El trabajo asalariado: una relación social inestable

AutorJorge García López
Cargo del AutorProfesor de Sociología. Universidad de Castilla-La Mancha
Páginas291-308

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Introducción

La precariedad laboral se expresa actualmente para un creciente número de asalariados como una interinización generalizada165en lo relativo a sus vínculos con la ocupación remunerada, con el empleo. Esta interinización en el empleo conlleva, en muchos casos, una considerable merma de las condiciones de vida de estos asalariados, en tanto que esencialmente dependientes del tiempo de trabajo efectivo versado a unos u otros capitales. Tanto más allí donde las prestaciones sociales en materia de desempleo, salud y educación más dependan, directa o indirectamente (vía cotizaciones), de la cuantía de los salarios previamente devengados.

Las fórmulas jurídicas bajo las que este proceso se despliega son múltiples y distan de restringirse, a escalas internacionales, a condiciones de entrada, permanencia y salida de los mercados de trabajo expresamente definidas como «temporales»: también estatutos de empleo definidos formalmente en los ordenamientos legales como «estables» (indefinidos, a tiempo parcial, formativos, de inserción, etc.) proveen a cada vez más trabajadores de vínculos, en la práctica, inestables en el tiempo, con sectores, empresas y puestos de trabajo progresivamente heterogéneos. De este modo (y tal como se habrá constatado en otras intervenciones de este mismo volumen) el estatuto de empleo consagrado por los ordenamientos jurídicos europeos tras la II Guerra Mundial como la «norma», el empleo estable y a tiempo completo, ha dejado progresivamente, desde la década de 1980, de adecuarse,

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estadísticamente hablando, a dicha definición para verse sobrepasado por sus supuestas «excepciones». Las políticas de devaluación interna impuestas en los últimos años a los países del sur, al hilo de la actual crisis económica y merced a la particular arquitectura de la zona euro, no han hecho más que impulsar la aceleración de dicho proceso de interinización del empleo (la reciente propuesta de un futuro «contrato único» para el Reino de España resulta un perfecto ejemplo) con sucesivas reformas laborales permanentemente inacabadas.

No obstante, a pesar de su extensión y persistencia, son muchas las voces que adscriben este proceso a las voluntades concertadas de dignatarios políticos, ideólogos académicos y poderes empresariales particulares, subrayando con ello su artificialidad, contingencia y, por ende, su reversibilidad. Para ellos, implícitamente, la norma de empleo del período de postguerra seguiría dando cuenta de un estado normal o natural, el caracterizado por la estabilidad del vínculo que liga al trabajo con el trabajador; estado al que, siempre que hubiera voluntad política para ello, podríamos retrotraernos a escalas nacionales.

Estos planteamientos distan mucho de resultar obvios a la luz de algunos de los debates mantenidos en las ciencias sociales contemporáneas desde hace ya 60 años, en los momentos de la institucionalización de dicha «norma» de empleo; debates entre sociólogos dedicados a teorizar precisamente dicha transformación: los Sociólogos del Trabajo y otros. Como trataremos de desarrollar al hilo de ellos:

- los vínculos entre trabajos y trabajadores podrían resultar estructuralmente inestables en una sociedad salarial, caracterizada por la compra-venta generalizada de fuerza de trabajo como principal medio de vida de las poblaciones,

- la aparente estabilidad de los mismos durante el período de post-guerra podría resultar una circunstancia contingente ligada a un determinado contexto histórico, caracterizado por la reconstrucción de naciones enteras, devastadas por la guerra,

- y la reivindicación de dicha estabilidad podría desvelarse como un anacronismo, equivalente a encerrar a cada asalariado en su trabajo, condenándolos a una existencia subordinada a los imperativos de una acumulación de valor (eso sí, acumulación considerablemente castrada en términos de su capacidad de generación de riqueza material).

El repaso de esos debates podría ser, también, de alguna utilidad cuando los colectivos e instituciones implicados con la suerte de la clase de los asalariados decidan (o no les quede más remedio que) pasar a la

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ofensiva: es posible que la única salida tendencial de las precariedades asociadas a la interinización generalizada del empleo pase por un aumento exponencial del salario social (en sus componentes indirectos y diferidos) desligando, además, el mayor porcentaje del mismo de los tiempos implicados en las prestaciones laborales efectivas. Esto supondría moverse en la dirección de desatar definitivamente el vínculo entre las condiciones de vida del conjunto de la población y las prestaciones laborales directas, medidas en tiempo de trabajo, en los procesos de valorización.

1. La sociología del trabajo tradicional

La Sociología del Trabajo se institucionaliza académicamente en el marco de la reconstrucción continental, tras la Segunda Guerra Mun-dial, como una especialidad consagrada a la pacificación definitiva de los conflictos que, en los ámbitos industriales, habían desgarrado la cohesión interna de los estados nación europeos durante los años treinta. Inspirada en los desarrollos de la Escuela de las Relaciones Humanas norteamericana se pensaba a sí misma, sin embargo, como una alternativa «obrerista» a la anterior: las razones del conflicto no había que situarlas en la anomia (falta de integración del operario en la organización empresarial), sino en la alienación (ajenidad del trabajador con respecto a sus tareas y actividades).

Partiendo de aquí es posible poner en perspectiva los trabajos de las tres escuelas clásicas que, en el marco de la Sociología del Trabajo, se han venido desarrollando hasta el presente: «humanista», «marxista» y «postfordista»166. Mientras la escuela «humanista» apelaba al desarrollo científico técnico como variable independiente que explicaba el paso de una situación de trabajo controlada por el trabajador colectivo a otra que le controla a él, alienándole, la escuela «marxista» hará lo propio con la propiedad privada de los medios de producción. Los «post-

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fordistas», por su parte, multiplicarán los factores explicativos a tener en cuenta para la permanencia o reversión del trabajo alienado: la trayectoria tecnológica (tecnologías rígidas o flexibles), la evolución de la demanda en los mercados de bienes y servicios (masiva y homogénea o pequeña y diversificada) y las relaciones de poder entre agentes dentro, entre y fuera de las unidades productivas (sectores y departamentos arcaicos o modernizadores, políticas estatales centralizadas y nacionales o descentralizadas y territorializadas, etc.).

No obstante, en todos los casos la Sociología del Trabajo ha opuesto una situación de trabajo supuesta como «artificial» y, pretendidamente, «coyuntural», la caracterizada por la usurpación burocrática (empresarial y administrativa) del control del trabajador colectivo sobre su trabajo, esto es, la caracterizada por la heteronomía del trabajador, por el trabajo alienante, a otra «natural» y «transhistórica», la caracterizada por la unidad entre el trabajador y el trabajo colectivos, por la autonomía del trabajador167. Un pretendido Modo de Producción Mercantil Simple (organizado en torno a la institución del Oficio artesanal) daría cuenta históricamente, para el período inmediatamente anterior al nuestro, del carácter universal de la unidad entre trabajador y trabajo para el conjunto de las sociedades humanas.

El programa de investigación de la especialidad se centrará, así, en la indagación de los mecanismos que, en la modernidad, estarían coyuntural y artificialmente provocando la separación, en los procesos de trabajo, de lo naturalmente uno: trabajador y trabajo. En congruencia con ello, la especialidad se ha volcado, a lo largo de más de sesenta años, en la denuncia de la división técnica del trabajo y sus efectos “descualificantes”. El taylorismo-fordismo aplicado, a partir de los años veinte del pasado siglo, en los procesos de trabajo resultaría revelador de la centralidad social del conflicto que, en las empresas, enfrentaría (día tras día, hora a hora) a trabajadores y patronos en

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torno al control de las actividades (autonomía/heteronomía; polivalencia/simplificación; cooperación/individuación; autogestión obrera/ gestión patronal) y, más allá, en torno a los criterios y mecánicas de segmentación y estructuración de la clase de los obreros (cualificación real/formal). La ubicuidad constatada tanto de tales mecánicas descualificadoras (división y simplificación individualizante de las tareas, recomposición de los contenidos de las mismas por departamentos de planificación y gestión) como de sus contrapartidas (la conformación de resistencias sindicales obreras en pos de la defensa de tareas más enriquecidas y trabajos más autónomos y cooperativos) confirmaría la artificialidad característica de los intentos patronales de separación de trabajadores y trabajos: separación siempre reversible en tanto que parcialmente revertida, merced a la acción colectiva de los obreros, allí donde las relaciones de fuerza lo habrían venido permitiendo.

De este modo, esta especialidad, fundamentada en una ontología del trabajo (el ser humano como ser social lo es en y por el trabajo –homo faber–), operará según la siguiente hipótesis implícita: el vínculo entre trabajador y trabajo sería estable por naturaleza, estabilidad que, en el límite, condenaría irremediablemente a ambos elementos a su futura fusión (desalienación del trabajo –autogestión colectiva obrera del...

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