Prólogo

AutorMaría del Mar Caraza Cristín
Páginas25-34

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Es algo muy normal y bastante comprensible que quien tome la pluma para prologar la tesis de un discípulo —o discípula, como ocurre en este caso— sienta la debilidad de cargar las tintas en su favor e incluso incurra en un cierto dolus bonus al airear las bondades de la obra, todo ello como fruto del afecto y de la alegría compartida ante el final exitoso del esfuerzo, ante el hecho ya palpable de que la obra fue por fin terminada quizá tras muchas trabajosas horas sufridas de consuno entre borradores que van y vuelven para ser aumentados o reducidos en ese bien conocido tejer y destejer… En fin, un proceso que por típico no precisa de mayor explicación y que puede resumirse con las últimas palabras del famoso soneto: «[…] quien lo probó, lo sabe».

Lo mejor que puedo decir de esta obra en cuanto a su proceso de elaboración —sobre su contenido algo diré más abajo— es que del cliché antes descrito muy poco es trasladable al presente caso, sencillamente y en primer lugar porque nada de cuanto diré seguidamente está adobado de exageración o halago gratuito. Por tanto, entiéndase que lo que va escrito a continuación no llevará como aditivo edulcorante alguno, pues estimo que, en este caso, una presentación sobria y a secas es precisamente lo que mejor hace justicia a la obra, o sea, lo que objetivamente sitúa las cosas en su sitio.

Tampoco es trasladable, sin más, la alusión a ese forcejeo durante el proceso de elaboración de la tesis, tan típico en otros casos. Es bien sabido que la dirección de una tesis puede ser un ejercicio grato y cómodo, en el buen entendido de que esa «comodidad» a la que ahora ni por asomo tiene nada que ver con el desinterés o la desidia de quien dirige; o por el contrario, puede deparar una experiencia nada deseable, cosa esta que simplemente la supongo pues por fortuna los hados me han protegido siempre de tener que beber de ese cáliz. Pues bien, sentado lo anterior, puedo afirmar con toda rotundidad que la dirección de la tesis doctoral de María del Mar Caraza Cristín ha sido una tarea no solo cómoda sino comodísima en grado sumo, y no desde luego porque haya

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existido distancia o desconexión por una parte u otra en la persecución del objetivo, pues no han sido escasos ni leves los aconteceres que han precedido a esta realidad que el lector tiene en sus manos, como en seguida aclararé, ni flaco tampoco el tiempo empleado en reflexionar y debatir conjuntamente tanto sobre los aspectos estructurales de la tesis, sus contenidos necesarios y los prescindibles y, desde luego, sobre los puntos cruciales en los que se encarna la tesis misma como lo que es y debe ser, una obra de pensamiento propio y de aportación de sugerencias y soluciones para el esclarecimiento y arreglo de problemas verdaderamente necesitados del auxilio del jurista científico. Dicho sea del modo más breve y claro: la tarea ha sido «cómoda» porque la autora es persona curtida en la tarea de investigar; su capacidad expositiva no puede ser más diáfana y correcta, está dotada de un sentido jurídico incuestionable y su abnegación ante el trabajo resiste toda prueba. Con estos mimbres bien se podrá entender que la tarea ha resultado fácil y muy gratificante.

Aunque el mérito que la obra tiene vale per se para acreditar la valía de su autora e invita, más que a mirar hacia atrás, a ilusionarse con lo que será capaz de hacer en el futuro, concurre en su caso un hecho tan singular y destacable que no me resisto al deseo de dejarlo plasmado aquí, ad perpetuam memoriam, aunque sea muy brevemente. Hace ya más de una década, la autora inició su andadura docente e investigadora. Más que «inició» podría decirse que «irrumpió» en el mundo de la investigación con sus tempranos trabajos e incluso la publicación de una monografía de la editorial Cívitas, auspiciada por la Cámara de Cuentas de Andalucía, por la que fue becada para la realización de un proyecto de investigación relativo al régimen jurídico administrativo de dicha institución. Coetáneamente, realizaba ya bajo mi dirección un proyecto de tesis doctoral bastante ambicioso que versaba sobre aspectos de la entonces aún reciente Ley de la Jurisdicción Contencioso Administrativa. Con tan prometedor comienzo, el futuro profesoral de María del Mar Caraza parecía más que asegurado. Pero en contra de lo que venía sucediendo desde siempre, al término de su inicial periodo como becaria, la Universidad dio por cortada la relación, no desde luego a la vista de su currículum, sino en aplicación de unas «ratios» y de otras cábalas formales absolutamente ciegas y faltas de toda sagacidad ante la calidad presente y el futuro que había de venir. Se cometió entonces el peor de los pecados que la Universidad puede cometer —lo digo en términos objetivos, haciendo abstracción de los factores económicos o de la logicidad de las fórmulas matemáticas que propiciaran entonces tan desastrosa «solución»—, como es la ruptura del tracto sucesivo, o sea, la pérdida del escalón generacional que permite la continuidad del flujo investigador entre maestros y discípulos, con resultados nefastos a medio y largo plazo; un resultado este que no es tan difícil de reconocer a la vista de la configuración que presentan hoy muchos departamentos universitarios donde en no pocos de ellos la base de la pirámide brilla por su ausencia, por no decir que tal pirámide ha quedado invertida.

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Aquel estropicio fue sufrido tanto por la autora de esta obra como por otro grupo de jóvenes y brillantes investigadores, cuya trayectoria universitaria quedó así abortada, viéndose obligados de improviso a buscar otros derroteros por donde buscarse la vida. Sufrí aquella situación con especial desazón pues me tocó «en suerte» digerir aquel trauma precisamente como director del departamento. Por fortuna, el devenir de la vida se encargó por sí solo de demostrar el desatino de aquella medida pues todos los afectados, al menos los del Departamento de Derecho Administrativo de quienes sí pude hacer seguimiento, encontraron las salidas que correspondían a su mucho talento. Señaladamente, la autora de la presente obra tuvo que aplicarse en hacer carrera en la función pública, hasta obtener la condición de titulada superior en la Junta de Andalucía. Y una vez superada aquella etapa y atendidas las vicisitudes propias de la vida personal y familiar decidió retomar aquel proyecto de tesis que había quedado en suspenso, un proyecto que se había engullido ya infinitas horas de trabajo. Pero llegamos a la conclusión, tras darle algunas vueltas al asunto, de que aquel tren ya había pasado y que lo más oportuno y refrescante era echar pelillos a la mar...

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