición-, aquellos protocriminólogos operaban de modo más bien aislado y, sobre todo, con finalidades específicas en mente. Así las cosas, la obra de Guerry, Quetelet, los demás representantes de la estadística moral y algunos otros, en la primera mitad de aquel siglo, puede con sobrados méritos ser considerada el inicio de nuestra disciplina. A mi modo de ver, sin embargo, sólo con la Escuela positiva italiana de Lombroso y sus muchos y diversos seguidores efectivamente se consolidó la Criminología en el sentido mencionado. Nótese que hablamos de desarrollos que tienen lugar en Europa2. No está de más, asimismo, llamar la atención sobre la influencia que la obra de estos italianos tuvo en nuestro país y sobre el hecho de que esta recepción es el origen del nacimiento de la Criminología en España3.

Con todas sus virtudes, sin embargo, es difícil encontrar teorías en sentido estricto, tal y como las entendemos hoy, entre estos primeros cultivadores de la disciplina. A mi modo de ver, ello es probablemente debido a las concepciones entonces imperantes de causalidad y explicación, así como de la relación entre ambas. Con muchas cautelas podría aventurarse que lo importante para ellos era encontrar factores que figurasen en la causación del delito o la criminalidad, o al menos que elevasen la probabilidad de que estos fenómenos apareciesen4. Sea como fuere, la formulación de teorías en

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el sentido de la presente monografía no se encontraba entre las funciones preferidas por aquellos gigantes de las ciencias humanas y sociales5. El enfoque de casi todos ellos, entonces, es predominantemente plurifactorial, incluyendo desde luego el del incomprendido Lombroso6. Y este enfoque plurifactorial -que, sin ser incompatible con ella, no casa nada bien con la teorización en sentido estricto- siguió siendo predominante durante mucho tiempo.

De todos modos, es menester no perder de vista los puntos de contacto. Cabría perfectamente señalar que el esfuerzo se centraba ya en la búsqueda de las causas del delito, si bien quizá no mediante la estrategia de construir teorías que incluyeran explicaciones de tipo causal entendidas en términos bien de leyes o bien de mecanismos. Nótese que en estas lecturas van implícitas concepciones de la (íntima) relación que existe entre causalidad y explicación. Tampoco está de más recordar que concepciones hoy superadas de causalidad fueron influyentes en Criminología y en teoría criminológica en concreto incluso hasta los tiempos del Sutherland tardío de los años cuarenta7.

El enfoque plurifactorial, así las cosas, dominó la Criminología seria allí donde ésta existía hasta por lo menos, probablemente, bien entrados los años treinta del siglo pasado8. En muchos de aquellos autores, sobre todo los primeros, prevalecía un especial interés por factores de naturaleza biológica; aunque en la Escuela de Chicago enseguida se comenzó a recurrir a los sociológicos como la desorganización social, el control o la cultura e incluso se llegó a producir un cambio en la unidad de análisis desde el individuo a grupos como las bandas o las comunidades de los barrios, incluyendo las características de éstos -con lo cual el alejamiento de lo biológico se volvió más patente todavía. Entre los representantes ortodoxos dignos de mención del enfoque plurifactorial se encuentran, ahora en Estados Unidos, el olvidado Healy y los Glueck. En la vieja Europa, que ya comenzaba a quedarse rezagada en todos los ámbitos de la disciplina, excepto quizá en su vertiente crítica, el panorama no era muy diferente9. Aquellos desarrollos, muchos de los cuales siguen causando una honda impresión hoy en día, han contribuido de modo decisivo a nuestra materia y deben juzgarse de acuerdo con sus puntos de vista e intereses científicos. En la presente monografía, sin embargo, lo que nos interesa son, por supuesto, las teorías en sentido estricto, esto

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es que incluyan explicaciones causales entendidas en términos de leyes o, sobre todo, de mecanismos10.

Así las cosas, puede afirmarse que la teorización en la Criminología contemporánea comienza a recibir una atención preferente y a ocupar un lugar decisivo desde finales de los años treinta del siglo pasado con la aparición de la tesis de la asociación diferencial -aunque todavía con importantes consideraciones, que aquí pasaremos por alto, sobre lo que se consi deraba una teoría o una explicación11.

Las primeras teorías del control social en sentido contemporáneo aparecen a principios de los años cincuenta de la mano de investigadores como Nye, Reckless y sus colegas, Reiss o Toby. Las mismas o al menos sus fundamentos o puntos de partida, naturalmente, tienen un rancio linaje12.

En efecto, algunos de los planteamientos más importantes de las teorías del control social, como es sabido, pueden reconducirse a la obra de Hobbes -a quien ya hemos citado más arriba. Su idea más conocida, aquí decisiva, es, probablemente, la referida al estado de naturaleza y al pacto entre los hombres. En el estado de naturaleza en que se encontrarían originariamente los hombres13 existiría una situación de lucha de todos contra todos. Ello es consistente con una determinada concepción de la naturaleza humana. De este modo escribe en Leviatán que «es manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los mantenga a todos intimidados, se hallan en esa condición que se llama guerra; y tal guerra es la de todos contra todos», de manera que «También entre los hombres, hasta que fueron constituidas las grandes Comunidades (Commonwealths), no se pensaba que fuera un deshonor ser pirata o salteador de caminos, sino más bien un negocio lícito». Continúa: «Respecto a esta guerra de todos contra todos, esto también es una consecuencia; que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilícito, justicia e injusticia no tienen lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe; donde no hay ley, no hay injusticia». De este modo, todos los hombres son iguales y «De esta igualdad de habilidad surje la igualdad de esperanza en la obtención de nuestros fines. Y por

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lo tanto si dos hombres desean la misma cosa, que en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos; y de camino a su fin [...] procuran destruirse o someterse uno al otro»14.

Una cierta tendencia natural al daño a los demás es algo que también se encuentra en aquella situación primigenia. Así lo expresa Hobbes, por ejemplo en De Cive. A su juicio existen dos máximas de la naturaleza humana, «una de las cuales brota de la parte concupiscible que desea apropiarse para sí el uso de aquellas cosas en las que todos los demás tienen un interés conjunto»; «las disposiciones de los hombres son naturalmente de tal condición que, excepto cuando son reprimidos por temor a algún poder coercitivo, cada hombre desconfiará y tendrá miedo de cada otro hombre; y como por derecho natural, se verá obligado a hacer uso de la fuerza que tiene para lograr la preservación de sí mismo»; «si desapareciera el miedo, los hombres serían más intensamente arrastrados por naturaleza a obtener dominio sobre sus prójimos que a llegar a una asociación con ellos [...] La causa del miedo mutuo se debe en parte a la igualdad natural entre los hombres y en parte a la voluntad que tienen de hacerse daño mutuamente [...] En el estado de naturaleza, todos los hombres tienen el deseo y la voluntad de hacer daño»15. Podrían citarse muchos otros pasajes tanto o más ilustrativos16.

En el estado de naturaleza los hombres tienen, por lo tanto, una libertad plena, pero su existencia es muy precaria. Por este motivo se opta por un pacto social en el que se renuncia a parte de la libertad previamente ilimitada, pero que en conjunto resulta más favorable17. Nótese que esta unión social ¡no encuentra su origen en la naturaleza humana!, o sea en alguna tendencia natural de los individuos, sino en su propio beneficio: «no buscamos asociarnos con otros por la asociación misma, sino porque de ella podemos recibir algún honor o beneficio». Este es el sentido, pues, en el que Hobbes considera que el hombre es un animal social o apto para vivir en sociedad en el sentido de someterse a unas ciertas reglas e incluso de actuar solidariamente. Pero más por interés que por impusos naturales: «Es, por tanto, manifiesto que todos los hombres, como nacen en un estado de infancia, nacen ineptos para la sociedad [...] el hombre es susceptible de hacerse sociable, no por naturaleza, sino por educación»18.

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Aunque Hobbes es el autor que más habitualmente se menciona para algunos de los puntos de partida o asunciones de las teorías del control y del autocontrol en particular, la estirpe, desde entonces, es más amplia. En el marco de la misma es menester destacar a Spinoza -quien acusa en muchos escritos la influencia del primero, pero que de ningún modo puede asimilársele. Así, verbigracia, en el Tratado político escribe que los filósofos «han aprendido a alabar, de diversas formas, una naturaleza humana que no existe en parte alguna y a vituperar con sus dichos la que realmente existe. En efecto, conciben a los hombres no como son, sino como ellos quisieran que fueran», así como que todos los hombres «desean ser los primeros, llegan a enfrentarse y se esfuerzan cuanto pueden por oprimirse unos a otros; y el que sale victorioso se gloria más de haber perjudicado a otro que de haberse beneficiado él...

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