Prólogo

AutorLorenzo Morillas Cueva
Cargo del AutorCatedrático de Derecho Penal en la Universidad de Granada

Escribía el gran maestro de la paz MOHATMA GANDHI que «para una persona no violenta, todo el mundo es su familia». Revelador pensamiento que enfrenta violencia con familia, y hace de ésta centro referencial de paz, de tranquilidad, de seguridad en la confianza. Pero desafortunadamente no siempre es así. La familia en particular y el ámbito doméstico en general se pueden convertir, en determinadas situaciones, en gérmenes de violencia, en núcleos de actuaciones irracionales, conducentes al ultraje y a la humillación de los más débiles, a través de una absurda autoafirmación de fortaleza, generalmente por parte del varón, que confirma su irritante debilidad con el desprecio a sus más cercanos, apuntalando su dominio sobre convicciones de poder absolutamente despreciables, que, desgraciadamente, se encuentran, a veces, sustentadas en determinadas ideologías o amparadas por algunas religiones. Son insensatos, además de necios y delincuentes, los hombres a los que la maldita tradición de una absurda violencia -la familiar- termina por parecerles algo así como un derecho adquirido.

Junto a ellos, la víctimas. Siempre son las mismas: sensibles, débiles, especialmente vulnerables; las que encuentran mayores dificultades para su defensa, ahí radica parte de la deleznable cobardía del victimario. Mujer -cónyuge o pareja-, menor, -hijo propio o de la compañera, en ocasiones del compañero-, anciano, -abuelos o padres, en la mayoría de los casos también mujeres-, forman un intranquilizador catálogo de personas que ven como les cambian los papeles familiares predominantes en la sociedad al comprobar en sus propias carnes que lo que es, o debía ser, armonía y cariño en una estructura diseñada para eso, se les ha convertido en un infierno de odio y de barbarie.

Este tipo de violencia, que convenimos en llamar violencia doméstica, no es un fenómeno nuevo. Es una lacra permanente en la historia de la humanidad, donde ha tenido momentos de increíble intensidad. Hoy, en nuestro siglo XXI, es también una realidad social. Cierto es, y así hay que escribirlo, que la sensibilidad ciudadana es cada vez mayor frente a semejantes conductas, que los gobiernos procuran, no siempre con éxito, desarrollar políticas preventivas e, incluso, represivas para atenuar su impacto, que instituciones y grupos de todo tipo muestran su solidaridad y compromiso con las víctimas, y que cada vez son más los estudiosos que han dedicado tiempo y trabajo al tema, en la búsqueda de...

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