Crisis económica, cambio de paradigma tecnológico y consecuencias para el trabajo. Flexibilidad productiva y empleo precario. La precariedad laboral en España y su distribución por Comunidades Autónomas (excepto Ceuta y Melilla) (1987-2004)

AutorTomás Gutiérrez Barbarrusa
Páginas109-264

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1. Introducción: de la persistencia del desempleo al «pleno subempleo»

La explotación del trabajo asalariado es una característica distintiva del Modo de Producción Capitalista (MPC), pero esta forma de emplear la fuerza de trabajo no obedece a un patrón homogéneo y regular, sino que varía dentro de la evolución de dicho modo de producción a lo largo de su historia. Marx (1987: 425 y ss.) se refiere a ella mediante la extracción de la plusvalía absoluta y relativa durante la jornada de trabajo, y aunque la segunda se erige en la forma general, socialmente imperante, del proceso de producción, no siempre predomina sobre la otra en la misma proporción, pues depende del grado de desarrollo de las condiciones de producción. Tanto una como otra suponen la desvalorización de la fuerza de trabajo, pero mientras la absoluta implica la utilización de mecanismos que abaratan directamente el valor de aquélla (alargando la jornada laboral, eliminando tiempos muertos, disminuyendo o congelando los salarios, etc.); la relativa se obtiene indirectamente mediante el aumento de la productividad del trabajo y, por ende, reduciendo el valor de las mercancías que sirven a su vez para valorar la fuerza de trabajo. La historia del MPC es, principalmente, la historia de un proceso de maximización de la tasa de plusvalía relativa que se manifiesta en el crecimiento continuo de la productividad, pero dicho proceso se ve frenado de forma periódica como consecuencia de las crisis cíclicas que sufre este modo de producción26, en cuyo instante la proporción entre ambas se ve alterada y, al menos momentáneamente, la plusvalía absoluta adquiere un mayor peso relativo27.

Algo de esto ocurrió durante los años 1970 y 1980. La crisis de realización debida al desplome de la demanda provocó, por un lado, la completa reestructuración del modelo industrial que regía en Occidente desde la postguerra y, subsiguientemente, acarreó el paro masivo o la

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retirada definitiva de los mercados de trabajo, sobre todo, de los obreros especializados de las cadenas de montaje. Por otra parte, la incertidumbre generada condujo a nuevas modalidades de empleo, llamadas «atípicas», más vulnerables y precarias que la forma predominante con anterioridad a la crisis, denominada, en contraposición, «estándar». Así pues, hoy día, las expectativas sobre el empleo - de manera particular, en España -, penden de dos cuestiones puntuales: la persistencia del elevado desempleo y, correlativamente, la precariedad del empleo, reflejada en la segmentación creciente de los mercados de trabajo. Mientras que con la primera ya estamos familiarizados (de hecho, los barómetros de opinión del Centro de Investigaciones Sociológicas la han venido situando mensualmente como el problema social más importante desde hace décadas); a la segunda comenzamos a acostumbrarnos.

Desempleo y precariedad son, pues, dos fenómenos que en las actuales circunstancias se yuxtaponen28, pero, sin embargo, no tienen un origen común ni una misma naturaleza. Corresponden a dos modelos de acumulación diferentes, de tal forma que la segunda aumenta a costa de la disminución del primero (así se demuestra, como parece, en la tímida cesión de la histéresis29en el desempleo). Aunque hayan coincidido durante cierto tiempo, el alto desempleo persistente, así considerado, es efecto de la crisis de acumulación y depresión del modelo de desarrollo anterior (fordistakeynesiano), que comienza después de la Segunda Guerra Mundial; mientras que la precariedad progresa con la recuperación del actual (postfordista-neoliberal), desde los años 1980. Con ello, se confirma la compensación pronosticada por la teoría30, aunque en términos cualitativos supone sustituir gran parte del empleo destruido con anterioridad por una nueva suerte de subempleo31.

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Si es válida esta hipótesis, entonces ambos fenómenos pueden tratarse por separado ya que corresponden a dos horizontes temporales distintos y, a la vez, a dos marcos estructurales de referencia económica igualmente diferentes, aunque, sin duda, interrelacionados. Esta situación puede comprenderse como resultado de un lento ajuste dinámico de la economía hacia su «nivel de paro de cuasi equilibrio32» desde una senda de paro anterior más elevada. Pues, en términos agregados, simplificando mucho las cosas, la contracción de la demanda efectiva durante las décadas de los años 1970 y principios de los 1980 desplazó a la curva de demanda de trabajo hacia la izquierda generando desempleo clásico («exceso de oferta»). Posteriormente, el salario y el empleo se desplazaron hacia abajo a lo largo de la nueva curva de demanda, esto es, hacia un punto más cercano al cuasi equilibrio, y la tendencia ascendente de la oferta agregada de trabajo - sobre todo, por el aumento de la participación de las mujeres casadas en la población activa -, se contuvo introduciendo sistemas a gran escala de jubilación anticipada para los trabajadores. El abaratamiento de la fuerza de trabajo mediante la flexibilidad salarial y la precariedad laboral, como ocurrió a partir de los años 1980 - lo que suponía un mayor peso de la plusvalía absoluta respecto de la relativa y, por tanto, una merma en la productividad -, alteraba, así, la distribución del excedente en favor del capital33.

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2. Los antecedentes: crisis económica y persistencia del desempleo La controversia sobre el desempleo tecnológico
2.1. La crisis económica y el desempleo persistente

Es conocido que el elevado desempleo persistente comienza en todo el mundo industrializado desde la crisis de los años 1970. Hasta ese momento, el capitalismo había vivido una «Edad de Oro» (Marglin y Schor, 1990), período comprendido entre la última postguerra mundial y principios de los años 1970 que se caracterizaba por un crecimiento sostenido, no inflacionista, con elevadas tasas de productividad y pleno empleo. En los últimos tiempos, ha habido estudios que vuelven a entrever una senda de crecimiento similar (Miller, 1999), aunque no exentos de debate.

Cuando se habla de persistencia del desempleo quiere decirse que las tasas de paro tienden a estancarse en un determinado nivel («hipótesis de la histéresis»), mostrando, salvo en el caso de perturbaciones aleatorias, una persistencia acusada cuando ese estancamiento alcanza cotas excepcionalmente elevadas respecto de la considerada históricamente «normal» (cf. en Lindbeck, 1994: 19)34. Esto es lo que ocurrió a partir de los años 1970 en las economías capitalistas, con un elevado aumento en la tendencia de los niveles de desempleo. Desde entonces, el desempleo adquiere rasgos estructurales, pues los empleos perdidos en las recesiones no se recuperan en los momentos coyunturales de prosperidad, agudizándose dicha tendencia en la mayoría de los países de la Unión Europea en la década de 1990 (tabla 2.1).

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Tabla 2.1. Índice de desempleo promediado por países, diversos años (en porcentaje).

[VER PDF ADJUNTO]

Fte.: Carnoy, 2001: 45.

Aunque el comportamiento del desempleo varía entre los distintos países industrializados - el relativo deterioro que sufrió la pauta del empleo en Europa Occidental fue más profundo en comparación con Estados Unidos y Japón durante las décadas de 1970 y 198035-, existe concordancia en la experiencia común que sugiere que las causas del alto desempleo se encuentran en factores que afectan a aquellos países de manera parecida más que en sus circunstancias individuales, debido probablemente al carácter

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internacional de las perturbaciones macroeconómicas o a la similitud de las tendencias de las políticas económicas adoptadas.

La crisis a comienzos de los años 1970 se desencadenó sobre todo en el aparato productivo y estalló como una crisis de rentabilidad que se manifestó en la caída generalizada de la tasa de ganancia, lo que, a su vez, motivó una reducción de las inversiones productivas y descensos en el ritmo de crecimiento de la productividad (por ejemplo, Aglietta, 1979; Mandel, 1986; o Brenner, 1999). Sus efectos fueron la ralentización del crecimiento económico, la inflación y el alto desempleo («estanflación»), que se vieron agravados como consecuencia de las perturbaciones procedentes del alza de los precios del petróleo a lo largo de esa década. La OCDE estimó que el 20% de la pérdida del ingreso real en los países del área de la OCDE a mediados de los 1970 fue debida al efecto sobre el...

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