Las regiones

AutorMarta García Alonso
Páginas163-176

Page 163

De cómo los augures crearon las regiones

Antes aún de saber qué era una región -de reconocerla en algún espacio convertido en territorio por el quehacer cotidiano de los hombres-, aprendimos a buscarla en los mapas. Regiones eran las que aparecían cartografiadas, dibujadas sobre un plano, con colores a veces diferenciados, aunque normalmente sujetos a las convenciones estilísticas de la disciplina: el azul para mares y la fina línea de los ríos, las gradaciones del marrón para la representación de unas tierras de innúmeros colores -rojas, blanquecinas, amarillas, pinceladas de verde intenso, roturadas, sembradas de maíz...-, un círculo con una crucecita encima para identificar un pueblo con su iglesia, pequeños cuadrados para los grupos de casas aisladas, etc. Todo representado desde la mirada abstracta de un Dios incomprensible que nos hubiera trastornado la vista para ajustarla a la de sus ojos euclidianos, que perciben la realidad uniforme y continua, y que se nos ha impuesto como un modelo de descripción que es previo a nuestra percepción de los territorios.1En aquellos mapas coloreados de la infancia, colgados de los muros de las escuelas, la pequeñez del mundo se hacía visible. Lo único que importaba estaba allí y necesariamente los espacios en blanco eran tierras de nadie, vacíos de significación, de vegetación e incluso de aire. Allí era donde existían las regiones, donde aprendimos a identificarlas, con sus pueblos de nombres distintos y aspecto intercambiable, más o menos importantes según su tamaño y su colocación central o periférica en el dibujo. Afuera se encontraba el mundo de lo tangible, de lo vivido, de lo nombrado en minúscula, donde lo visible se mezcla con lo invisible: el camino por el que se va a aquel río con forma de culebra; las casas de los parientes, los amigos y los extraños; las calles por las que no se debe pasar de noche; los hitos en el paisaje que nos recuerdan hechos de nuestra historia -las batallas perdidas o ganadas, los edificios de los que sólo quedan ruinas o los que conmemoran efemérides, etc.- y, a veces, de la historia de otros que

Page 164

habitaron en el pasado el mismo sitio geográfico, y cuyos vestigios se encuentran aún prendidos en la toponimia.

El concepto de región ya tiene de por sí su propia historia, gran parte de ella forjada en América en un intento de hacer inteligible para la codicia de los conquistadores una realidad inverosímil para la que no se tenía medida. Unamuno, en su ensayo En torno al casticismo, recordaría a Francisco de Pizarro, trazando con la espada una gran raya en la tierra y diciendo: «Por aquí se va a Perú a ser ricos; por acá a Panamá a ser pobres; escoja el que sea buen castellano lo que más le estuviere». Con ello dividía simbólicamente un territorio extenso en las únicas dos regiones posibles para el buscador de fortuna: la que le da la riqueza y la que perpetúa su pobreza, y con ello acercándose a su primigenia definición latina. No en vano región deriva de regio, dirigir en línea recta tanto en sentido físico como moral. Especialmente remite a las líneas rectas trazadas en el cielo por los augures para delimitar grupos de estrellas. De ahí su sentido de espacio -vacío o lleno- entre límites. Nació como una abstracción necesaria para leer la fortuna en los astros y se convirtió en los siglos posteriores en un instrumento de dominio sobre los hombres y las tierras. Las regiones son, primero y básicamente, contenedores que han sido rellenados de manera distinta según el momento histórico y el grupo humano de referencia.

En las primeras representaciones geográficas de América el continente aparece sin contenido.

[VER PDF ADJUNTO]

  1. Mapa de Diego Ribero en el que se muestran los territorios descubiertos hasta 1529

    Se trataba de una única gran región descrita como si fuera el elefante del cuento de los siete ratones ciegos, que intentan definir la experiencia de un objeto enorme con el tacto descoordinado de cada una de sus partes: fino como una soga, cilíndrico como una

    [VER PDF ADJUNTO]

  2. Mapa de Waldseemuller (1507) en el que aparece el nombre de América pero el continente está formado por dos islas

    Page 165

    [VER PDF ADJUNTO]

  3. Mapa de Franciscus Bassus Mediolanensis (1570) que muestra la continuidad entre Asia y América y la desaparición del continente austral

    columna, rugoso como una pared, etc. Así, América fue primero una isla, después dos islas cercanas, o una prolongación de Asia.2Cada nuevo adelantado distorsionaba, de modo intencionado o inocente, su propia pieza del puzzle. Fueron en muchos casos los propios indios los encargados de rellenar, o al menos de orientar a los conquistadores, sobre lo que se encontraría más allá de las costas. Éstos tenían también sus propias imágenes sobre las regiones que habitaban, dibujadas en materiales efímeros o con estrategias gestuales. Los intereses de ambos resultaban a veces contrapuestos y el resultado de la confrontación se resolvía en la indefinición de los mapas, simulacros de concepciones distintas del espacio, de la propiedad y de las relaciones entre los hombres. Aunque los mapas indios contenían detalles geográficamente relevantes, mostraban en realidad las alianzas políticas y sociales. Su estilo cartográfico les dejaba en desventaja frente a una situación de ocupación y despojo. Las alianzas podían cambiarse rápidamente; por el contrario, los accidentes geográficos permitían la localización precisa, en longitud y latitud, de los puntos débiles. No en vano la cartografía europea es un instrumento de guerra casi tanto como un legitimador de la propiedad, característica esta última heredada de los catastros romanos, indiferentes a la forma de los terrenos pero precisos a la hora de marcar su pertenencia.

    El ritual de posesión de las nuevas tierras descubiertas comprendía al menos tres acciones: cartografiar su periferia, renombrar cada porción significativa de ésta y establecer un criterio de propiedad. Actos todos ellos que duplican, triplican la textura de la realidad y destierran cualquier posible relación entre naturaleza y lenguaje, siglos antes de que llegara la postmodernidad y nos hiciera comprender los procesos de desterritorialización y reterritorialización, que analiza Néstor García Canclini.3La «narrativa de etnogénesis» española, portuguesa e inglesa fue utilizada no sólo como un acto de apropiación sino también como una estrategia de domesticación ideológica. El nombre es un talismán que simbólicamente puede dotar a los nuevos territo-

    Page 166

    rios de algunos rasgos que se le atribuyen al original de referencia, despojando, alienando a los habitantes de la propia significación cultural de sus espacios. Pero los nombres a veces se rebelan, se reconstituyen, se retuercen, se confunden, convierten lo cotidiano en siniestro o pueden ser utilizados como peligrosos símbolos de resistencia.

    Un ejemplo especialmente frívolo de etnogénesis se encuentra en el reemplazo de los nombres algonquinos por ingleses para denominar a los territorios cartografiados por John Smith en Nueva Inglaterra. Smith le presentó al príncipe de Gales un mapa con nombres indios, rogándole que tuviera a bien sustituir esos nombres bárbaros por ingleses para que la posteridad pudiera decir que el príncipe Carlos era su señor. El niño príncipe entonces comenzó su juego: «Cape James» (Cape Cod) por su padre; «Stuart’s Bay» (Cape Cod Bay) por la dinastía reinante; «Cape Elizabeth» por su hermana; «Cape Anna» por su madre, y «el río Charles» por él mismo. Smith también entró en el juego, las islas de Shoals se convirtieron en otras con su nombre e igualmente lo hizo el impresor de este mapa singular, John Reeves, nombrando un promontorio en Maine como el «Point Reeves».4El mapa, con sus nombres reescritos, sería publicado en 1616.

    [VER PDF ADJUNTO]

  4. Detalle del mapa de John Smith (1616) con los nombres puestos por el príncipe de Gales

    La posibilidad de transferir el mundo tridimensional al plano permitía también el reparto arbitrario de éste. En uno de los muchos dramáticos precedentes del proceso de colonización de África, este mapa de Smith fue utilizado en 1623 para el reparto de Nueva Inglaterra entre veinte adinerados propietarios. El Consejo de Nueva Inglaterra, en nombre del rey Jacobo, cortó el mapa en veinte tiras de norte a sur, que fueron introducidas en pequeñas bolitas de cera, que el rey iba eligiendo al azar, y así la propiedad de los territorios indios fue distribuida, según un sistema de lotería, entre la élite de la sociedad inglesa, y estas nuevas propiedades fijadas en sucesivos mapas. No resulta difícil imaginarse la solemne distracción del monarca que sellaría el destino de tantos pueblos, el revuelo de los cortesanos en los salones de palacio. El poder regio otorgado a los individuos permitía, como se muestra en un documento dado a sir Ferdinando Gorges en 1639 para sus propie-

    Page 167

    dades en Maine, «pleno poder y autoridad para dividir la totalidad, o cualquier parte de los territorios que le habían sido concedidos, en provincias, condados, ciudades, villas, parroquias o cualquier otra fracción que él considerara y en éstos designar las proporciones de tierra para usos públicos, eclesiásticos y temporales, y distribuir y asignar cualquier porción particular de dichos territorios, condados y terrenos».5La arbitrariedad en la fijación de límites es sólo uno más de los sistemas de «creación de regiones» que se ensayaron en América, verdadero laboratorio de la posesión y la desposesión, inaugurado por la más decisiva división de la Tierra hasta entonces conocida: el Tratado de Tordesillas.

    [VER PDF ADJUNTO]

  5. Disparidad en la determinación del meridiano de Tordesillas en 1570

    Esta decisión política, tomada por España y Portugal con el arbitrio del...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR