Progreso con 'raíces', con cara y ojos

AutorJuan José Ibarretxe Markuartu
CargoEx Lehendakari del Gobierno Vasco. Ex Vicelehendakari y Ex Consejero de Hacienda y Administraciones Públicas del Gobierno Vasco
Páginas19-35

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1. Introducción

Nuestro mundo es un mundo complejo. Estamos ante problemas complejos, cambios profundos, transformaciones masivas. Y, por tanto, ante soluciones complejas. En palabras de Edgar Morin, es preciso “gérer la complexité”1Y por si esto fuera poco, vivimos una profun-

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da crisis planetaria de características diferentes a todas las crisis que hayamos vivido hasta ahora. Porque esta crisis que, se presenta con un formato poliédrico, esto es, como crisis de los sistemas jurídico, político, económico, sociológico, medioambiental, cultural… es, ante todo, axiológica.

Habrá pocas cosas que requieran una reflexión tan permanente, profunda y global como la actual situación de crisis global, de desastre ético, que atraviesa el mundo y, como una parte de él -aunque no es seguramente la consecuencia más importante por más que nos afecte a nosotros- la crisis económica prolongada instalada en regiones tan importantes como EEUU, Japón o, sobre todo, la Unión Europea. Y por si esto no fuera suficiente estamos ante la desaceleración económica de zonas de amplio crecimiento previo y fuerte demanda como Brasil o China. Los BRICS, a donde todos miramos, tampoco parecen pasar por sus mejores momentos.

Prácticamente todo es incertidumbre. No tenemos un diagnóstico claro, no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa que diría Ortega y Gasset. Y yo me pregunto: ¿Cómo acertaremos en la terapia sino tenemos un diagnostico? Lo cierto es que prácticamente nada parece que vaya a ser mañana como lo es hoy. Los días transcurren sobre multitud de informaciones casi imposibles de digerir en su totalidad y amplitud, que ponen sobre la mesa nuevos problemas, nuevas incógnitas, cuando no reclaman decisiones difíciles de tomar porque las decisiones están rodeadas de más dudas que certezas. En estas coordenadas nada sería más negativo que querer retornar a “la situación anterior”, cuestión esta que tiene demasiados defensores en el mundo Occidental que añora con impaciencia “tiempos mejores”. Lo que ha de ser sucederá, pero será nuevo y diferente, y no será alumbrado por la nostalgia, sino por la tensión intelectual, la reflexión multidisciplinar -nada puede escapar al cuestionamiento racional- y la búsqueda de caminos, de espacios de encuentro, que permitan, porque ensanchan el conocimiento y la divulgación del pensamiento, ver que la luz que vemos a lo lejos es la salida del túnel y no un tren que viene de frente, tal y como decía nuestro genial vasco universal Jorge Oteiza.

En las tres últimas décadas del siglo XX, en la Sociedad Occidental, tomó carta de naturaleza la concepción neoliberal construida sobre los postulados de la Escuela de Chicago. Ahora, el neoliberalismo se encuentra en plena ofensiva planetaria. Se ha impuesto el mercado y, esto, en última instancia supone que, desplazado el individuo, cualquier justificación moral procede de una moral de medios, tiene un fundamento utilitarista y se identifica con el propio sistema del mercado2. Frente a esta realidad, denunciando al “homo aeconomicus” es preciso hoy reivindicar aquella ética para la que el sujeto es un fin en si mismo3. Debemos

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retornar del mercado totalizador a las prácticas económicas de fundamentación ética, conocedores como hoy somos que no hay proyecto económico sin proyecto de vida que tenga en cuenta lo humano en el sentido más amplio de la palabra. Y es que hoy, como dice Eduardo Galeano, “el desarrollo es un viaje con más náufragos que navegantes”4. Es la primera enseñanza de este “nuevo tiempo”, “un mercado sin valores es un rastro”, o si se quiere de mane-ra más cruda, utilizando las palabras recientes del Papa Francisco: “esa economía mata”5.

Ha quedado, por tanto, en evidencia el concepto de la “autorregulación” de F. Hayek6. Esta es la primera evidencia, pero no es la única.

Hoy sabemos que la Cultura, entendida como conjunto de comprensiones compartidas, y la formación permanente son “puentes de plata” entre la política, la economía y la vida. A finales de los años noventa, Baudrillard constataba que “lo universal ha tenido su oportunidad histórica. Sin embargo, confrontados hoy en día a un orden mundial sin alternativa, a una mundialización inapelable por un lado, y, por el otro, a la deriva o a la insurrección tenaz de las singularidades, los conceptos libertad, democracia y Derechos Humanos tienen una extrema palidez que corresponde con su condición de fantasmas de un universal desaparecido. Y resulta difícil imaginar que puedan renacer de sus cenizas por el simple juego de lo político, ya que éste también es víctima de la misma desregulación y no tiene más fundamento que el poder moral o intelectual”. A partir de esta constatación abría una puerta a la esperanza señalando que “sin embargo, la suerte no está echada, aunque nada funcione ya para los valores universales. Las bazas se han potenciado, y la mundialización no ha ganado anticipadamente. Frente a su poder disolvente y homogeneizador vemos levantarse por todas partes fuerzas heterogéneas, no solamente diferentes, sino antagónicas e irreductibles”7. En los últimos tiempos estamos siendo testigos y protagonistas de un cambio de paradigma en un mundo globalizado que, de nuevo, en aras de la universalización ha pretendido la uniformización8.

Se ha invertido mucho tiempo y esfuerzo en hacernos ver los beneficios y valores de la globalización. Hoy tenemos también la evidencia de que esto ha tratado de uniformizar la economía, las reglas de funcionamiento de los mercados y, en definitiva, la propia sociedad. Todo ello en favor de una cultura global que derramaría beneficios y riqueza por doquier. Incluso sin reparo alguno se negaba - y se niega- el diálogo multicultural. Las consecuencias

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de todo ello nos dejan igualmente evidencias: responsables de calificación que bendecían productos inseguros y con altos riesgos, gobiernos que miraban hacia otro lado, reguladores que no regulaban ni cumplían la labor para la que fueron elegidos... La quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre del 2008, banco de inversión que sobrevivió a la Guerra Civil de EE. UU. y a la Gran Depresión de los años treinta, fue el comienzo más sonoro de todo lo que ha venido después. El virus de los mercados sin reglas y sin controles traspasaron el Atlántico y Europa se sumió en el periodo de recesión más prolongado de su historia, en el que aún estamos.

Al respecto resultan clarificadoras, a la par que gratificantes y reparadoras, las pala-bras pronunciadas el pasado noviembre de 2014 por el Papa Francisco ante los representantes del Parlamento Europeo: “El lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la compone... En este sentido, considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las instituciones de la Unión si estas saben conjugar sabiamente el anhelado ideal de la unidad, con la diversidad propia de cada uno, valorando todas las tradiciones; tomando conciencia de su historia y de sus raíces”, para añadir dirigiéndose a los Europarlamentarios: “Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables”9.

Afortunadamente hay sociedades y personas que no están dispuestas a aceptar de forma pasiva todos estos cambios y transformaciones, asumiendo que debemos renunciar a lo que somos en favor de lo que lo global resulta ser. Entiéndase como conjunto de reglas y valores que acaban por condicionar las acciones que llevamos a cabo como personas y actores en la sociedad actual. En contra de todo eso, hay que reivindicar que hoy es lo local lo que encarna la esperanza real de que otro mundo es posible.

Hoy, en la “sociedad global” es “lo local” lo que encarna la esperanza real de que otro mundo es posible. Hemos pasado del “viejo” paradigma de “lo global anula lo local”, al “actual” paradigma: “local moves the world”. Desde hace algún tiempo se ha comenzado a no aceptar los procesos de transformación y de cambio de manera pasiva, se interviene en ellos10. No se acepta pasivamente, con toda la razón, que “la modernidad lleve marca del otro”11. Frente a la visión catastrofista de Immanuel Wallerstein acerca del individuo en la

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búsqueda de la identidad, “identidad en cuanto incrustada en un concepto huidizo llamado `cultura’ o, para ser más exactos, “culturas”12, hoy vivimos, como afirma F. J. Caballero Harriet, el “regreso a las culturas”13, no solo desde un punto de vista social y político, sino también desde un punto de vista económico. Esto es, “hacer lo que sabes hacer”, eso sí, incorporando nuevos conocimientos, nuevas tecnologías… empezando cada día, innovando, “innovando con valores”, “innovando con raíces”. Esta es, oponiendo noble resistencia al orden económico capitalista, al “cosmos capitalista” en Max Weber14, la nueva manera de entender el progreso15. El camino del futuro, por tanto, está en innovar con valores y sólo se puede innovar así manteniendo la ética de nuestras raíces. Es decir, saber llevar a cabo las cosas y cumplir nuestros compromisos desde los valores que nos aporta nuestra cultura propia.

Ahora también conocemos, mejor que nunca, en el escenario del entramado tejido multinacional empresarial, el valor estratégico que la industria “apegada al suelo”, la economía productiva autóctona, tienen para un país y para el bienestar futuro de sus gentes. Hoy hablamos de “mirar a la economía real” como la mejor receta para salir de la crisis y afrontar el futuro, cuando es evidente que los países de cultura “rentista”, no productiva, en los que se asentó la economía especulativa...

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