Tránsito a la Modernidad y Derechos Fundamentales

AutorJosé Manuel Rodríguez Uribes/Francisco Javier Ansuátegui Roig
Páginas15-263

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1. Características generales

Para la historia de los derechos fundamentales, este periodo es de suma importancia porque en él se forma esta idea. En los tiempos anteriores, aunque esté presente la idea de dignidad de la persona, no se concibe la realización de ésta a través del concepto de derechos fundamentales. Este es un concepto histórico del mundo moderno. Por eso, los rasgos de la génesis de ese mundo moderno son importantes para nosotros. Como dice Solari refiriéndose a los principios de la Edad Moderna: «...asistimos, en esta época de iniciativas fecundas y de individualidades heroicas, a las prime-ras afortunadas luchas del individuo por la conquista de la libertad religiosa, intelectual, política, económica...»1. Estamos ante un periodo profundamente revolucionario y transformador —a lo largo de más de dos siglos— donde muchas las estructuras económicas, sociales, culturales y políticas del mundo medieval desaparecen, aunque otras se adaptan y

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sobreviven a la nueva era. El vacío será progresivamente llenado por nuevas estructuras económicas, sociales, culturales y políticas, entre las cuales se encontrará la filosofía de los derechos fundamentales. Es cierto que existen posiciones muy encontradas, en los estudiosos, sobre el sentido de esta época crucial en la historia de la Humanidad. No es misión nuestra, en este trabajo, pronunciarnos a fondo respecto de la polémica histórica y filosófica sobre el sentido mismo de eso que se ha llamado «Renacimiento»2. Por eso la ambigüedad del término, mucho menos comprometedor de «tránsito a la modernidad»3. No podemos sustraernos, como es lógico, a tomar posiciones respecto a las dos teorías extremas, la de ruptura y la de la continuidad4, que dependen, en parte, de la acotación de los respectivos perio-

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dos, es decir, de dónde se sitúa el fin de la Edad Media y dónde el principio del Renacimiento. Como entendemos que hay un entrecruzamiento en el tiempo entre esos dos momentos, lo que ya supone tomar una posición intermedia entre las dos extremas, consideramos más adecuado, más comprensivo, el término «tránsito a la modernidad». En el análisis concreto de estos grandes rasgos del tránsito a la modernidad se perfilará nuestra posición que hemos adelantado ya: el tránsito a la modernidad es un momento revolucionario, de profunda ruptura, pero al mismo tiempo importantes elementos de su realidad ya se anuncian en la Edad Media, y otros elementos típicamente medievales sobrevivirán al fin de la Edad Media, en este tránsito a la modernidad y hasta el siglo XVIII. En este contexto, y participando de estos tres elementos: ruptura, precedentes medievales y continuidad de elementos medievales hasta el siglo XVIII, aparecerá la filosofía de los derechos fundamentales, que, como tal, es una novedad histórica del mundo moderno, que tiene su génesis en ese tránsito a la modernidad, y que, por consiguiente, participa de todos los componentes de ese tránsito ya señalados, aunque sean los nuevos, los específicamente modernos, los que le dan su pleno sentido. En este mismo sentido el profesor Saulnier dirá: «...Renunciemos, por consiguiente a considerar, a grandes rasgos, al Rena-cimiento como un triunfo del paganismo o como una edad muy cristiana, como una etapa del progreso absolutamente decisiva, o como una detención en su desarrollo. Sobre todo, en las relaciones entre Renacimiento y Edad Media, renunciemos a tres ideas brutales. Hacer depender enteramente el valor de una época del de la otra, como si el Renacimiento no fuese grande sino en la medida en que la Edad Media fuese bárbara; exagerar la ruptura que separa a las dos edades, presentando al Renacimiento como una especie de revolución armada; querer demostrar, al contrario, que no ha inventado absolutamente nada, y a fuerza de investigar en la Edad Media encontrar allí todo y más que en germen... Hay que admitir que el Renacimiento continúa la Edad Media y al tiempo rompe con ella genial o equivocado (según los casos) a la vez en sus fidelidades y en sus rechazos...»5. En la misma línea, Naef: «...la historia de la cultura no posee hoy ninguna respuesta de validez general a la pregunta: ¿Cuándo y por qué se

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diferencia la Edad Media del Renacimiento? No obstante, al descubierto las dificultades de esta determinación cronológica y de contenido del Renacimiento, la investigación nos ha acercado a una visión más exacta del curso histórico. De todo lo dicho, se desprende algo que implica una idea fructífera: la Edad Media y el Renacimiento no representan una oposición determinable cronológicamente, ni en un país sólo, por ejemplo Italia, ni menos aún en la totalidad del mundo europeo. Su simultaneidad, como su contraposición, constituyen la plenitud de la vida en los siglos últimos de la Edad Media y en los primeros de la Edad Moderna, aunque, eso sí, de tal forma que la manera antigua va desapareciendo paulatinamente, aquí más pronto, allá más tarde, mientras se inicia el dominio de la nueva. Partiendo del estudio de personalidades aisladas, Ernst Walser ha expuesto con agudeza singular esta problemática en sus «Estudios sobre el Renacimiento», publicados póstumamente en 1932: «en miles de hebras va tejiéndose lo nuevo de lo viejo. Ahora bien, justamente aquí radica la cuestión: algo viejo se transforma en algo nuevo, y uno tiene que preguntarse qué es en sentido propio y verdadero este algo nuevo...»6.

En posición similar Kristeller dirá:

Hay razones más objetivas para defender la existencia y la importancia del Renacimiento. El concepto de estilo, en el sentido con que tan afortunadamente lo aplican los historiadores del arte, podría ser empleado de un modo más general en otros campos de la historia intelectual, permitiéndonos esto, quizás, reconocer los cambios importantes producidos por el Rena-cimiento, sin que ello nos obligue a despreciar la Edad media, o a disminuir la deuda que el Renacimiento tiene con la tradición medieval...

7. Por su

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parte José Antonio Maravall, en un excelente y exhaustivo trabajo de investigación, «Antiguos y Modernos: La idea de progreso en el desarrollo inicial de una sociedad», y en relación con este tema partirá del siguiente planteamiento: «Sólo una cultura que...se reconoce a sí misma como heredera, puede organizar intelectualmente una concepción del progreso. Sólo cuando se tiene un punto de referencia, constituido en este caso por el nivel heredado, se puede observar el movimiento de la historia y puede apreciarse éste como una marcha hacia adelante...»8. El principio general de continuidad de las culturas europeas, demasiado tajantemente descartado en Burckhardt, aparece también en la relación entre la Edad Media y el Renacimiento, con lo que la posición intermedia que aquí apuntamos parece la más ajustada a la realidad, en España, como ya señaló Sánchez Cantón9, en Francia y en Ingla-terra, donde la continuidad es un signo que se traslada al ámbito político y jurídico, y que presta un carácter historicista a la Constitución inglesa, abierta y que arranca de la Carta Magna de 1212, y de las primeras prácticas del Common Law, que se inician en la Edad Media. En Francia en esa línea, señala Maravall que Renaudet indicaba el interés de los primeros humanistas por los antiguos, y que entre éstos incluían a figuras representativas del medievo como Santo Tomás y Duns Scotto, reduciendo la condena el pasado intelectual tan sólo a los nominalistas de la Universidad de París10. En «Le problème de l’Incroyance au XVIième siècle», «La religión de Rabelais», Lucien Febvre sostiene que Rabelais utiliza en sus obras muchas fuentes medievales, con plena aceptación de las mismas11, y lo mismo sostuvo Villey, en relación con Clement Marot, con Rabelais, y con Montaigne12. En España esta mentalidad del cambio desde la recepción que tiene en cuenta la aportación medieval, aparece por ejemplo en J. L. Vives, que respeta la cultura medieval, aunque criticará a «...aquella secta escolástica cuyo fundador fue Guillermo Occam, y que tomó el nombre de nominalista...». Estos hombres que hacen poco caudal de la erudición, según Vives «se entregaron al conflicto y...lo alimentaron con todo cuanto combustible pudieron, aún entre aquellos mismos ineptos, absurdos y necios dogmas...»13. En su tremenda

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diatriba contra Averroes, critica «...a quien la insensatez de algunos equiparó con Aristóteles e hizo superior a Santo Tomás...»14. El respeto de Vives por el aquinatense será compatible con el elogio que hace de aquellos tiempos en que «...se inició en Italia un renacimiento...

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