Prólogo

AutorEdgar Iván Colina Ramírez
Cargo del AutorDoctor en Derecho, Universidad de Sevilla
Páginas15-19

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Justiçia… es hábito del coraçón, el qual, guardando el provecho común, da a cada uno su dignidad

escribió Fray López Fernández de Minaya en su Espejo del alma, 261, en una honda cadena de pensamiento que remonta el vuelo primitivo hasta el magma retórico aglutinado tradicionalmente en torno a la figura (la idea misma) de Cicerón, que entra luego en un costado de la cultura europea por Isidoro de Sevilla, Del sumo bien, I, 27. ¿No era por en medio ese humus también una máxima elevada a principio sacrosanto del jurisconsulto romano en la voz crepuscular de Ulpiano cuando dejó escrito, en sus tria iuris praecepta, llegados a nosotros por el bies del Digesto justinianeo (que el propio Isidoro ignoró, en una preterición resonante de la que he tratado en otros días), honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere? (Ulp. 1 reg., D. 1, 1, 10, 1): «Vivir con honestidad, no perjudicar al otro, dar a cada uno lo suyo». Así cabe encontrarlo también, en el transcurso de los densos siglos intermedios, en el proemio de un clásico no menor pero tampoco demasiado frecuentado de nuestra literatura medieval, El Victorial, de Gutierre Díaz de Games, manantial auténtico de sabiduría, depósito de sedimentos seculares de una cultura a punto de alcanzar, avanzando el siglo XV, el esplendor de su hora máxima: «Justicia es ávito de la mente, proveimiento de razón, dar a cada uno lo que suyo es»1. No

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me atrevería a decir yo que sea ese un hábito de quien escribe estas líneas, porque eso han de decirlo o callarlo otros, aunque sí un propósito. Desde ese substrato, que es irrenunciable, imposible negarme aludiendo a razones de tiempo a la petición del doctor Iván Colina de prologar esta nueva monografía suya, pues el tiempo se encuentra bajo el tiempo; pues el tiempo es elástico en el alma del hombre; pues siempre hay tiempo cuando se busca el recodo en el camino, el alto en la carrera, el respiro en el cúmulo de las obligaciones que se asumen un día porque se quiso. Nunca un jurista de Roma halló motivo para rechazar la pretensión de una consulta en derecho por difícil de asumir que pudiese vérsela (cfr. de nuevo Cicerón, ahora en Pro Muren., 4, 9). ¿Cómo hacerlo para quien ha consagrado buena parte de su vida a estudiarlos y a admirar sus resortes, sus atisbos imperecederos, su modus vivendi? Tan solo desde una de esas contradicciones que ni siquiera salvaría el filtro poético de Vladimír Holan en atención a un fructífero posibilismo...

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