Relación entre razón práctica, justicia y ley. Relevancia actual de la perspectiva aristotélico tomista

AutorDiego Poole Derqui
CargoUniversidad Rey Juan Carlos de Madrid
Páginas410-439

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Introducción

La imagen del «esencialismo iusnaturalista» desarrollada por Suárez -en supuesta continuidad con Sto. Tomás- ha adulterado y desfigurado la estructura genuina del razonar práctico tal y como fue concebida por Aristóteles y luego desarrollada fielmente por Sto. Tomás. En cierta manera también se debe a Suárez la distorsión de la noción de principios de la ley natural, en la medida en que pierde de vista la diferente naturaleza de las premisas en los razonamientos especulativos y en los prácticos. La crítica de la falacia naturalista que desde Hume se viene haciendo contra el «iusnaturalismo clásico», es pertinente y adecuada cuando se aplica a la teoría de Suárez o a cualquier iusnaturalismo de corte racionalista, que, por otra parte, en los últimos tres siglos se nos ha presentado como si se tratara de la «teoría clásica de la ley natural».

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Gracias en buena medida a los estudios sobre Aristóteles realizados por Anscombe1 y Nussbaum2, que reivindican la especificidad del razonamiento práctico tal y como lo concibió el estagirita, y gracias también a los autores neoclásicos que se inspiran en la filosofía moral de Grisez,3 se ha abierto toda una línea de reflexión que pone en entredicho una imagen convencional de un iusnaturalismo que en realidad poco tiene que ver ya con las doctrinas de los autores -especialmente Aristóteles y Sto. Tomás- sobre los que teóricamente se fundamentaban4.

En el ámbito de la filosofía moral, quizá los que están desarrollando con mayor éxito la especificidad del razonamiento práctico sean el profesor suizo Martin Rhonheimer y el italiano giuseppe Abba5. En cambio, en el ámbito de la filosofía jurídica europea, todavía estamos ante un trabajo por hacer. Pensamos que esta labor podría realizarse a Page 412 partir de un renovado estudio del pensamiento de Aristóteles y de Sto. Tomás, a la luz de las recientes aportaciones sobre la naturaleza del razonamiento práctico y moral.

Con este trabajo tratamos de reintroducir en el ámbito del pensamiento iusfilosófico las reflexiones sobre el razonamiento práctico que, con tanto éxito, se están desarrollando en el ámbito de la filosofía moral. Con este fin, distinguimos los siguientes puntos de reflexión: 1) una reelaboración de la interpretación del primer principio y los demás principios de la ley natural, incorporando críticamente muchos de los argumentos del neoclasicismo anglo americano. 2) un estudio de la articulación de tales principios en la estructura del razonar práctico. 3) una reflexión sobre el lugar que ocupan las virtudes morales, y especialmente la virtud de la justicia, en el proceso del razonar práctico. 4) Una renovada argumentación sobre la impertinencia de la crítica de «falacia naturalista» vertida contra el iusnaturalismo. 5) un planteamiento del bien común como fin último de la existencia humana, haciendo ver cómo se compenetran sin devaluarse, antes bien potenciándose, la comunidad y la persona; y, por último, 6) una reformulación de la concepción analógica de la ley como recta ordenación de las partes hacia el bien común como fin.

1. Una nueva interpretación del primer principio y de los demás principios de la ley natural

Los principios de la ley natural son principios del obrar. Los principios del obrar constituyen las premisas de los razonamientos prácticos. Tales premisas son los fines o bienes en vista de los cuales se articula el razonamiento práctico. Si estas premisas son objetivos de la acción, no son normas muy generales: sólo en vista de tales fines, y con posterioridad al conocimiento de los mismos, hacemos las normas, con las que describimos esos fines y determinamos los medios para conseguirlos. Si se llaman principios, es porque por ellos comienza el razonamiento práctico, pues el razonamiento práctico comienza siempre por un fin apetecido, que es último en la consecución. Si los principios del razonar práctico son fines de la acción, serán tanto más principios cuanto más postreros sean tales fines. Y si es no podemos decir que el hombre pueda tener varios fines últimos, por el mismo motivo tampoco podemos decir que tenga varios «primeros principios» (todos con el mismo grado de ultimidad, se entiende). No es lógico pensar que el hombre pueda tener varios fines últimos, porque, de lo contrario, habría que admitir que el hombre es un ser naturalmente amorfo, pues podría realizarse igualmente en cualquier dirección y de cualquier manera, cosa que la experiencia común desmiente. Esto lo explica Sto. Tomás diciendo que el fin último de una substancia es su última forma, hacia la que tiende por naturaleza, y que el Page 413 hombre normalmente alcanza tal fin mediante sus acciones moralmente buenas, porque el criterio fundamental de la moralidad del actuar humano -como veremos más adelante- se determinará en última instancia en vista del fin último. Subrayamos en última instancia porque un conocimiento aproximativo de la moralidad de nuestras acciones nos viene ya dado por una cierta congruencia de cada acción con el dinamismo apetitivo propio del hombre. Por otra parte, es un hecho evidente la gran mayoría de los hombres experimentan una cierta atracción hacia unos mismos bienes (por ejemplo, hacia la salud, hacia la unión conyugal, el conocimiento...). Dicho con otras palabras, el hombre se encuentra, mediante sus apetitos, naturalmente referido a ciertos fines o bienes. Y es precisamente porque tenemos apetitos de ciertos bienes, por lo que razonamos prácticamente: una persona que no tuviera ningún fin determinado que conseguir, esto es, una persona completamente apática, no tendría inclinación a deliberar, y por tanto, ni siquiera podría hacer razonamientos prácticos.

Por su movimiento apetitivo cada animal se encuentra tendiendo hacia su bien propio. Los animales irracionales satisfacen sus apetitos o instintos sin saber por qué los satisfacen, o al menos, sin percibir la jerarquía interna entre sus propios apetitos, y por supuesto, sin ser conscientes de que, al procurar su propio bien, posibilitan que a su vez otros animales puedan también tender eficazmente al suyo propio. El hombre, como cualquier animal, también se encuentra apeteciendo bienes que él mismo no elige apetecer, pero, a diferencia de los animales irracionales, puede elegir satisfacerlos o no. Presupuesto de toda elección es la existencia de un apetito en vista del cual se elige una cosa u otra. Y en la jerarquía de apetitos hay un apetito que el hombre no puede dejar de elegir: es el apetito de felicidad, plenitud, de bien irrestricto, o comoquiera llamarse. Nadie, en su sano juicio, puede elegir no ser feliz. Es, por lo tanto, en vista de este apetito como ha de fijarse la medida justa en la satisfacción de los apetitos a él subordinados. El hombre, gracias a una adecuada instrucción y mediante el ejercicio reiterado de acciones correctas, va acostumbrando a sus apetitos inferiores a apetecer en la medida justa, para que todos y cada uno de sus apetitos jueguen en favor del apetito de felicidad. Ciertamente, todos los apetitos tienen una orientación originaria hacia su bien propio correspondiente, y todos tienen entre sí una correlación natural, de tal manera que los apetitos inferiores están al servicio y son integrados en los apetitos superiores. Por ejemplo, el apetito nutritivo está al servicio de (y se integra bajo) el apetito más general de la conservación en el ser, que, a su vez, está subordinado a un apetito más general de plenitud o felicidad (gracias a que el hombre huye pasionalmente de la muerte, puede realizar otros bienes para los que vive, porque el ser inteligente no se contenta con vivir por vivir, sino por hacer algo con su vida). Todo esto no significa que el hombre se plantee siempre, cada vez que actúa, esta subordinación y jerarquía de bienes apetecidos. Significa sencillamente que, cuando se para a pen-Page 414sar, puede conocer esta subordinación de apetitos, y puede incluso dejar relativamente insatisfecho algún apetito inferior en orden a satisfacer mejor un apetito superior. El hombre virtuoso es aquel que tiene tan domesticados sus apetitos, que todos apetecen conforme al apetito racional de felicidad.

Los apetitos más acuciantes son los más básicos, como el apetito nutritivo o el apetito sexual, porque de su insatisfacción normalmente se deriva una alteración psicosomática. Pero, el rango en la jerarquía de los apetitos no viene determinado por su respectiva acuciosidad, sino por su mayor o menor ultimidad. Hemos visto que en esta jerarquía de apetitos hay un apetito que no sirve a ningún otro, y a cuyo servicio están todos los demás. El hombre, en la medida en que se va desarrollando intelectualmente, va identificando mejor este apetito, aunque dicho apetito fundamental está presente y es operativo, por medios de los demás apetitos, desde el inicio de su vida: todo lo que el hombre hace desde que viene a este mundo, lo hace porque consciente o inconscientemente busca la felicidad. Sólo con el tiempo el hombre va dándose cuenta de que la vida tiene un sentido, de que hay un apetito dominante, de que la vida propiamente humana no es un sucederse de satisfacciones apetitivas deslavazadas, sino que todo lo que apetece lo apetece porque es integrable en un proyecto unitario, en vista de un fin apetecido por sí mismo...

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