¿A qué queremos referirnos cuando hablamos de empleos verdes?

AutorÁngel Arias Domínguez
Cargo del AutorProfesor Titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social
Páginas121-141

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Introducción

Lo verde está de moda. En realidad siempre lo ha estado, al menos durante los últimos treinta y tantos años. En el consumo responsable, en la edificación urbanística, en el paisajismo, en la política, en el trabajo voluntario en las ONG’s. Y también, como no podía ser de otra forma, en el Derecho.

Energías renovables y fiscalidad es el maridaje más característico de esta nueva mixtura, aunque hacia otras áreas del derecho ha llegado también la oleada novedosa, con más o menos reflujo, a veces (casi siempre) incluso con fuerte resaca. También (cómo no) al Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, icono totémico de la resolución de problemas económicos, y convertido en el nuevo gurú (ahora, tras la reforma laboral de 2012 apellidado neocom) de la resolución de las desigualdades sociales.

Lo que otras parcelas del derecho son incapaces de realizar: la erradicación de la violencia de género, la implementación de la igualdad real en la sociedad, la protección de minorías más o menos paisajísticas, pretenden que lo haga el derecho del trabajo, el derecho social. Al punto de constituir el complemento perfecto de cada reforma jurídica, erigiéndose en el fiel de la balanza en la que se sopesan los éxitos normativos, rara vez satisfactorios, y pocas veces definitivos. No hay mayor facilidad para sucumbir en el ostracismo que asumir competencias para las que no se está capacitado. Al Derecho del Trabajo puede sucederle lo que a tantos otros protagonistas pasajeros, personas o instituciones (jurídicos o no), de la vida pública, que de tanto aparecer, de tanto ser nombrado, traídos y llevados, de tanto servir para todo pasan, de la noche a la mañana, a no ser capaces de solucionar nada de verdad. A lo mejor hay que preguntarse qué hace el Derecho del Trabajo ocupán-dose de referencias extravagante a su propia idiosincrasia cuando se cabalga

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(a galope tendido) hacia los seis millones de desempleados. A lo mejor también es el momento de reflexionar sobre si esta perifollo seudo-laboral del que nos vestimos los laboralistas (algunos los domingos de asueto, otros a diario) no forma parte de un engaño cósmico para desacreditar su propia fortaleza interna, con el propósito de reducir su ámbito de operatividad a fuerza de expandirlo hacia parcelas fútiles al trabajo asalariado y su protección social.

Este debate lleva lejos, y quizá no sea el momento de exponerlo consecuentemente, pero sí el de decir, al hilo de esta reflexión general, que la tinción verde del follaje laboral se ha producido más por ósmosis o contagio vírico, que por un convencimiento en el menester. Y, desde luego, el contagio se ha producido sin verdades entidad, sustantividad o autonomía conceptual. Se ha producido de manera mórbida, como algo no buscado, no deseado, e incluso, quizá como algo no beneficioso. Como un proceso infeccioso, que no puede tener más tratamiento que la penicilina, es decir, el aislamiento de lo verde para consentir que se autoconsuma en su propia morbidez.

Lo verde en lo laboral se convierte en un mero atrezo, tramoya o vestimenta que altera la fisonomía externa de lo ya conocido, sin permeabilizar la capa cutánea de la epidermis del trabajo asalariado o su protección social. Por mucho que sea un color atrayente, por mucho que sus tonalidades varias implementen una sensación de frescor en este secano ámbito laboral, y por mucho que nos empeñemos en vivir de acuerdo a nuestros convencimientos verdes, poco puede hacer el ordenamiento laboral para articular la potenciación de empleos verdes, responsabilidad que debe encomendarse al desarrollo de una política económica, más o menos acertada. El Derecho del Trabajo acompañará en el camino, naturalmente; podrá poner la tilde en el acento, claro que sí; favorecerá una decisión ya tomada, por supuesto. Pero la realidad es obstinada, muy obstinada y éste dice que esta rama del ordenamiento será incapaz de construir por sí misma un discurso propio y autónomo que mueva la realidad en el verde sentido deseado. Por mucho énfasis que se pongan en la articulación de empleos verdes, éstos no son un yacimiento de trabajo, no son un niño de trabajo en el que calar nuevos empleos.

Puede presagiarse que la moda pasará, el proceso vírico pasará, y seguramente quedaremos inmunizado, esperemos que por mucho tiempo, ante el reclamo para que este sector del ordenamiento atienda cuestiones en las que no tiene competencia, para las que no puede ser llamado, y ante los que tiene pocas cosas que aportar, ninguna con propiedad. Aspectos en los que, en realidad, no puede tener competencias.

Esta incesante llamada al Derecho del trabajo para que se convierta en el solucionador de (la totalidad de) los problemas de la sociedad es poco realista. Además de poco edificante, muy poco útil y desde luego mitificadora de momentos históricos inexistentes. Entre otras cosas porque las posibilidades para que desde el Derecho del Trabajo se articule un discurso sobre las empresas o los empleos verdes es ilusorio. Es incluso indecoroso, desde el pudor académico más conservador, rigorista en este caso. En definitiva, pensar que

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los empleos verdes, o que lo verde en el empleo puede erigirse en la palanca de cambio de las tendencias destructoras de empleo es simplemente ridículo.

Porque no hay, -es hora ya de decirlo, alto y claro y desde el comienzo de este análisis-, empleos verdes. Porque los empleos, el ejercicio de actividad productiva por cuenta ajena asalariadamente, no puede ser verde, como tampoco puede ser azul o rojo. No tiene colores, no tiene fisonomía externa mutable que pueda vestirse o transfigurase en el acomodo que en cada caso reclame el sistema productivo, por definición mucho más adecuado a esta permeabilidad de la realidad del mercado a la que sirve que el Derecho del Trabajo, mero garantizador de condiciones de dignidad para el intercambio privado de trabajo por salario.

Carece de la facultad de adaptarse a este tipo de situaciones externas con tanta capacidad, con tanta velocidad como lo hace el tejido económico, empresarial o emprendedor. Por eso, precisamente, es tan difícil conseguir desde la reforma del mercado de trabajo el crecimiento económico, lo que explica, en parte, el reiterado fracaso de las políticas renovadoras del (ahora así llamado por algunos) «bazar» laboral. Aserto no sólo aplicable a la teoría de los empleos verdes, que también, sino en general, a cualquier otra circunstancia en la que el Derecho del Trabajo sea reclamado para la consecución de objetivos no propios.

Por flexible que éste sea (que lo es) nunca podrá domeñar al sistema económico para estimular su crecimiento, para impulsar que acometa una decisión económica (y también jurídica) como la de contratar a nuevos trabajadores, que se caracteriza por asumir dos tipos de obligaciones económicas instantáneas (amén de otras de otro tipo, igualmente onerosas), salariales y de seguridad social. La lógica del beneficio económico está por encima, muy por encima, de consideraciones éticas en los comportamientos empresariales. A este nivel no ha llegado todavía la responsabilidad social corporativa empresarial, más mito que realidad, y cajón de sastre para tantas cosas que vacía de contenido el propio concepto.

Seis meses después de la entrada en vigor de la reforma laboral (versión 2012) que iba a conseguir la reducción del desempleo a costa de la pérdida de derecho, hemos comprobado (se ultima este estudio a mediados del mes de octubre) que el desempleo ha crecido el último mes en 79.645 desempleados, situándose el desempleo total por encima de los cuatro millones setecientos mil trabajadores. Espeluznante, aterrador y radical-mente incompatible con un Estado Social, como proclama, tan pomposa como estérilmente el art. 1 de la CE. El mito de los seis millones ya no se va a referir en la literatura contemporánea al número de seres humanos exterminados en los hornos crematorios (digamos, por ser elegante) nazis, sino al número de desempleados en un país que ya ha bajado el umbral de los diecisiete millones de trabajadores afiliados a la Seguridad Social. Resultado espantoso, sin más.

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Se habla, no obstante, y con demasiada emotividad y vehemencia, de empleos verdes, de yacimientos de empleos no contaminantes, de que el futuro del empleo será verde o no será, para querer significar, simple y llanamente, que puede existir la necesidad de contratación de mano de obra en empresas que ejerzan una actividad productiva caracterizada de verde, de no contaminante, dedicada al ejercicio de actividades productivas respetuosas con el medio ambiente, u obteniendo recursos de la naturaleza de manera no contaminante. Más que empleo verde es empleo en empresas no contaminantes; más que trabajo verde debería emplearse el término de empresa verde.

Una muy buena definición de qué es un empleo verde es la que patrocina la OIT, el organismo que, con mucho, más se ha dedicado al tema. Su definición es la que sigue: «Los empleos verdes reducen el impacto ambiental de las empresas y de los sectores económicos, hasta alcanzar niveles sostenibles. En particular, pero no exclusivamente, esto incluye empleos que ayudan a proteger los ecosistemas y la biodiversidad, a reducir el consumo de energía, materiales y agua a través de estrategias altamente eficaces, reducir la dependencia del carbono en la economía y minimizar o evitar por completo la producción de todas las formas de desechos o contaminación»1.

Pero cómo fácilmente puede deducirse de la definición, aquí más que empleo verde estamos hablando de empresas «verdes» que emplean trabajadores en sectores productivos no contaminantes. Se caracteriza qué es un empleo verde por la fisonomía externa en que se...

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