La sociabilidad humana según Hume: de los círculos naturales de simpatía a la formación de un juicio moral imparcial

AutorAna Marta González
Páginas207-229

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7.1. Introducción

En buena parte inspirados por la obra de Habermas (1990) sobre el espacio público, muchos estudios históricos recientes sobre la Ilustración vienen argumentando que el siglo XVIII fue testigo de la aparición de una cultura pública definida por la práctica de la politeness en la conversación, como un modo de superar el partidismo político o la diferencia religiosa. La peculiaridad de esta ciudadanía reside en el hecho de que fue defendida más sobre la base de una preservación inteligente del interés individual que sobre una promoción consciente del bien común, el cual se promovía en mayor medida por la multiplicación de las interacciones sociales y la espontánea aparición de un sentido común público y moderado que por la acción positiva de la clase política.

Hay razones para considerar a Hume como uno de los casos ejemplares de este tipo de aproximación a la vida pública, uno de los representantes principales de esa sociabilidad ilustrada que, según Robertson, configuró «una cultura de la ciudadanía, pero una ciudadanía en modo alguno estrechamente republicana o revolucionaria» (J. Robertson, 2006: 18-19). Para verlo, tenemos que atender a la proyección social de su teoría de la simpatía. Haciendo esto, estamos llamando la atención sobre una de las conexiones sistemáticas entre Hume y los estoicos.

No es fácil decidir si la filosofía moral de Hume está más cerca de los epicúreos, los estoicos o los escépticos202, y el propósito de este capítulo no es decidir esa cuestión. Aunque a causa de su ultimo criterio de moralidad, parece más próximo a los epicúreos –pensemos en la última razón

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que proporciona para rechazar el comportamiento del bribón astuto203–, su sistema moral también está en deuda con el estoicismo en un punto fundamental, a saber, en la adopción del principio de simpatía como el principio más básico de la moral.

En efecto: el principio de simpatía, que está en la base de la teoría social y moral de Hume, puede considerarse una versión peculiar de la oikeoisis estoica, propia de la segunda Estoa, según la cual nosotros nos encontramos ante todo en relación con nosotros mismos, y es solo a partir de esa identidad primordial como vamos expandiendo gradualmente nuestra simpatía, en círculos concéntricos: primero hacia los más próximos a nosotros, y luego hacia aquellos con los que tenemos menos cosas en común:

Es manifiesto que en la estructura original de nuestra mente la atención más intensa está centrada en torno a nosotros mismos; la siguiente en intensidad se dirige a nuestras relaciones y conocidos; tan solo la más débil alcanza a los extraños y a las personas que nos son indiferentes.
(T. 3. 2. 2. 2., 488)204

Hume piensa que en todo deseo humano hay una referencia implícita a la sociedad. Esa referencia, dice, es atribuible a la operación del principio de simpatía. Sin embargo, el mecanismo de la simpatía funciona de tal manera que cuando creamos sociedad con los que están próximos a nosotros, creamos también, indirectamente, cierta distancia con los que no nos son tan afines. Si bien esta distancia no intencionada podría dar lugar al conflicto social, también representa una oportunidad para desarrollar el tipo de relación propio de la sociedad civil, que es cualitativamente diferente de la que encontramos en el interior de la familia. Considero que Hume es uno de los primeros autores en haber advertido la relevancia de esta diferencia para el desarrollo de vida social compleja. El prisma a

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través del cual podemos apreciar esta diferencia se encuentra en su teoría de las virtudes artificiales.

En contraste con las relaciones familiares, que según Hume se basan primariamente en un equilibrio natural de pasiones egoístas y altruistas, él hace notar que el equilibrio que encontramos en la sociedad civil es altamente artificial. Al mismo tiempo, sin embargo, mantiene que estas relaciones son posibles, en gran medida, por la experiencia positiva de sociabilidad que tenemos en primer lugar en la familia, donde, al lado de las pasiones egoístas, tenemos también experiencia del placer derivado de las pasiones sociales. Este placer de la sociabilidad, deseo argumentar, sirve para reforzar el interés social en asegurar la estabilidad de la propiedad, que, como es sabido, constituye para Hume el primer factor que nos mueve a negociar con los otros las normas de la vida social. De este modo, un elemento natural –el placer en la sociabilidad– está entretejido en las relaciones artificiales que creamos en la vida social. La combinación de ambos elementos, placer en la sociabilidad e interés en la sociedad, representa una combinación peculiar de naturaleza y artificio que se encuentra en la base de lo que, anticipando a Norbert Elias, podríamos llamar la teoría Humeana de la civilización.

7.2. El deseo de sociedad

Para Hume, al menos en el Treatise, los seres humanos no buscan la sociedad simplemente por razones utilitarias. Su inclinación a la vida social no se basa solamente en las ventajas que, como individuos, podrían obtener de la sociedad, sino también en el mismo placer de la compañía.

Ciertamente, los seres humanos no son los únicos en experimentar cierto deseo de sociedad. Muchos animales muestran un deseo similar. En esto Hume sigue a Hutcheson205. Sin embargo, Hume argumenta que la dimensión social es más obvia en los humanos que en otros seres206 porque todo deseo humano implica una referencia implícita a la sociedad.

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Hume atribuye la presencia de la sociedad como una fuerza motivacional en la psicología humana a un principio que, sin ser exclusivo de los hombres, no obstante opera en ellos con una fuerza especial: el principio de simpatía207, que él considera la cualidad más notoria de la naturaleza humana. En particular, Hume insiste en que el impacto de la vida social en nuestros deseos y sentimientos constituye él mismo una prueba de la operación de la simpatía: la posibilidad de compartir placer aumenta ese mismo placer, y la imposibilidad de compartir el dolor aumenta el dolor208.

Para Hume, una explicación adecuada de este hecho de experiencia requiere profundizar en el mecanismo de la simpatía, que es de por sí indicativo de la profunda naturaleza social que tenemos. En efecto, si la misma posibilidad de compartir el placer aumenta o potencia la experiencia de placer, y la imposibilidad de compartir el dolor aumenta o potencia la experiencia de dolor, la simpatía misma –la capacidad de simpatizar más la oportunidad de hacerlo– parece operar como una fuente de placer, mientras que la ausencia de simpatía –carencia de esta capacidad y/o de la posibilidad de simpatizar –parece operar como una fuente de dolor–.

Según Hume la simpatía depende de dos factores: contigüidad y/ o semejanza –simpatizamos con los semejantes o próximos a nosotros209–. Así, la carencia de simpatía –y, por tanto de dolor– podría estar motivada por la distancia o la desemejanza. Estos términos, sin embargo, son relativos, y, en consecuencia, las relaciones de simpatía –o su ausencia– admiten tam-

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bién cierta relatividad e incluso tensión, porque lo que en algunos contextos o conforme a algunos criterios genera semejanza o contigüidad, de acuerdo con otros criterios puede generar conflicto. De hecho, al hacer la simpatía dependiente de la contigüidad y la semejanza, Hume no puede menos que reconocer que la sociabilidad humana está internamente afectada por una cierta dialéctica. Pues mientras la semejanza y la contigüidad tienden a generar círculos de simpatía que, ad intra, constituyen expansiones de la naturaleza social del hombre, ad extra, implican diferenciación de otros grupos sociales u otros círculos de simpatía210.

Por supuesto, esto último refleja una tensión que acompaña al desarrollo de la vida social, la tensión entre «nosotros» y «ellos», que quizá quepa describir mejor como una tensión entre distintos niveles de «nosotros» y distintos niveles de «ellos». En la medida en que dicha tensión nos enfrenta con la posibilidad del conflicto, impide consideraciones simplistas o ingenuas de la paz social. Que Hume era perfectamente consciente de esta tensión se advierte con claridad por sus reflexiones sobre la política de partidos211. «An over-active zeal in friends is apt to beget a like spirit in antagonists»212.

Tengo la impresión de que, si grupos diferentes, definidos por diferentes simpatías, pueden sin embargo coexistir en el mismo marco político, en términos humeanos, se debe únicamente a que el conflicto potencial puede ser neutralizado por medio de una curiosa combinación de artificio y simpatía natural, que se encuentra en el núcleo de una nueva forma de sociabilidad característica de la sociedad civil, y que entraña una expan-

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sión de nuestros sentimientos, así como el hacerlos más públicos –luego veremos qué significa esto–.

Es por esta razón por lo que estimo que la respuesta de Hume contiene una indicación para ir más allá de la filosofía política hacia la teoría social. Si quisiéramos describir su respuesta en términos sociológicos, podríamos verla como el esbozo de un proceso de civilización o refinamiento que capacitaría a los seres humanos para crear un nuevo espacio social diferente del de la familia y las comunidades de amistad. Este nuevo espacio social, que no es otro que el de la sociedad civil, estaría regido por sus propias normas, distintas de las que rigen en las comunidades de amistad, y cuya observancia sería requisito indispensable...

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