De la bioética de la virtud a la bioética personalista: ¿una integración posible?

AutorLuis M. Pastor
CargoDepartment of Cell Biology and Histology, Medical School, IMIB
Páginas49-56

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1. Introducción

Es por todos conocido que el termino virtud hace referencia a una realidad que desde los orígenes de la filosofía moral fue percibida en los actos humanos1. Es más, en otros ámbitos, la virtud moral también fue también reconocida como algo valioso. Así, por ejemplo, dice el Libro de la Sabiduría: "Sí alguien ama la justicia. Las virtudes son el fruto de sus fatigas. Ella es maestra de templanza y prudencia, de justicia y fortaleza: nada hay más provechoso para los hombres en la vida"2. El reconocimiento de su importancia no sólo se da en el ámbito de la teoría ética, sino que se considera que son imprescindibles para el actuar concreto, incluso siendo prioritarias en la vida ética. "Supongamos por un instante que las virtudes más arduas puedan en verdad justificarse teóricamente sin recurrir al valor objetivo. Sigue siendo verdadero que ninguna justificación de la virtud capacita a un hombre para ser virtuoso. Sin la ayuda del entrenamiento de las emociones, el intelecto carece de poder frente al organismo animal. Yo preferiría jugar a las cartas con un hombre escéptico acerca de la ética, pero educado para creer que (un caballero no hace trampas), que con un filósofo moral intachable que ha crecido entre estafadores. En una batalla, los silogismos no son lo que mantiene firmes músculos y nervios durante la tercera hora de bombardeo"3.

Dicho esto sobre su reconocimiento tanto teórico como práctico, la refiexión sobre lo que es la virtud, como sucede con otras muchas realidades, puede ser realizada desde diversas perspectivas, lo que hace que a lo largo de la historia de la filosofía moral se haya hecho más hincapié en una o en otra. Esto suele ocurrir frecuentemente en la refiexión filosófica. Es cierto, que ésta intenta darnos una visión no parcial de la realidad en -este caso la ética- pero como sucede en otros muchos campos, el afán de clarificar o encontrar la clave o la primera causa de una determinada cuestión, puede producir un excesivo énfasis en un aspecto o en otro, desfigurándose el conjunto, el todo, que en última instancia es lo real. Así, y siguiendo una refiexión conocida, en la vida ética son muy importantes tres realidades: el bien, la norma y la virtud. En última instancia esta distinción, que es importante y que facilita la descripción y estudio del fenómeno ético, puede ocultarnos la íntima relación que existe entre ellas, pues si el bien elegido es la razón o motivo de nuestra volición, lo es en cuanto que es norma para nuestro ser y ésta es, en última instancia, deber u obligación en cuanto que no sólo no es contraria a los bienes del hombre sino que los promueve y nos identifica con ellos, es decir nos hace más virtuosos. Esta circularidad, reforzamiento y casi diría yo inter-cambiabilidad entre el bien, la norma y la virtud ha sido -en mi opinión- muy olvidada en la refiexión ética del proyecto filosófico moderno e ilustrado en el cual vive todavía nuestra cultura occidental4. Así mismo tampoco está plenamente captada en la misma ética aristotélica o también en las propuestas postmodernas actuales. Así, en el análisis de la vida buena realizado por Aristóteles éste conlleva una fuerte relación entre el bien y la virtud. Pero al faltarle un desarrollo amplio y profundo sobre la razón práctica, ante la pregunta sobre qué es lo bueno, termina apoyándose especialmente en la virtud. Para salir de la circularidad, que evidentemente el Estagirita ya captaba, sobre si es más importante en la vida ética el momento intelectivo o el volitivo, concluye con la clásica afirmación -diríamos "personalista"- de que "en lo que más se distingue el hombre bueno es en ver la verdad en todas las cosas, siendo, por decirlo así el canon y la medida de ellas"5. Ahora bien, aunque no se hacía mucho hincapié en la norma, como se ve desde es-

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tas primeras reflexiones sobre el fenómeno moral, sí que se era consciente del papel de las virtudes como configuradoras del mismo. Es decir no sólo son consideradas cualidades positivas del carácter o inclinaciones a realizar actos de una forma estereotipada o automática. Son algo más, porque al mismo tiempo que facilitan hacer actos buenos a la persona, ayudan a ésta a discernirlos por la razón -especialmente por la prudencia- en cada situación concreta. Participan por lo tanto en la esfera cognoscitiva, volitiva o afectiva de los actos éticos de la persona y en consecuencia perfeccionan al hombre en su integridad. De esta manera, las virtudes hacen buenas las acciones y al mismo tiempo perfeccionan al hombre. Es más, como diríamos en terminología actual, la virtud pone en evidencia -por su permanencia en el hombre- la dimensión autorreferencial de los actos humanos en cuanto que toda la persona está presente en las elecciones y toda ella se ve afectada por las mismas. De ahí la importancia de las virtudes en la vida ética. Su posesión por parte del agente ético es una ayuda imprescindible para la constitución tanto de su recto orden de la razón -ordo rationis- como de su recto orden de la voluntad -ordo amoris- y la conjunción de ambos. Tal posesión supone, como consecuencia, tener mayor libertad en la propia autodeterminación: procede más de uno mismo y se ve menos afectada por los condicionantes externos.

2. El olvido de la virtud en la ética moderna

Ahora bien, la modernidad se enfrenta ante el fenómeno moral con otra perspectiva que es la misma de todo el proyecto filosófico moderno. Se trata de racionalizarlo todo, de reducir la realidad al pensamiento metódico que tiene como referente el modelo empíricomatemático y, como objetivo posterior, la modificación de esas realidades con un pensamiento aplicativo, una técnica que permita conseguir objetivos útiles de la forma más eficiente posible. Con esta postura gnoseológica la modernidad renuncia, diríamos que por definición, a adoptar una perspectiva de primera persona al estudiar el fenómeno ético. Esto la hace sentirse un tanto incomoda con el mundo ético donde, al contrario que en el físico, lo contingente, lo cambiable, lo contextual, es lo habitual. Frente a la constancia de las leyes empíricas -lo claro y distinto- lo ético es en muchas ocasiones algo que no se percibe empíricamente y que tiene numerosos matices. Pero incluso con esta dificultad la razón teórica pretende asumir el fenómeno ético suplantando y asfixiando en parte a la razón práctica. Así, ante lo que considera un mundo de incertidumbre y de duda, la razón teórica, debe de deducir -diríamos que silogísticamente- el bien de la acción humana o mejor dicho, resolver los dilemas éticos como si de problemas matemáticos se tratara. El resultado de esto es que, durante varios siglos, la insistencia en buscar la certeza ética ha producido que las normas éticas, o los también llamados principios, se hayan adueñado del debate ético, y que el bien se haya sustituido por las consecuencias o por el bienestar físico6. Pero, eso sí, sin saber cómo, la gran ausente de este debate ético contemporáneo ha sido la virtud.

En el siglo XX muchos pensadores han sido conscientes de este déficit en el siglo XX y la reacción se ha dado en múltiples direcciones algunas de ellas contrapuestas. Así, por un lado, ante el olvido de la virtud y la hipertrofia de la norma en la modernidad, la cual es considerada como heterónoma e impuesta, han ido surgiendo posiciones éticas de carácter nihilistas, relativistas o emotivistas que niegan la importancia de la norma en la vida ética7.

Por otro lado, otros pensadores han considerado que la modernidad había olvidado la realidad de la virtud. Según ellos esta sería una de las claves del devenir de nuestra cultura actual8, que agotada en la búsqueda del bien, y del modo de encontrarlo, se habría refugiado en el "todo vale" que proponen éstas corrientes negadoras de toda norma. Junto a estos autores que rehabilitan la virtud y dentro del denominado personalismo, tam-

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bién se da una cierta reacción frente a las posiciones extremas que niegan cualquier tipo de objetividad en el terreno ético. Muchos de ellos desarrollan una refiexión ética más o menos elaborada. Así, algunos propugnan una filosofía moral de...

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