Las raíces del viento. Un análisis desde Nietzsche sobre el Derecho como forma reguladora de conocimiento

AutorM.ª José González Ordovás
CargoUniversidad de Zaragoza
Páginas349-382

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Ver Nota1

1. La valentía de la conciencia

Tras su muerte, desde las más variadas perspectivas, con las más distintas intenciones y pretextos no ha habido autor que a partir de la Filosofía, la sociología o el pensamiento en general no se haya detenido y entretenido por las sendas a que conducía ese genial explorador de la mente y el alma humana llamado Nietzsche. Ese al que incluso los menos ortodoxos han considerado un extravío2 ha resultado ser, a juzgar por sus influencias, reproches, seguidores y críticos, un necesario extravío. No es exagerado decir que «Nietzsche es un peligro para todo el que se ocupa de él», su peligro «no está solo en su naturaleza de ratonera, en la musicalidad de su persuasivo lenguaje, sino que consiste más bien en una mezcla inquietante de filosofía y sofística»3. Él, a quien la filosofía occidental le parecía «un movimiento profundamente negativo», es paradójicamente uno de los filósofos más importantes de todos los tiempos y lo es tanto por el contenido de sus principales ideas como por la exigencia permanente a la que somete al lector, para el que no hay tregua una vez que se ha decidido a hacer una lectura ni sesgada ni prejuiciada de sus escritos. La justificación de porqué de nuevo Nietzsche, la legitimación de este empeño es, en el menor de los casos doble: porque siempre se ha de volver a los clásicos y Nietzsche lo es desde hace ya mucho y porque Nietzsche, como algún otro autor más, pertenece a ese reducido grupo de pensadores a los que cada generación vuelve en inquieto peregrinaje no tanto para encontrar las respuestas sino para hallar las preguntas adecuadas al haber quedado veladas por tanto prejuicio, premisa y promesa.

Pocos autores necesitan de tanta interpretación4, y ello permite, y aun exige, recorrer los caminos de ida y vuelta que van desde él hasta cada época y momento, hasta nosotros. Su complejo estilo plagado de paradojas, metáforas, ironías y hasta parábolas semibiblícas lo hacen acreedor de tantas lecturas como lectores, no siempre coincidentes ni siquiera compatibles. Así, hemos conocido un Nietzsche socialista, el propuesto por Nicolas, Andler, Mehring y Shaw; nihilista de la mano de Bröcker, Obenauer y Mathäus; el jansenista de Gide; el nazi que veían Copleston, Johannes, Haertle, Haug, Ludovici, Bäumler, Mis, Kassler y Giese5 entre otros, mientras Thomas Mann aseguraba, por el contrario, que «el fascismo quedaba completamente fuera de la imaginación de Nietzsche». Y, «el hecho de que la burguesía alemana con-

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fundiese la irrupción nazi con los sueños de Nietzsche acerca de la barbarie renovadora de la cultura –le parecía– el más estúpido de los malentendidos»6. De hecho, algunas de las más acreditadas y autorizadas interpretaciones de los años treinta y cuarenta son interpretaciones antinazis y, sin duda contribuyeron a su «redescubrimiento» deci-dido y necesario: Jaspers, Löwith, Heidegger o Bataille, estarían ahí7.

Y más, también existe el Nietzsche reaccionario descrito por Fedorov y Lukács, el kantiano de Würzbach; el existencialista, de Giesz, Heidegger y Löwith; el vitalista defendido por Bergson y Ortega o el Nietzsche cuya práctica estaría más cerca del marxismo que del hegelianismo a decir de Lefebvre8. Y hasta ha llegado a hablarse del «Nietzsche francés» representado sobre todo por Deleuze pero que además incluiría a Foucault, Klossowski, Pautrat, Rey y Kofman, a su vez influidos por Bergson y Bataille9.

Sea como fuere, si algo confirma esa proliferación de versiones es que Nietzsche, pese a los intentos, no es una bandera apropiable a disposición de los más variados «ismos», todo lo contrario es, él lo supo y así lo quiso, «imposible de clasificar»10 y encasillar tanto desde los parámetros filosóficos clásicos como desde los políticos11.

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Oscilando siempre entre los extremos para hacer tambalear en cada uno algo de lo que se había considerado intocable y aun inamovible ha sido calificado como un escritor en blanco y negro12, muy probable-mente como forma de destacar que su modo de pensar, escribir y vivir, siendo las tres acciones una sola en realidad, está exenta siempre de sfumato, desvanecimiento o difuminación. Marca y recalca, con aforismos o sin ellos, de manera contundente y hasta machacona a veces, aunque no siempre del todo clara, qué hay y por qué es eso y no otra cosa lo que acompaña al hombre.

No es Nietzsche un filósofo al uso: prescinde de citas, de incursiones analíticas por textos y autores y no aporta más demostraciones que sus comparaciones entre poéticas y oníricas. Y ello hasta el punto de que tomar a Nietzsche en serio no supone, no puede ser, tomarlo siempre al pie de la letra. Autor que juega y se recrea en un lenguaje al que desmaquilla y desnuda de los prejuicios y conceptos largamente transmitidos para que no embosquen ni emborronen las ideas nuevas que él sí trae y defiende.

Crítico con la idea misma de sistema no podía tramar y adoptar tal estructura para presentar un pensamiento que escapa a cualquier domesticación o sometimiento dialéctico, didáctico o divulgativo impuestos por el método. Su manifiesto abandono de toda forma e intención de sistema así como el osado contenido de su pensamiento, pertenezca a la etapa que pertenezca, hacen que en él «lo lúcido, el delirio y el complot formen un todo indisoluble»13. Pero no es un com-plot de clase sino el más solitario y aislado de los complots, el del individuo solo que solo se enfrenta al peso del pensamiento heredado y trasmitido sin ser sometido a la difícil prueba de la verdad. Su original estilo, escollo insalvable para cualquier intento de catalogación y etiquetado ha pensado y elaborado todos sus libros como un monólogo consigo mismo, son confesiones de un autor que se muestra sin máscaras en un primer plano resultando imposible una separación nítida entre vida, obra y pensamiento guiados todos ellos en una unidad casi mística de ejecución: su vida es su pensamiento y este su vida entera.

Del mismo modo que nadie duda de que el siglo xx no pudo ser sin Nietzsche (ni Marx, ni Freud) tampoco parece que el xxi vaya a poder prescindir de él, presente en todo caso de forma explícita o no, directa o no, en algunas de las más influyentes obras de los más destacados autores de entonces y ahora. Tal vez por ser un autor que gustaba de los extremos era un autor que gustaba a los extremos y, sin dudarlo, los ha habido que se han aprovechado de él, reduciendo y retorciendo

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su pensamiento para acomodarlo interesadamente como justificación y mayor gloria de sus postulados más excesivos. No se puede trocear a Nietzsche sin desbaratar el sentido de unidad que aportó con sus trabajos. Y si ya en 1950 Adorno veía claro y hacía suya la labor de devolver a Nietzsche la verdadera imagen de pensador que, a su juicio, le correspondía oponiéndose a la torticera deformación y apropiación por parte del nacionalsocialismo14, hoy sigue siendo a mi parecer preciso el cometido de deslindar su figura de la caricatura y fácil crítica de quienes sin leerlo, seducidos por los fáciles atajos de las lecturas de terceros, lo han denostado y simplificado hasta hacer casi de él parodia y mofa. Por contra, muchos son y han sido los que han hablado «En favor de Nietzsche»15 y de las muchas aportaciones que de él rescatan destacan su énfasis en liberar al pensamiento de la presencia de todo logocentrismo y su incomparable aportación al «mostrarnos las cosas bajo una luz nueva»16. Es la suya una sinceridad extravagante que nos enfrenta en ocasiones a verdades feas e inmorales pero sinceridad al fin de la que pretendemos dar aquí cuenta e interpretación por cuanto pueda servir de contribución a la explicación del presente con la convicción de que para actuar bien es preciso y condición conocer bien, siendo el conocimiento solo posible gracias a la «valentía de la conciencia»17.

2. Modernidad de nietzsche
2. 1 Existencia y axiología

De los tres autores que, según Lumia, marcan los orígenes y el comienzo del existencialismo: Kierkegaard, Nietzsche y Husserl, el jurista italiano destaca cómo Nietzsche concurre con su inaugural visión de la realidad pues «contra el fácil optimismo de su siglo él reconoce que la vida es dolor, lucha, incertidumbre y error» lo cual no le hace en absoluto renunciar a la vida, antes al contrario, la acepta como es, con sus rasgos «irracionales y absurdos». Uno de los temas en los que la aportación nietzscheana resulta más contundente y concluyente es en lo que afecta a su clara «conciencia de la crisis de valo-

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res tradicionales fundados sobre la base de un orden objetivo y universal». Sin embargo y por el contrario, para Nietzsche no existe la verdad o, por mejor decir no hay más verdad que «mi verdad». No existe un bien que yo deba reconocer y al cual someterme, no existe más bien que el que yo quiera aceptar como tal. Detener la verdad, elaborar los conceptos y fijar los valores que es lo que por siglos ha ocupado a la Filosofía occidental vendría a ser algo así como un ejercicio intelectual de taxidermia con la vida al disecar toda manifestación vital de transformación, mudanza y cambio inherentes a la existencia en cuanto tal. En ese sentido bien pudiera decirse que Nietzsche más que un existencialista es un filósofo de la existencia, pues aparta y reniega de todo cuanto pueda suponer amenaza, sustracción o rebaja para la vida por cruel y despiadado que pueda resultar. Es la suya una filosofía que no sale a la defensiva sino a la defensa más activa de la vida18.

La modernidad de Nietzsche, que sienta las bases de nuestra...

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