Las religiones contra la teoría de género

AutorJuan José Tamayo Acosta
Páginas123-138

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Las religiones: patriarcado “Extremoduro”

El patriarcado es un sistema de dominación estructural y permanente de las mujeres, las niñas, los niños y los sectores más vulnerables de la sociedad, basado en la masculinidad hegemónica, considerada el fundamento del poder de los varones, de la sumisión de las mujeres, de la legitimación, de la discriminación e incluso de la violencia de género. El varón aparece como referente de lo humano y de los valores morales.

El sistema de dominación patriarcal no actúa en solitario y aisladamente, sino que lo hace en complicidad y alianza con otros modelos de dominación: el capitalismo, el colonialismo, el racismo, el imperialismo y el fundamentalismo, que lo apoyan y refuerzan generando múltiples formas de desigualdad y discriminación y dando lugar a la interseccionalidad de género, etnia, cultura, clase, sexualidad, religión, etc.

El patriarcado no se reduce a la esfera personal o al ámbito familiar, sino que es estructural: es toda la estructura social, económica, política, laboral, etc. La que se rige por dicho sistema. Nada escapa a él. A su vez es un sistema de dominación permanente, que dura ya cinco mil años. Es verdad que posee una gran capacidad de adaptación, pero mantiene siempre y

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de manera indefinida el núcleo duro de la discriminación de las mujeres.

Las profesoras Alicia Puleo y Ana de Miguel distinguen dos tipos de patriarcado: el duro o de coerción y el blando o de consentimiento. El primero parte de la idea o mejor de la ideología de que las mujeres son inferiores; las leyes defienden la desigualdad sexual y el proceso de socialización establece diferentes roles en función del sexo. Este patriarcado está muy lejos de haber desaparecido. Sigue vivo y activo a todos los niveles, laboral, institucional, familiar. Un ejemplo de su pervivencia son las declaraciones de un eurodiputado polaco que ha llegado a afirmar en sede parlamentaria sin sonrojarse que las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles y menos inteligentes.

El patriarcado de consentimiento defiende la igualdad entre hombres y mujeres que tiene su reflejo en las leyes y en la socialización, pero en la práctica las mujeres hacen lo mismo que en el patriarcado de coacción, si bien, se dice, libremente. Estamos ante lo que Ana de Miguel llama “el mito de la libre elección”, porque continúan la desigualdad y la discriminación en la representación política, la distribución de los recursos económicos, los salarios, la conciliación, el reparto de las tareas domésticas, etc.

Yo introduzco un tercer tipo de patriarcado, el de las religiones, al que doy el nombre de un grupo musical español de Rock: “Extremoduro”. Se trata de un patriarcado homófobo basado en la masculinidad sagrada, que ha legitimado –y sigue haciéndolo– el patriarcado cultural, social, político y familiar, basado en la masculinidad hegemónica que controla todos los ámbitos de la realidad humana. Las religiones responden a un paradigma del pasado y, por lo general, dan respuestas del pasado a preguntas del presente. En otras palabras –aunque con honrosas excepciones–, siguen ancladas en el paradigma sociocultural en el que surgieron y no parecen tener voluntad de cambio.

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Repercusiones negativas del patriarcado religioso

En el tema que nos ocupa, las religiones son uno de los últimos, más resistentes e influyentes bastiones legitimadores del patriarcado en las diferentes sociedades del planeta. Y dentro de ellas las corrientes fundamentalistas son las más beligerantes defensoras del protagonismo de masculinidad hegemónica. Pero no solo ellas. El patriarcado está instalado en las cúpulas de las religiones y en las propias legislaciones religiosas. El papa Francisco, que en tantos temas parece estar llevando a cabo importantes transformaciones, no ha introducido ni un solo cambio en la inclusión de las mujeres en los espacios de responsabilidad, de poder y de lo sagrado, y mantiene aún intacta la estructura patriarcal de la Iglesia católica, desde las Congregaciones Romanas, todas presididas por varones con el estatuto de cardenales, hasta las parroquias, todas regidas por sacerdotes, que recurren a las mujeres como auxiliares para el ejercicio de las tareas domésticas y catequéticas.

En reiteradas ocasiones Francisco ha defendido la necesidad de ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva. Al término de la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para el diálogo Interreligioso sobre “El papel de la mujer en la educación para la fraternidad universal” se centró en tres campos: valorar el papel de la mujer, educar para la fraternidad y dialogar.

El patriarcado religioso no es fenómeno que afecte sólo al ámbito interno de las religiones. Posee una significación y relevancia más amplia. El pensamiento feminista y los estudios de género no pueden ser ajenos a él. Todo lo contrario, han de estudiarlo con rigor en investigaciones de género y deben responder a él con una crítica feminista de las religiones y con propuestas que cuestionen en su raíz las estructuras patriarcales y los discursos androcéntricos de las instituciones religiosas. Dicho patriarcado debe tomarse en serio por las repercusiones negativas que tiene en diferentes ámbitos.

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a) El primero es el de las propias religiones que siguen ejerciendo una gran influencia en la conformación de la conciencia de no pocas personas, grupos humanos y sociedades enteras. Tres cuartas partes de la humanidad están vinculadas, de una u otra forma, a diferentes sistemas de creencias que predican mensajes androcéntricos, exigen creer en doctrinas elaboradas por los varones, justifican comportamientos machistas, legitiman prácticas patriarcales, fomentan actitudes misóginas, incitan a la violencia contra las mujeres y proclaman textos discriminatorios de ellas.

  1. El segundo ámbito donde se deja sentir la influencia negativa –muchas veces perniciosa– de las religiones en la esfera social y política, es en los países de religión única o privilegiada por la identificación entre los códigos morales religiosos y la ética cívica, la mayoría de las veces represiva contra las mujeres y permisiva con los varones. Pero influyen también en no pocos países no confesionales –en España, especialmente–, cuyos legisladores, gobernantes y jueces son rehenes de la religión dominante. En definitiva, el patriarcado religioso legitima, refuerza y prolonga el patriarcado social y político en todas las esferas de la vida, empezando por el lenguaje, siguiendo por la familia, las relaciones humanas, la legislación, etc. y llegando hasta la vida cotidiana.

Crítica de la teoría de género

Las religiones o, por mejor decir, los dirigentes religiosos, han...

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