Relaciones familiares e inteligencia emocional

AutorJosefina Rodríguez Góngora y Juan Carlos Rodríguez Rodríguez
Páginas101-120
CAPÍTULO 6.
RELACIONES FAMILIARES E INTELIGENCIA EMOCIONAL
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1. FAMILIA: RECORRIDO HISTÓRICO
Es evidente que a lo largo de los años ha existido un interés general en de nir el
concepto de familia. Rodrigo y Palacios (1998) re eren que la familia es la unión de
personas que cumplen un proyecto vital, con pretensiones de ser duradera en el tiempo
y donde, además, se generan sentimientos de pertenencia y compromiso. También se
ha tenido en cuenta la acción social de la familia, en tanto que hay una interacción con
el resto de la comunidad bajo la estructura de un grupo. Por su parte, la Real Academia
Española (2014) considera que la familia la conforma personas con nexo entre ellas y
que conviven juntas. Pero el concepto de familia ha evolucionado, de forma cualitativa,
en las últimas décadas. De tal forma, la mayoría de las personas nacemos y nos desa-
rrollamos en un núcleo familiar que in uye de manera directa en nuestro desarrollo
personal y social, con desarrollo de un vínculo de apego (Bolwby, 1979) y con un
sistema de valores que puede estar in uenciado, o no, por el entorno (Suares, 2002).
Cuando se intenta de nir a la familia, nos encontramos con el problema de la
variabilidad existente de de niciones entre las distintas épocas o culturas, encontrando
diferencias importantes en roles, funciones y el conjunto general formado (Gracia y
Musitu, 2000). Atendiendo a una perspectiva psicológica entendemos que hablar de
familia es hacer referencia a una multitud de signi cados, individualizados y ligados a
la experiencia personal de cada sujeto (Roche, 2006). Tal es así, que debemos atender a
la percepción que tenemos de los sujetos con quienes compartimos afecto o intimidad
o de aquellos en quienes con amos, al margen de la distancia o la relación civil que
tengamos con ellos (Gimeno, 2008).
Estrictamente podemos encontrar tres ejes elementales, en base a los cuales pode-
mos conceptualizar globalmente a la familia, que son la consanguinidad, la convivencia
y la afectividad (Arés, 2002, 2004). La familia supone un lugar seguro que proporciona
bienestar, garantizando el desarrollo físico y emocional de los menores y, además, los
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prepara para subsistir a lo largo del ciclo vital. Así mismo, aporta organización, estilo
de vida, costumbres y hábitos, posición e interacción social; conformando una base
idónea de desarrollo de los procesos mentales básicos (Vargas-Mendoza y González-
Zaizar, 2009).
El funcionamiento familiar estable conlleva a una dinámica familiar adecuada,
con de nición clara de las pautas de relación, en las que se ponen de mani esto las
emociones sentidas entre los miembros y con el grupo. Cuando la familia tiene un
funcionamiento saludable, puede cumplir con los roles asignados cultural e históri-
camente aumentando la autoestima grupal y mejorando, a su vez, el funcionamiento
familiar; la familia es capaz de propiciar un desarrollo integral exitoso de sus miembros,
facilitando la superación de crisis y el crecimiento grupal (Hernández, 2004). Por el
contrario, hablamos de familias disfuncionales cuando no se cumplen estos requisitos
de funcionalidad y se propician situaciones de desprotección de los miembros y pro-
blemas de desarrollo psico-físico de los mismos (Vargas-Mendoza y González-Zaizar,
2009).
Gimeno (2008) reconoce como funciones generales de la familia: socialización,
cuidado, reproducción, afecto y estatus. Asimismo, favorece el desarrollo biopsicoso-
cial de sus miembros, su protección, nacimiento de nuevos miembros, afectividad y
participación en la situación sociofamiliar. Se dan diferentes patrones de interacción,
generándose un clima familiar concreto, que serán la guía para su funcionamiento
mediante los patrones de a rmación de poder, retiro del amor e inducción de respuestas
empáticas. Esta conjugación de patrones de interacción es importante a cualquier edad,
pero cobra especial importancia en la adolescencia, sirviendo de base para la forma-
ción en valores, actitudes y creencias. Igualmente, juega un papel muy importante en
la elección de los amigos y, esto último, en el desarrollo o no de conductas delictivas
(Linares, 1997).
Por todo ello, podemos extrapolar que desde la familia no siempre se favorecen
conductas socialmente positivas, sino que cada vez es más frecuente la presencia de
in uencias negativas que generan conductas antisociales y destructivas de los me-
nores, que no derivan únicamente de errores de crianza, sino que son potenciadas,
conscientemente o no, por los progenitores o cuidadores como consecuencia de una
visión distorsionada de la realidad social (Escalante y López, 2002). Según Escalante y
López (2002) podemos hablar, desde la perspectiva de la función social, de dos tipos
de familias: las solidarias y las deformantes. Las primeras generan individuos sanos
propiciando un entorno saludable para el adecuado desarrollo de sus miembros. Por el
contrario, las segundas no favorecen el normal desarrollo de sus miembros, generando
condiciones poco favorecedoras para un crecimiento sano. Las familias deformantes
pueden, a su vez, subdividirse en familias discordantes, inseguras, tiránicas, trau-
matizantes y explotadoras, donde se mani esta una gran incompatibilidad afectiva,

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