El tiempo, el yo y la imaginación (Apostillas a El monte del dragón)

AutorJesús Camarero
Páginas214-220

Page 214

Cuando vivimos, pensamos o creemos que se está desarrollando un tiempo, que transcurre la historia, la vida, la existencia: o sea, cree-mos que vivimos, porque alguien nos ha dicho o sabemos o creemos saber que existimos. Los relojes, con sus esferas llenas de numeritos y sus agujas implacables, nos demuestran que hay un cierto concepto de tiempo: el lenguaje por ejemplo está lleno de expresiones de este tipo: «han pasado unos minutos desde que el conferenciante empezó a hablar», «se tarda una hora en ir a Bilbao» o «tiene 68 años». Es decir, que hay una dimensión del tiempo que se equipara con la existencia o con la vida humana. O lo que es lo mismo, que la vida humana puede comprenderse como si fuera un proceso temporal, como un tiempo extendido de un punto a otro punto, entre un momento y otro momento con una serie de momentos en medio, en un proceso, que es lo que llamamos vida o existencia. Pero la cuestión tiene sus complicaciones, y vamos a recurrir a dos ejemplos, a dos teorías filosóficas muy importantes, para intentar entender este problema del tiempo y de la existencia humana.

El primer ejemplo nos remonta al siglo XVII, allá por el año 1637, en el principio de nuestra Modernidad, cuando el fundador del Racionalismo, el filósofo René Descartes, en la IV parte de su famosísimo Discurso del método, necesitó explicar la existencia humana con aquella frase que sin duda todo el mundo conoce: cogito ergo sum (pienso, luego soy). Es decir, yo existo en la medida en que soy capaz de pensar mi existencia, la realidad del yo pensante es lo que me demuestra mi existencia; se trata ni más ni menos del yo como pensamiento, como imaginación. Pues bien, toda la Filosofía, en su integridad, se ocupa de este problema, en concreto, que es el problema del Ser, una materia de las más abstractas o complejas de la Filosofía y que requiere una disciplina entera que se llama Ontología o también Meta-física.

El segundo ejemplo no necesita ir tan lejos, sólo al siglo XX, allá por el año 1926, cuando el filósofo Martin Heidegger, el representante más importante de la corriente filosófica del Existencialismo, en su gran obra titulada Sein und Zeit (El ser y el tiempo), hablaba del concepto del Dasein, que quiere decir: el estar ahí, el ser en el mundo, como circunstancia humana o modo típico de ser de lo humano, y para Heidegger el ser es ser en cuanto que atiende al existir.

En síntesis, resulta que la existencia humana tenemos que pensarla para darnos cuenta de que es realmente una existencia, de que tenemos una vida. Y resulta también que necesitamos hablar del tiempo para explicar lo que es la vida humana, porque la existencia se produce en el tiempo. La vida es el tiempo que vivimos. Mientras hay tiempo hay vida, cuando ya no hay tiempo... entonces sólo Dios puede saber lo que hay.

Vayamos ahora a la literatura y veamos qué ocurre con el asunto del tiempo en la dimensión del yo que escribe (o lee) y de la imaginación de ambos, dos aspectos principales para entender qué es la literatura, o cómo se hace, que es lo mismo al fin y al cabo. Cuando leemos, resulta que estamos en una especie de tiempo de la lectura. Es como si el otro tiempo (existencial) dejara de existir, como si la noción de aquel tiempo desapareciera. Como si estuviéramos en otra dimensión del tiempo (lectural, escritural, literario). Es más, parece que viajamos a otro tiempo, el tiempo

Page 215

en que ocurrieron las cosas que se nos cuentan en ese libro, parece que el tiempo nuestro es el mismo tiempo de los personajes, de las historias que se nos cuentan, como si nosotros fuéramos otro personaje más que está hablando y actuando en esa historia, y entonces parece que se ha anulado todo el resto del tiempo, nuestro verdadero tiempo, el nuestro, el propio a nosotros y a nuestra vida. Es como si la literatura nos arrebatara de las garras de nuestro tiempo y nos transportara secuestrados a otros tiempos.

La verdad es que resulta muy complicado pensar que podemos hacer algo fuera del tiempo, de nuestro tiempo. De alguna manera somos seres eminentemente temporales en más de un sentido. Por eso quizá, al principio de la civilización humana, los hombres inventaron la literatura para contar historias que estaban fueran de su tiempo, más allá del tiempo, en otro tiempo, que parecía ser mágico, mítico, maravilloso.

Los seres humanos disponemos de una serie de extensiones o dominios en relación con el tiempo: lo llamamos o hablamos del pasado, el presente y el futuro. El pasado es lo que ya ha ocurrido, o lo que pasó hace tiempo (eso decimos), lo que ya no está con nosotros. Lo que sólo podemos recobrar en cierto modo por medio del recuerdo, que usa la memoria para extraer de ella aquello que ya no es o ya no está, aquí, ahora. Por el contrario, el presente es el ahora, por cierto, que ya ha pasado cuando acabo de decirlo, escribirlo o leerlo. Es la experiencia que se vive en este momento. Es lo más importante, lo único real verdaderamente. Lo que se puede decir que es auténticamente, porque existe en este momento. Y el futuro es lo que no sabemos qué es o qué será. Lo que vendrá, o no. Lo que ocurrirá, o no. Lo que será, o no. El futuro no es cognoscible ni siquiera por los sueños, porque los sueños siempre se refieren al pasado, aunque quisiéramos creer que es una premonición referida al futuro.

¿Y el tiempo de la literatura? Es un tiempo inventado, afortunadamente. Es un juego basado en deslizamientos de un tiempo a otro tiempo, pasando por tiempos intermedios, todos inventados e inexistentes, donde nosotros somos libres para vivir esos tiempos a nuestro antojo y placer. Y además el tiempo literario no está ni en el pasado, ni en el presente, ni en el futuro; el tiempo literario es un tiempo autónomo, absoluto y global, que podemos mane-jar según nuestro libre albedrío, es un proceso de libertad sin límites para viajar en el tiempo.

El considerado como el escritor francés por antonomasia, Marcel Proust, escribió una no-vela gigantesca que le ocupó durante toda su vida y que le mató de agotamiento, que no consiguió terminar, y que se titula A la recherche du temps perdu (En busca del tiempo perdido), y en ella intentó capturar el paso del tiempo, volver al tiempo pasado, vivir en el tiempo (en cualquier tiempo). Por eso quizá el último libro de esta novela se titula «Le temps retrouvé» («El tiempo recobrado»). Pero cabe preguntarse: ¿qué es eso del tiempo recobrado? ¿real-mente Proust consiguió recuperar el tiempo perdido? Pues, no...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR