Prólogo

AutorRaúl C. Cancio Fernández
Páginas7-9

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Si hay un dato contrastable en la evolución del Derecho es el de su vocación de universalidad y su vinculación con la idea del proceso, de un sistema ritualizado con la finalidad de que las argumentaciones y pruebas sobre el caso se pueden hacer audibles y visibles para un hombre imparcial llamado Juez, que adoptará una decisión de obligado cumplimiento para los interesados en el litigio y, normalmente, para la sociedad en general.

La vocación de universalidad ha de entenderse en el sentido de que ningún fragmento de la vida y realidad social es susceptible de sustraerse ab initio al evento de ser sometido al dictamen del Derecho, a ser observado con el detalle y el peculiar enfoque con los que el Derecho valora los acontecimientos, lo que se ha hecho más evidente y cierto a partir del momento en que el sector público ha entrado plenamente en el ámbito de solvencia ante la ciudadanía que supuso su sumisión al Derecho, asumida en la dimensión procesal con la que ya los romanos asimilaron aquella palabra a la idea de acción: hoy en día no solamente las relaciones jurídicas privadas, sino también las públicas de dominio, sean de naturaleza administrativa o constitucional, se integran en el vasto mundo de lo judicial, de lo apto para que sus pendencias sean resueltas por la vía de un proceso, de forma que cualquier parcela de la realidad social se ha integrado en este refinado sistema de resolver racionalmente los conflictos, sin violencia entre los contendientes.

Es esta misma virtud de universalidad la que ha originado la parcelación del Derecho, su conocimiento y estudio por ramos y sectores, según la porción de realidad a disciplinar por el mismo, lo que a su vez ha determinado que con frecuencia el Juez, el órgano que debe de decir sobre su contenido la última palabra, la decisiva, lo sea solamente para una de dichas ramas o sectores.

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Es esta dialéctica –universalidad y parcelación– la que nos ofrece en este breve y sosegado texto al fino jurista Rául Cancio, que con técnica a la par dominica y franciscana, se sirve del rigor dominico de la lógica para alcanzar el iluminador fin franciscano de la clara y sencilla conclusión, siendo en todo caso su punto de apoyo la acreditada técnica procesal de que el primer paso para un óptimo desarrollo jurídico es un esclarecimiento preciso, perfectamente deslindado, de los hechos a enjuiciar.

Por eso nuestro bien jurista nos introduce de entrada en la fenomenología de los...

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