La prospectiva y la investigación del futuro

AutorJordi Serra del Pino
CargoMiembro del grupo de investigación en inteligencia. Universidad de Barcelona
Páginas211-222

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Introducción

El descubrimiento del tiempo (como un vector cronológico) por parte de los humanos es una cuestión algo incierta; seguramente la adquisición de conciencia sobre el tiempo vino aparejada con el desarrollo de mecanismos de lenguaje para expresar estadios temporales distintos, es decir: los tiempos verbales. Ésta parece una explicación plausible en la medida que se conoce que culturas sin tiempos verbales (tal y como los conocemos: pasado, presente y futuro) han desarrollado una percepción temporal totalmente distinta1, incluso algunas de ellas operando estrictamente en tiempo presente.Page 212 Con todo, hay que ser consciente del salto evolutivo que implicó para nuestra mente la facultad de referirse a momentos temporales diferentes y de ordenarlos cronológicamente. Sobre todo, porque la existencia de una pluralidad de instantes rompió la configuración del presente como eterno; dicho de otra manera, se abrió la posibilidad de esperar variaciones en el devenir de las cosas. Esta nueva percepción del tiempo es lo que posibilitó la anticipación, la previsión y la planificación y dio una nueva dimensión al recuerdo, a la rememoración y a la conmemoración; todos ellos elementos esenciales para las funciones de generación, almacenaje y transmisión de conocimiento.

Sea como sea, tan pronto como los primeros humanos entendieron que el tiempo es mutable empezaron a desarrollar herramientas para gestionarlo: aparecen los primeros calendarios y se empiezan a desarrollar ciencias y saberes para mejorar la capacidad de medición y anticipación del tiempo. Los fundamentos de estas empresas cognitivas han sido legión y las disciplinas a que han dado lugar innumerables: astronomía, astrología, numerología, quiromancia, cartomancia y un sinfín de artes adivinatorias que, a su vez, hacen posible la existencia de adivinos, profetas, oráculos, pitonisos, brujos, chamanes, etc. Sin embargo, todas estas disciplinas se movían principalmente en el ámbito de lo sobrenatural, cuando no de lo esotérico o hermético; por ello, las personas que tenían (o pretendían tener) la capacidad de predecir el futuro eran reverenciadas y temidas. De todas maneras, para el común de los mortales el futuro era, en el mejor de los casos, inescrutable e ineluctable y fuente de todo tipo de temores.

La consagración de la razón como principio rector de la acción humana y la consolidación de la ciencia como método de obtención de conocimiento cambian este estado de cosas; el futuro deja de ser el origen de todos los temores para pasar a ser una fuente de esperanza. La transición del siglo XIX al XX marca el apogeo de la fe en el progreso como panacea a los males de la humanidad y, también, de la creencia en la ciencia como la llave que nos abriría los secretos del tiempo y el espacio. H. G .Wells se convirtió en el apóstol de la nueva fe y, en una conferencia pronunciada en 1902 en la Royal Institution en Londres, afirmó que «se ha hecho posible obtener un conocimiento de las cosas a venir tan claro, tan universalmente convincente e infinitamente más importante para la humanidad, que la clara visión del pasado que nos ha proporcionado la geología en el siglo XIX» (Wells, 1902: 92).

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Sin embargo, esta idílica versión del futuro pronto se quiebra. En primer lugar, la Primera Guerra Mundial demostró que el progreso no aseguraba la concordia y, en segundo lugar, la teoría de la relatividad y la física cuántica rompieron la imagen del cosmos como un gran mecanismo fiable y predecible. Así, ni la ciencia ni la razón parecían caminos fiables hacia un futuro mejor; de hecho la primera mitad del siglo XX deviene una perfecta imagen del vaivén de la humanidad entre la esperanza y la desazón, entre la irracionalidad y el desarrollo culminando en la Segunda Guerra Mundial como epítome de la sinrazón. Y es precisamente en este contexto que se origina la prospectiva.

Es en la Europa de la posguerra que nace la prospectiva, un grupo de intelectuales entre los que destacan Bertrand de Jouvenel, Aurelio Peccei, Gaston Berger y Robert Jungk se plantean una cuestión simple pero de gran trascendencia: ¿cómo se puede evitar que algo como la Primera Guerra Mundial vuelva a pasar? Es esta inquietud compartida la que hará que estas personas entren en contacto. Con todo, y a pesar de que hay una sintonía absoluta respecto a lo que se persigue, existe menos consenso sobre cómo hay que hacerlo. Hay dos grandes planteamientos fundamentales, por un lado tenemos a Bertrand De Jouvenel, un hombre de inquietudes y saberes enciclopédicos que aboga por un acercamiento más intuitivo, en el que la investigación sobre el futuro se concibe más como un arte que una ciencia; su enfoque cristalizó en su obra magna El Arte de la Conjetura2 de 1964. La opción de De Jouvenel es coherente con su manera de concebir el mundo pero puede plantear problemas de aplicación para otras personas y, sobre todo, condena a la prospectiva al limbo académico. Con todo, la aportación de Bertrand De Jouvenel es profunda y ha pervivido gracias a Futuribles, la institución y la revista dedicadas al estudio del futuro que continúan siendo una referencia en este campo.

Gaston Berger, otro hombre de talentos e intereses muy diversos, formula otro planteamiento que, sin rechazar el enfoque probabilístico que se estaba desarrollando en Estados Unidos, incorpora y realza el elemento humano en la conformación de los futuros posibles. En efecto, Berger recoge la aportación americana, pero situando en un papel muy principal la investigación de las prioridades de los actores involucrados, entendiendo que la hipotética re-Page 214solución de los posibles (o previsibles) conflictos de intereses definirá qué futuro acabará ocurriendo. En 1957 Berger funda en París el grupo Centre International de Prospective que...

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