El reto de la seguridad

AutorRafael Rodríguez Prieto
Páginas85-120
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CAPÍTULO 3.
EL RETO DE LA SEGURIDAD
Singer y Friedman relatan un hecho de gran interés que
tuvo lugar en Londres en 2006. Mientras un alto cargo del go-
bierno sirio paseaba por la ciudad, un equipo israelí entró en
su habitación e instaló un troyano en su computadora portátil.
Gracias a ello, los israelíes pudieron acceder a una foto que,
de no reconocer a los dos personajes que estaban en la misma,
hubiera sido inocua: un líder del programa nuclear de Corea
del Norte y el jefe de la Comisión Siria de Energía Atómica.
Así, esta computadora se transformó en una verdadera alarma
atómica (Singer & Friedman, 2015, 126). La ciberseguridad
se ha convertido en un elemento central tanto para institucio-
nes como personas. Es además un sector con un crecimiento
vertiginoso. Se estima que las necesidades de expertos en esta
área serán cada vez mayores, por lo que se trata de una de las
profesiones y negocios con mayor futuro. El último ataque del
que tenemos noticias consistió en 104 ciberataques a e-mails
corporativos de organizaciones dedicadas al análisis de la de-
mocracia, la integridad electoral y las políticas públicas entre
septiembre y diciembre de 2018.
El efecto de la ciberseguridad en el ámbito de las relaciones
y el derecho internacional y los derechos individuales está su-
Rafael Rodríguez Prieto
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jeto a una notable controversia. No existen respuestas fáciles y
las preguntas que se formulan son difíciles de calibrar. ¿Hasta
qué punto podemos entender la ciberguerra como una ame-
naza a la paz y la seguridad internacional? ¿Qué diferencias
o qué aportan a este concepto otros anejos como ciberarma,
ciberesponaje o ciberoperación? ¿Cómo separar el mito y la
mera retórica de lo que es realmente relevante? ¿Cómo resol-
ver dialécticas entre la seguridad y la garantía de los derechos
individuales?
Internet se ha conformado como un elemento central de
nuestras vidas. Nos relacionamos con él durante toda la jor-
nada; desde su inicio hasta el final. Para algunos, encender su
teléfono móvil y consultar los mensajes, que les han llegado
por cualquiera de las redes sociales que existen, es la primera
acción del día. Posteriormente, nos sentamos delante de una
computadora con acceso a la Red o almorzamos mientras
revisamos nuestras páginas favoritas en la tableta o nuestra
cuenta bancaria. En la tarde-noche vemos la televisión a través
de cualquiera de los canales que transmiten películas o even-
tos deportivos a través de la Red. Estas actividades han sido
naturalizadas de tal manera, en unos pocos años, que se han
hecho tan indispensables como la higiene diaria o el sueño.
Esta conectividad extrema implica, como cualquier parte de
la actividad humana, consecuencias.
Como han señalado multitud de expertos la tecnología
es política y con ella se obtienen y se pierden capacidades
(Bowers, 2014). La sublimación neomitológica que envuelve
la idea de lo digital no puede obstaculizar un análisis riguroso
de los procesos sociopolíticos y económicos sobre los que in-
fluye. Cuando se extiende una visión mítica, casi religiosa, de
la tecnología y la innovación se convierte en el nuevo Santo
Grial, se reduce la capacidad crítica de la ciudadanía. Todo
ello implica, que como señala Nicholas Carr (2019) se propicie
Retos jurídico-políticos de Internet
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que los empresarios de Silicon Valley adapten la cultura a sus
intereses comerciales.
Un ejemplo reciente lo constituye el cibermédico. Hace
unos años aparecía en un periódico de Australia la noticia de
que en el futuro no será necesario consultar a un médico como
hasta ahora. Los pacientes desde su casa podrán obtener un
diagnóstico en poco tiempo e incluso fabricarse sus propias
píldoras en su impresora 3D. No cabe duda de que la propuesta
contiene elementos beneficiosos. En circunstancias especiales
puede ayudar a una persona que se encuentra aislada, por
ejemplo, a conocer la gravedad de la dolencia que le aqueja y
planificar una evacuación. Puede ser un vehículo que permita
la atención médica de comunidades o núcleos de población
alejados o incomunicados. No obstante, también puede ser una
información usada por compañías de seguros para denegar pó-
lizas o una vía para prestar una atención sanitaria de segunda
categoría a aquéllos que no puedan pagar un equipo médico
humano. También podría ser una forma de prescindir de miles
de médicos y enfermeras en un contexto de mercantilización
de la atención sanitaria. De aislarnos más y generar así más
personas con enfermedades mentales. No son extraordinarios
los pacientes que acuden a su médico esperando una palabra
de alivio o el contacto con otro ser humano. La automatización
del proceso liquidaría esta parte de la atención médica.
Este caso es un ejemplo más del posible impacto de Inter-
net en las vidas de las personas. Tampoco se puede constreñir
la experiencia cibernética a una relación entre el ser humano
y la Red. Con el Internet de las cosas, serán los propios apa-
ratos los que en los próximos años se comunicarán entre sí,
intercambiando datos y tomando decisiones. Por citar el más
obvio, la nevera realizará un inventario de los productos que
alberga y enviara al supermercado una comunicación en la
que requerirá las mercancías que faltan o están a punto de

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