Recensión a Taguieff, P-A., l'islamisme et nous. Penser l'ennemi imprevu. Editions cnrs, París, 2017

AutorEguzki Urteaga
Páginas307-319

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Pierre-André Taguieff acaba de publicar su última obra titulada L’islamisme et nous. Penser l’ennemi imprévu (El islamismo y nosotros. Pensar el enemigo imprevisto) en la editorial CNRS. Conviene recordar que el autor es filósofo, politólogo e historiador de las ideas. Es director de investigación en el CNRS, en el centro de investigación de Sciences Po (CEVIPOF) y ha sido profesor en el Instituto de Estudios Políticos de París entre 1985 y 2005. Sus temas de investigación son el racismo y el anti-racismo, la idea republicana y el devenir de la democracia, los problemas planteados por el multiculturalismo y el comunitarismo, las interpretaciones de la historia y la idea de progreso, el anti-semitismo y el mito del complot mundial. Colabora con numerosas revistas, tanto francesas como extranjeras, y ha participado en múltiples obras colectivas. Entre sus libros relevantes, es preciso citar La Force du préjugé. Essai sur le racisme et ses doubles (1990), Les Fins de l’antiracisme (1995), L’Effacement de l’avenir (2000), La Nouvelle Judéophobie (2002), Le Sens du progrès (2004), La République enlisée. Pluralisme, « communautarisme » et citoyenneté (2005), L’Imaginaire du complot mondial. Aspects d’un mythe moderne (2006), L’Illusion populiste. Essai sur les démagogies de l’âge démocratique (2007) o La Judéophobie des Modernes. Des Lumières au jihad mondial (2008).

En la introducción de su última obra, el Taguieff observa que, lo que caracteriza el fenómeno islamista es el lugar central que ocupa en su seno “la referencia religiosa como fuente legitimadora, tanto de la acción política como de la violencia terrorista” (p.9). Frente al islamismo, “nosotros” designa ante todo aquellas personas que los islamistas designan

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como sus enemigos y que aspira a “combatir, eliminar y someter” (p.10). En ese “nosotros”, por círculos concéntricos, hallamos los ciudadanos galos, europeos y occidentales (p.10). “El término incluye, no solamente a los occidentales, sino también a todos los individuos culturalmente occidentalizados” (p.10). Pero, ese “nosotros”, nos dice el autor, extrae igualmente “su sentido contextual o situacional de una referencia implícita a una historia común y a valores compartidos: (…) el Estado de derecho, la democracia pluralista, las libertades intelectuales, la racionalidad crítica, la ciencia y la economía de mercado” (p.11). Podemos añadir a todo ello, “los derechos humanos y la igualdad de género, así como la secularización y la separación de las esferas”, en particular religiosas y políticas (p.11).

Ante el islamismo radical, que escapa a nuestros marcos mentales y a nuestras rutinas cognitivas, existe la tentación “de caer en la indignación y la denuncia, que tienden a sustituir la voluntad de conocer” (pp.12-13). El filósofo galo sugiere que “comencemos por reconocer que no comprendemos a los islamistas, que su pensamiento, su imaginario y su lenguaje nos parecen impenetrables. (…) Debemos confesar que tenemos dificultades para comprender el Islam y el Corán sin estar desorientados” (p.13). Todo ello, en un contexto en el cual “el Corán constituye para los islamistas (…) una reserva inagotable de argumentos legitimadores, y, para sus [oponentes], (…) un texto atravesado por la violencia” (p.17). Es obvio admitir que el final del siglo XX ha coincidido con el retorno de lo religioso que se ha traducido por “un llamamiento a la guerra en nombre de una religión, en el marco de una ideología contestataria [dotada de] una fuerte [dimensión] identitaria: el islamismo” (p.18). Ese retorno cuestiona la idea según la cual, como lo subraya Marcel Gauchet, “si el nivel educativo se eleva, la Ilustración triunfa, [lo que supone el final] del oscurantismo y de la superstición” (Gauchet, 2015: 79). Esto explica el trauma provocado por los atentados yihadistas y la utilización de términos como “barbaros” o “fanáticos” para designarlos (pp.18-19).

Haciendo un repaso histórico, el filósofo galo constata que, “lo que hemos percibido como un retorno a la barbarie y al obscurantismo de lo religioso se ha [iniciado] en 1979 con la revolución iraní. Lo que ha asombrado a los occidentales es la dimensión inseparablemente religiosa y revolucionaria de la toma del poder por los islamistas” (p.19). Una década después, esa revolución era categorizada por numerosos expertos como el principal indicador “del dinamismo contemporáneo del fundamentalismo musulmán, cuyo objetivo era instaurar un orden social y político conforme a la ley islámica” (p.20). El choque iraní “nos ha con-

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ducido a cuestionar nuestras convicciones ideológicas sobre la evolución de las sociedades contemporáneas, mostrándonos que estaban lejos de seguir una trayectoria histórica lineal” (p.20).

Tras la derrota del Ejército Rojo en Afganistán ante los combatientes islamistas, apoyados por Estados Unidos y Arabia Saudita, otro gran acontecimiento ha tenido lugar: los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York “que han mostrado que la superpotencia norteamericana no estaba protegida [ante el] terrorismo islamista” (p.21). Los servicios de inteligencia norteamericanos fueren incapaces de anticipar ese ataque. “La ausencia de anticipación de la amenaza [islamista] ha conducido a cuestionar la lucidez de los especialistas del islamismo y del terrorismo” (p.21-22). Esto ha dado la sensación de que “el islamismo radical se había convertido en una de las amenazas mundiales que se debía afrontar” (p.22).

Pero, lo cierto es que “la amenaza islamista no ha dejado de ser (…) minimizada por la mayoría de los intelectuales, periodistas, expertos y dirigentes políticos” (p.21). De hecho, no solamente la amenaza islamista no ha desaparecido, sino que se ha exacerbado. En Francia, el yihadismo ha multiplicado los atentados sangrientos utilizando modos operativos cada vez más diversificados: bombas humanas, atropellos masivos, etc. (p.23). Hoy en día, nos dice el autor, “el islamismo radical representa la última [ideología] que legitima, en nombre de Dios, el uso de la violencia (…) contra [sus oponentes], que sus adeptos designan como ‘no crecientes’ o ‘infieles’” (pp.23-24). En ese sentido, “el utopismo revolucionario se ha refugiado en el islamismo yihadista”, siendo conscientes de que esa revolución es tradicionalista y reaccionaria, en la medida en que aspira a volver al estilo de vida de los primeros musulmanes (p.24).

En el primer capítulo, dedicado al extremismo, Taguieff indica que se suelen distinguir el islamismo radical y el islamismo moderado (p.27). En general, lo que se considera radical es ante todo “la incitación y el uso de la violencia” (p.32), lo que es incompatible con la democracia pluralista y el Estado de derecho. Pero, se pregunta el autor, ¿qué sucede con los salafistas quietistas que no son violentos pero que han adoctrinado a los futuros yihadistas? La realidad es que “la distinción analítica entre salafistas quietistas y salafistas yihadistas (…) es inadecuada para la descripción de la realidad de las prácticas islamistas” (p.33). Sucede lo mismo con la distinción “entre la vía política [asignada] a los Hermanos Musulmanes y la vía guerrera atribuida a los salafistas yihadistas” (p.33). Para Taguieff, “la distinción entre...

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