¿Teoría jurídica queer? Materiales para una lectura queer del derecho

AutorDaniel J. García López
CargoUniversidad de Granada
Páginas323-348

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Ver Nota1

1. Sobre el término «queer»

En el tercer número de la revista Differences, editado en 1991, Teresa de Lauretis introdujo la definición –si es que en este marco se puede utilizar tal expresión2– de un término que venía gestándose desde algunos años antes3. Queer, extraño, raro, torcido, excéntrico, desviado, sospechoso, de mala reputación, pero también maricón, camionera, bujarra, tortillera, puto, marimacho4. Todos ellos insultos a los que se veían violentados históricamente determinados colectivos

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situados en los márgenes de la sexualidad hegemónica5. Ante este panorama, lo que se vino a llamar teoría queer, que en sí no es una teoría científica sino una parodia6, se articuló desde las élites académicas, marcadamente postestructuralistas, como una forma de resistencia antinormativa a través de la reapropiación y la resignificación de la injuria y la ofensa7.

Se produce así un desplazamiento de la burla hacia una herramienta de identificación en el margen, un arma política fronteriza para aquellos sujetos –anormales, perversos– que no encajan en el régimen heterosexual ni, asimismo, en la cultura gay estándar. Una identidad sin esencia. La cuestión de quién es desplazada hacia dónde: no se trata de definir lo que se es sino de localizar los espacios de resistencia. Se produce un desplazamiento de la norma a la abyección y se expropian las tecnologías médico-jurídicas para desdibujarlas, degenerarlas, inventando así otros cuerpos, otras subjetividades.

Y la pregunta por el dónde es sintomática. Michel Foucault mostró cómo a fines del siglo xviii y principios del xix se produce una transformación en la ciencia médica: se pasa de la pregunta «¿qué tiene usted?» (modelo clasificatorio) a «¿dónde le duele a usted?» (modelo de incur-sión sistemática en los órganos)8. Para el dispositivo médico-jurídico el dónde se alza como espacio protagonista, enmudeciendo aquel sujeto que habita el cuerpo. Su palabra solo se ubica en aquel espacio del malestar, del síntoma, de la enfermedad, de la deformidad. El sujeto se convierte en espacio donde se encuentra el quién de la enfermedad. Por eso mismo se debe acudir al dónde en lugar de al quién.

Se trazan las líneas para la reapropiación, en un reapropiar que es un colectivizar, de ese dónde para poder hacer hablar al quién. El cuerpo es un lugar donde convergen discursos y prácticas. En tanto lugar privilegiado de la racionalidad, el foco de atención y atracción debe posarse sobre él: desordenarlo, someterlo al caos. Un contracuerpo. Un contracuerpo sacrifical, como el de Orlan9, que está siendo cualsea10 que ocupe el espacio entre lo definido como hombre y lo definido como mujer.

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Si nos encontramos en una época marcada por el pharmakon11, por la cura que al suministrarse porta un veneno mortal, la immunitas12, una época que Paul B. Preciado ha llamado, no sin cierta polémica, farmacopornográfica13, los programas de producción de subjetividad corporal han de ser un objetivo en la batalla desde el margen; un margen que deba aprovechar el terror que provoca14.

Se presenta como el espacio de resistencia. Un margen abyecto repleto de monstruos, en los que se mezcla la raza, la clase y el sexo, dispuestos a salir a la luz y desestabilizar los discursos dominantes. Aunque el término se hiciera eco entre las élites académicas, incluso pronto Teresa de Lauretis se distanció al percibir la apropiación que del mismo término se había realizado desde las instituciones y la industria publicitaria15, en la calle sus propuestas venían siendo realizadas desde tiempo atrás. La injuria queer había sido reapropiada y reactivada políticamente en el marco de la crisis del sida. Desde Open the Pills reivindicado por quienes padecían la pandemia del sida hasta el movimiento transexual de despatologización o el movimiento crip (tullido).

En este sentido, fue radicalmente importante el discurso y la movilización activista en el marco de la crisis del sida con ACT-UP (AIDS Coalition to Unleash Power) y Queer Nation como mejores ejemplos16. En un contexto en el que se vinculaba sida y homosexualidad,

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fue urgente la necesidad por resistir al discurso dominante revisando, al mismo tiempo, los parámetros en los que se había movido el activismo homosexual. Esta crisis fue un revulsivo para una nueva identidad política con la potencialidad para desnaturalizar las categorías sobre las que se había asentado el sida.

Mas este sujeto que se sitúa en el espacio inhabitable del margen no sustituye al sujeto moderno ni se presenta en el lugar de sus ruinas. Las subjetividades periféricas, excéntricas, degeneradas, nómadas, y un largo etcétera siempre abierto a la posibilidad en el borde, no tratan de invertir los términos para colocar lo marginal y lo otro en el lugar de lo mismo y lo idéntico17. Al contrario, su propósito radica en cuestionar los límites mismos de la identidad desde la ironía, la blasfemia o la profanación del sujeto mismo, haciéndolo así imposible. Hay que devenir hierba, mala hierba, que se reapropie de los nutrientes de los jerárquicos árboles heterocapitalistas18. Como señalaba Paco Vidarte, «una ética marica se propone acceder a una subjetividad con iniciativa y capacidad política, algo que nunca nos viene dado ni regalado desde arriba, desde el poder: todo lo que es otorgado ya está desactivado políticamente, ya porta el virus de la sumisión, de la libertad concedida. No es lo mismo ser libre que ser liberto»19.

Lo cierto es que aquí se abre una aporía, pues se cuestionan todas las identidades (cerradas y obradas) y, al mismo tiempo, se mantiene la categoría de sujeto, de esta nueva subjetividad marginal. Pero no se trata de un sujeto unitario, homogéneo y unidireccional. Al contrario, es una identidad estratégica, dispuesta a la lucha, descolocada y descolocante, dislocada, abierta y sin obrar o en una constante obra, múltiple, contradictoria, sin esencia. Una posición que toma como punto de partida el alejamiento de las redes clientelistas y de las posturas asimilacionistas. El mejor ejemplo lo encontramos en el habitante de Kakania20.

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2. Degenerar categorías, reapropiar conceptos

Decía Simone Weil que al abrir los términos del vocabulario político nos encontraríamos en su centro el vacío21. En este sentido, los conceptos han de ser entendidos como espacios. En las siguientes páginas nos reapropiaremos de conceptos, de mitos, de simulacros. No se realizará un análisis pormenorizado y sistemático, sino un panorama general, una cartografía sin puntos cardinales, que se contrae y se expande a una misma vez, un allí y un aquí.

2. 1 El régimen político heterosexual

Mientras parte del (hetero)feminismo se encontraba analizando la categoría patriarcado e igualando a todas las mujeres como si la opresión fuera para todas las personas la misma –pues el sujeto de referencia es la mujer blanca, heterosexual, de clase media, occidental y capacitada22–, desde los márgenes que constituía la resistencia lesbiana en la década de los 70 y 80, Monique Wittig, Gayle Rubin y Adrienne Rich, más allá del feminismo de la diferencia23, plantearon la necesidad de ir un paso más allá: había que analizar la misma heterosexualidad. De esta forma, situándola en su historicidad, se derribaría el mito de la heterosexualidad como dato natural y, al mismo tiempo,

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la mujer como concepto esencialista pasaría a constituirse como clase, pues se muestra el sexo como categoría política producida por el sistema de pensamiento hegemónico24. Pero lo interesante no son las prácticas heterosexuales, sino el dispositivo heterosexual25. Por tal ha de entenderse un conjunto de prácticas discursivas y no discursivas (saberes, técnicas, que van desde la medicina al derecho pasando por el sistema educativo y el discurso científico, así como los medios de comunicación) que producen e imponen un complejo normativo entorno al sexo, al género y a la filiación.

Este pensamiento hegemónico o dominante construirá una sociedad marcadamente heterosexual basada, siguiendo la expresión de Gayle Rubin acuñada en 1975, en el sistema sexo/género26 fruto de la división sexual del trabajo. El sexo vendría a estar constituido por el conjunto de diferencias biológicas, anatómicas, cromosómicas y hormonales que separan a los individuos en machos y hembras, haciendo así del binarismo o del dimorfismo un elemento natural, inmutable, universal e indiscutible. El género, en cambio, sería la traducción en términos culturales del sexo. El género, por tanto, sí que es moldeable a lo largo del tiempo. Este sistema se comporta como un ideal regula-

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tivo, como una construcción normativa que estará complementada por un dispositivo de producción disciplinaria capaz de realizar la unidad, la coherencia y la plenitud en la relación sexo-género.

Por eso Teresa de Lauretis se refirió al género como una tecnología. Este no sería una propiedad del sexo o del cuerpo, sino un conjunto de efectos del poder –por usar la terminología foucaultiana– que se producen en un cuerpo27. El género, esta tecnología del género, formaría parte de los aparatos ideológicos del Estado: es una ideología en el sentido que daba a este término Louis Althusser. Instrumentos tales como la escuela, la religión, el derecho, la familia, la cultura, etc. garantizan la sumisión a la ideología hegemónica y, al mismo tiempo, conservan el sistema de producción28. El género actúa como un agente regulador y administrativo, esto es, como un aparato ideológico del Estado que construye y forma subjetividades29.

La (ideología de la) diferencia sexual, aquella que separa lo masculino y lo femenino, el hombre y la mujer...

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