Prólogo

AutorLuis A. Anguita Villanueva
Páginas15-18

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Luis Anguita, autor del presente libro que de nuevo me honro en prologar, se encuentra entre los pocos profesores de Derecho civil que resultan capaces de agotar la primera edición de una sesuda monografía y, además, encuentran un editor que tiene la fundada esperanza de hacer lo propio con la segunda. Todo ello con un texto que trata nada más ni nada menos que del patrimonio cultural.

En esta segunda edición el autor, amén de ofrecer una revisión y puesta al día del texto anterior, aborda algunas cuestiones que sólo a unos pocos nos parecen capitales y preocupan continuadamente, a los más les basta y les sobra con escandalizarse con ocasión de un robo, exportación ilegal, deterioro o ruina —desgraciadamente dentro de este grupo figura con méritos propios la Administración central democrática, junto con las autonómicas, incluidas aquí aquellas que hacen de la historia baluarte esencial de su actuación política—, como es el caso de la desproporción entre medios y fines en la gestión tuitiva del patrimonio cultural conservado en manos de los particulares, puesto que su acción se suele limitar a generar cargas en nombre de la función social de la propiedad, como casi siempre citada en vano.

Es evidente, así lo pone de manifiesto el Dr. Anguita, que se da una grave indefinición sobre en qué consiste el interés general sobre el que gira el concepto de bienes del patrimonio cultural y a partir de esta indefinición se monta una política errática en todos los aspectos: el normativo y el de gestión. Además, con inevitable lógica no se prestan las debidas garantías de las que deberían de gozar los particulares propietarios plenos de tales bienes. Las administraciones, imitando un pensamiento clerical tiempo ha superado y próximo al marxismo de cafetería, consideran a los propietarios de tales bienes como si se tratasen de unos meros depositarios, cuando no de unos expoliadores de la riqueza nacional común, cuando han sido tales propietarios los únicos que han hecho algo para que a través de un dilatado tiempo hayan llegado a nosotros ese patrimonio. La política cultural no se ha ocupado de pro-mover una gestión satisfactoria del patrimonio, sino que su resultado ha venido siendo el de entorpecer la pacífica posesión de tales bienes, dada la falta

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de una política de verdadero fomento que debe acompañar a una política de limitaciones, prohibiciones y sanciones de dudosa constitucionalidad y ausencia de legitimación moral a la luz...

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