Prólogo de la edición impresa

AutorRamón Cotarelo - Javier Gil
Páginas32-64

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Entre los días 16 y 17 de junio de 2016 se celebraron las III Jornadas de Ciberpolítica, organizadas por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, con la colaboración del Instituto Nacional de Administración Pública y el Centro Asociado de la UNED de Madrid Escuelas Pías. Las dos jornadas anteriores fueron organizadas por el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la UNED con la colaboración de la Fundación Ortega y Gasset (2012) y el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (2013), y ambas dieron lugar a la publicación de sendos volúmenes.

El que ahora ve la luz recoge la mayoría de ponencias que se presentaron en la ocasión y que dieron lugar a unos intercambios de sumo interés en el encuentro, al que acudieron destacados exponentes de este nuevo territorio de la Ciencia Política, tanto en el ámbito académico como en el de la actividad práctica, así como de los medios de comunicación. En los dos días que duró el encuentro tuvimos ocasión de debatir los últimos desarrollos en este medio tan polifacético como cambiante y de comunicarnos experiencias que enriquecerán los posteriores trabajos e investigaciones de todos.

Hemos dividido el libro en cuatro apartados (política, economía y sociedad, perspectiva de género y comunicación política) para poner orden en un quehacer muy difícilmente clasificable por romper moldes admitidos, traspasar fronteras disciplinarias, y mezclar metodologías que habitualmente se aplican en contextos y paradigmas distintos. Sirva lo anterior a modo de

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disculpa si el resultado no satisface por entero a todo el mundo y a juicio de algún lector -incluso de algún participante no satisfecho por entero del lugar en que encuentre su aportación- tal o cual ponencia estaría más acomodada en un apartado o en otro. Lo hemos realizado atendiendo a los criterios prioritarios de pertinencia en el caso concreto y al equilibrio de carácter general.

La ciberpolítica es un campo de estudio nuevo. Todavía está batallando por su derecho al nombre. Los escépticos y quienes se resisten siempre a aceptar las innovaciones preguntan con razón qué aporta de nuevo a la política clásica, la política tradicional, este reciente compuesto, en qué innova lo "ciber" a la política. La respuesta no puede ser más simple: en nada. En cuanto a su contenido, la ciberpolítica es la misma política clásica que recibió su nombre en la Atenas de Pericles. Es el conocimiento de la vida colectiva en la polis (el ámbito territorial), la naturaleza y las formas de acción del demos (la población) y la lucha por o contra el cratos (el poder). En el fondo, los tres factores que determinan toda forma política, sea preestatal, estatal o postestatal. Porque la idea de que las sociedades sin Estado carecen de política no es defendible. Que haya obtenido el nombre en la así llamada "ciudad-Estado" no quiere decir que las sociedades anteriores la desconocieran. La criatura fue bautizada en la polis con el nombre de esta, pero había nacido mucho antes. Lo que diferencia el Estado de las formas anteriores es escasamente un par de matices respecto al territorio (su delimitación en una sociedad de Estados) y la conspicua teoría de la soberanía. Lo demás, es igual.

Obviamente, lo que distingue a la ciberpolítica de la política clásica no es el contenido sino la forma, los procedimientos, los medios. El objetivo sigue siendo el mismo: la lucha por el poder en un territorio determinado y sobre una determinada población que, a su vez, tiene o no una unidad de parecer. Lo

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que cambia son los instrumentos para conseguirlo. La ciberpolítica es la política articulada a través de las tecnologías de la información y la comunicación. Pero esta definición tampoco es suficiente. Hace ya más de cuarenta años que esta actividad acusó el impacto de las inmensas innovaciones tecnológicas que dieron en llamarse la "tercera revolución industrial" y que trató de entenderse en su día en sus peculiaridades con nuevas denominaciones como "sociedad postindustrial", "revolución científica y técnica", "sociedad tecnotrónica", etc. Sin embargo, estas determinaciones no afectaban al meollo de la política que, recuérdese, como decía Michel Foucault (1997), era la continuación de la guerra por otros medios. Se daba una clara conciencia de que las comunicaciones habían experimentado un gran salto cuantitativo; de que las relaciones sociales estaban sufriendo una acelerada mutación (cambio de modelo productivo, urbanización creciente, terciarización) sin que el estatuto de derechos y deberes de los ciudadanos experimentara un cambio sustancial, salvo el de una mayor ampliación de las oportunidades vitales, incluida la esperanza de vida; y de que el poder se había hecho más eficaz, más técnico (incluso se hablaba de la "tecnocracia"), pero no más abierto, democrático o transparente. Al contrario, la complejidad de la revolución tecnológica servía de justificante a la ruptura del tradicional equilibrio de poderes, dando primacía al ejecutivo, único al que se suponía competencia en los saberes técnicos que condicionan la legislación contemporánea. A todos los efectos, las relaciones entre los tres factores mencionados (territorio, población y poder) no sufrieron grandes alteraciones.

El rápido desarrollo de la cibernética (Wiener, 1988 [1944]) a partir de los años cuarenta fue un elemento esencial en esta expansión tecnológica, pues permitió generalizar su modelo básico, esto es, los mecanismos autorregulados, a todos los campos de la actividad humana. La cibernética

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transformó la sociedad en mayor medida que todos los inventos y avances anteriores. Desde los electrodomésticos (que vinieron a apoyar la secular lucha de las mujeres por su emancipación y a simplificar y agilizar la vida urbana) hasta las bombas "inteligentes" y los misiles que se autodirigen, no hubo campo del quehacer en que estos artilugios no se hicieran presentes. La cibernética daba cuenta igualmente de la teoría de la acción humana en todas las disciplinas sociales y cambiaba el paradigma sobre el que habían venido trabajando casi todas ellas, desde el funcionalismo (y el funcionalismo estructural) de los años cincuenta hasta la teoría general de sistemas a partir de los años setenta, cuando el mecanismo simple del estímulo-respuesta, típico del positivismo conductista, dio paso a la reacción dialéctica de los bucles de retroalimentación que permiten explicar algo más satisfactoriamente el dinamismo de los sistemas sociales en general y de los políticos en concreto (Easton, 1965).

Sin embargo, esta potencia explicativa de la cibernética no se expandiría a todos los ámbitos de las ciencias sociales y políticas porque todavía faltaba el concurso de una innovación que sacara el mayor provecho a aquella. La cibernética era un modo de entender el comportamiento de la realidad, pero esta seguía siendo básicamente la misma: un conjunto de intercambios materiales (de matriz predominantemente económica) sobre el que se erige un enorme edificio fenomenológico hecho de ideas, creencias, ideologías, justificaciones, normas y sublimaciones.

Sería necesario que apareciera un elemento que trastocara de tal modo las ideas recibidas sobre lo real que permitiera hablar de una nueva realidad. El surgimiento de Internet es ese elemento que permite postular una especie de desdoblamiento de lo real en dos mitades antagónicas aunque complementarias, como sucede siempre en toda dualidad: la realidad material y la virtual. La condición de indisolubilidad permite aprehender este nuevo

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mundo sin incurrir en simplificaciones. Es evidente que la realidad virtual que constituye Internet procede de la material en la que se sustenta y no podría negarla sin negarse a sí misma. Pero también lo es que, a su vez, se superpone a ella y la ha cambiado de un modo tan radical que hoy el mundo es inconcebible sin la ubicua presencia de la Red.

La invención de la imprenta fue el gran avance que ha transformado más radicalmente la realidad de la que había surgido. La imprenta difundió el conocimiento, lo cual hizo posible en cascada los fenómenos que nos han traído hasta aquí: el libre examen, el humanismo, la reforma, las luces y el positivismo decimonónico. Por supuesto, esta evolución espiritual no depende de una invención mecánica tan solo. Los chinos tenían imprentas de tipos móviles desde el siglo XI y su evolución cultural fue muy distinta, quizá por la lentitud de la impresión debido a la enorme cantidad de caracteres.

El mismo efecto que la imprenta de tipos móviles tiene hoy Internet. Pero multiplicado por una cantidad muy alta: la difusión. Durante la pasada era de predominio de los medios de comunicación convencionales, estos eran llamados de "masas" precisamente para hacer hincapié en su gran difusión, su universalización, cosa que permitió acuñar la celebérrima expresión de "la aldea global" (McLuhan, 1965). Y se trataba de tiradas de diarios medidas en cientos de miles, quizá millones; o de audiencias de radio y televisión también de millones, quizá, en algunos lugares de cientos de millones. Los usuarios de Internet se miden en miles de millones. La imprenta puso al alcance de todo el mundo los discursos configuradores de la realidad y su aprehensión fenoménica (desde las leyendas sobre la creación del hombre hasta el arte de navegar o los protocolos de las sociedades secretas), todo el mundo podía leer, tenía acceso a la palabra divina, los conjuros de los sacerdotes, los apotegmas de los sabios con los que se orientaba la convivencia colectiva real, o las críticas de los reformistas y revolucionarios con los que se

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pretendía cambiarla. Con Internet se actualiza y cumple la promesa de la imprenta en el sentido de la difusión cuantitativa de los mensajes y se entra en un terreno cualitativamente nuevo: todo ese mundo no solamente accede a la totalidad de los mensajes "sino que puede contestarlos", entablar un diálogo...

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