Prologo

AutorLuís G. Soto
Páginas15-19

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Mi querido amigo Andrónico:

Me atrevo a molestar tu atención con motivo de la publicación de un nuevo libro sobre tu maestro Aristóteles. Supongo que te sorprenderá que más de dos mil años después sigamos prestándole atención: traduciéndolo, estudiándolo, discutiéndolo y escribiendo sobre él. Trataré, en esta carta, de ofrecerte alguna explicación plausible de esta persistente manía. Te informaré también sobre su autor y sobre las circunstancias de la obra escrita que ahora se publica. Me permitirás, ello no obstante, que también tenga algunas palabras sobre ti mismo ya que, al ser esta carta abierta, lo más probable es que sea leída por algún otro y no solo por ti o incluso, y dada la distancia que nos separa en el espacio y en el tiempo, no sería extraño que solo fuese leída, en el mejor de los casos, por algún otro y nunca por ti mismo.

Debo decirte que no eres excesivamente conocido entre nosotros. Los escolares, los bachilleres y los universitarios en general no suelen saber de ti, incluso aunque hayan estudiado humanidades o leyes, y me temo que solo los que han dedicado su atención de forma especial a la filosofía tienen noticias tuyas. Conviene, pues, recordar que fuiste tú el que por primera vez, hace ya dos mil y pico años, recopilaste, ordenaste y diste a la publicidad la extensa, profunda, a veces prolija y con frecuencia desordenada, obra de tu maestro Aristóteles. Digo «tu maestro» aunque sabemos que Aristóteles vivió en el siglo IV a. C. (entre el 384 y el 322, se suele decir) y tú lo hiciste a finales del siglo I a. C. Se dice, sin embargo, que fuiste tú el décimo director del Liceo y, por tanto, sucesor y seguidor de Aristóteles. Parece ser que hacia el año 70 a. C., más o menos, te trasladaste desde Atenas a Roma y que fue allí donde un tal Tyranión, bibliotecario, te entregó las obras de

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Aristóteles que Sila le había encomendado editar. Fue con este motivo, según se dice, que fuiste tú el que diste el nombre de «metafísica» a los catorce tratados que Aristóteles había dejado escritos con el título de «filosofía primera»; y he oído también decir que probablemente, al llamarla «metafísica», tú no tenías otra intención que indicar que esa obra venía colocada detrás de los ocho tratados de la «física». Sea como fuere, tu denominación ha permanecido vigorosamente vigente durante estos dos mil últimos años y ha generado más de un quebradero de cabeza y alguna que otra discusión airada entre los filósofos.

A principios del siglo pasado hubo un movimiento extenso contra lo que, por entonces, se entendía por «metafísica» lo cual, paradójicamente, se había alejado del realismo de tu maestro para convertirse en el núcleo de toda filosofía idealista. Un influyente filósofo sueco de principios del siglo XX, Axel Hägerström, encabezó la exposición de su filosofía con el lema «Praeterea censeo metaphysicam esse delendam» y puedo garantizarte que muchos pensaban por aquellos años que, en efecto, a la metafísica le quedaban pocos años de vida. Las cosas han cambiado mucho desde entonces y resulta que, al terminar el siglo XX, la metafísica parece haber renacido, no solo entre los cultivadores de la filosofía tradicional, sino incluso en el seno de los filósofos analíticos que parecían destinados a ser sus verdugos. Muchos dirían,...

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