Prólogo

AutorArmando Zerolo Durán
Páginas11-13

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Chateaubriand es, políticamente hablando, uno de los grandes inclasificables de la época romántica. Como tantos otros en un siglo en el que la inestabilidad ponía a prueba las fidelidades, evolucionó políticamente, pasando de un marcado apoyo, a una viva hostilidad hacia Napoleón. Después pasó de un ultramonarquismo pronunciado, e incluso de una proximidad con la extrema derecha, a una benevolencia paternal hacia ciertos republicanos como Armand Carrel tras la caída de la Restauración en 1830. Pero, si es cierto que esas opciones sucesivas están marcadas por el oportunismo o por la vanidad herida, también lo es que testimonian una cultura de la oposición perseverante y que abren por algunos extremos la vía de Victor Hugo de Guernesey. Su rechazo más claro, e ideológicamente el más paradójico, fue el del régimen de Luis Felipe, el de esa monarquía de Julio que aborrecía, aunque el régimen orleanista pareciese concretar la «monarquía liberal», oxímoron del que Chateaubriand fue adalid en los años de 1820 para oponerse al conservadurismo estéril de un Villèle o, más tarde, a la ceguera retrógrada de un Polignac.

Allí donde el representante intelectual más eminente de la izquierda liberal, Benjamin Constant, se une sin gloria y sin entusiasmo al régimen de Julio como quince años antes

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lo había hecho con Napoleón durante los Cien Días, la gran figura de la derecha liberal, Chateaubriand, se mantiene firme en su rechazo de ceder al mediocre «sargento de pueblo» que es para él el rey de los franceses, Luis-Felipe. Lo prueba el que, según su punto de vista, la monarquía liberal que él desea es, bajo el reinado de Carlos X, cualquier cosa menos un término medio y más bien un centrismo de filisteos solemnes. Monarquía y liberalismo son, para él, el objeto de una doble pasión instintiva. Lleva cada una al paroxismo, sin moderar una en contacto con la otra, de modo que su conciliación se vuelve casi aporética.

Debido a que siempre conservó el espíritu «frondista» y exagerado típico de la nobleza del Antiguo Régimen, ese espíritu «ultra» pronto abandonado por Villèle y sus adeptos, y calumniado por todos los partidarios del término medio, Chateubriand siempre fue temido por todas las derechas que estuvieron en el gobierno, tanto antes como después de 1830.

¿Cómo se debe interpretar entonces ese complejo liberalismo de derechas del que Chateaubriand parece ser el heraldo al final de la Restauración francesa, después de haber oscilado...

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