El problema de la nación y las nacionalidades ante lord acton

AutorManuel Moreno Alonso
Páginas531-543

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“La gran importancia de la nacionalidad en el

Estado se debe al hecho de que es la base de

la capacidad política. El carácter de una

Nación determina en gran medida la forma y

vitalidad del Estado. Ciertas costumbres

políticas e ideas pertenecen a determinadas

naciones y varían según el curso de la

historia nacional” (LORD ACTON).

Pocas veces una frase de una carta escrita a un editor ha tenido la trascendencia de la de Lord Acton, cuando sentenció de forma lapidaria que Power tends to corrupt, and absolute power corrupts absolutely”1. Aunque no demasiado amplia, la obra de Lord Acton (Nápoles, 1834-Baviera, 1902) fue extraordinariamente respetada en su tiempo. Ua vez que fue nombrado Regius Professor of Modern History de la Universidad de Cambridge, nombramiento promovido a instancias del Premier Lord Rosebery, su palabra adquirió un prestigio extraordinario2. Y lo mismo que se convirtió en un defensor de la libertad y en un clásico del Liberalismo3, po-

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dríamos decir de él que lo es del “Nacionalismo”, aunque en un sentido, crítico y negativo, bien diferente4.

Coetáneo de los movimientos nacionalistas unificadores de Alemania e Italia, Acton fue un espectador privilegiado del surgimiento del “Nacionalismo” y de la cuestión de las “Nacionalidades”, asunto al que dedicó uno de sus más brillantes Ensayos5, por más que apenas se haya tenido en cuenta con posterioridad6. Ensayo fundamental por cuanto en un momento álgido de la cuestión, Acton se pronunció abiertamente en contra de la “teoría nacional”, considerada por él como antiliberal, antidemocrática y antirrevolucionaria. “La teoría nacional –escribió– marca el fin de la doctrina revolucionaria y su lógico agotamiento”7.

Defensor acérrimo de la libertad, Acton vio en la “teoría nacional” y en la práctica del “nacionalismo” una amenaza agotadora contra el devenir de la propia historia de la humanidad. Estaba aún en sus comienzos, y Acton vio con preocupación y pesimismo la aparición de los Nacionalismos8. En el fondo temía que pudiera engañarse el pueblo y, como historiador, quiso actuar como un severo juez. No obstante lo cual, nunca quiso creer que el pueblo pudiera ser pervertido por la ignorancia. “Nunca pude constatar que al pueblo le pervirtiera la ignorancia”, escribió9.

Como ciudadano, espectador de los acontecimientos, pensador e historiador, Acton fue, por consiguiente, enemigo acérrimo de los Nacionalismos emergentes del siglo XIX que, con el tiempo, y particularmente después del siglo XX, se han convertido en la cuestión más importante de la historia con-

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temporánea10. Muerto en 1902, Acton llegó a decir a Mary Gladstone que “las guerras de conquista y engrandecimiento son a mis ojos, ni más ni menos, tan detestables como el asesinato”11. De haber vuelto como un observador inter-galáctico posterior, ¡qué hubiera dicho de la práctica y consecuencias de los nacionalismos en el siglo XX!

En sus juicios y aseveraciones, Acton actúa desde un rigorismo moral insobornable. Fue el primer pensador en darse cuenta de la peligrosidad de los Nacionalismos. Y como fue un fervoroso creyente en el progreso de la historia, pensó desde el principio que el Nacionalismo en nada incidiría beneficiosamente en esa dirección. Era un camino equivocado –en el que se agotaban las reservas– que no llevaba a ninguna parte. Acton pensaba por encima de todo que las ideas “son extraterritoriales y no pagan derechos de aduanas cuando pasan de un país a otro”12. Para él eran muy importantes los motivos morales. Razón por la cual no le gustaba ni la doctrina de los héroes ni la idea de la voluntad por encima de la ley. Para él no era la nación sino la libertad the highest political end. Frente a ello, el nacionalismo, y máxime el potencial revolucionario del nacionalismo, se presentaba como el mayor peligro para el progreso, la libertad y el futuro13.

Acton era un ciudadano del mundo. Nacido en Italia de padre inglés (su padre sirvió en la corte del rey de Nápoles Fernando IV), su madre era alemana. Antes de regresar a Inglaterra viajó intensamente por el continente, llegando a viajar incluso a los Estados Unidos. Poseía residencias en varios países de Europa, y su conocimiento profundo de la historia le impedía dar crédito a muchas de las fabulaciones del Nacionalismo rampante. Sencillamente, para él Liberalismo y Nacionalismo eran dos realidades incompatibles.

Para Acton, la nación era una ficción. Y la nueva teoría de la nacionalidad, iniciada con la Revolución francesa, constituía de por sí un craso error, que amenazaba a las minorías y a la libertad. De donde su condena al nacionalismo, revo-

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lucionario y democrático, de Mazzini o Cavour. Para el lord inglés, las diferencias nacionales son garantías de pluralismo y sirven de freno al poder absoluto, que tiende a adueñarse de todo absolutamente. La idea de Acton es clara, circunscribiéndola al mundo en general: “El curso de la civilización depende de la superación de la nacionalidad”14.

Acton aborrecerá al Nacionalismo emergente tanto como al Estado, que tiende a hacerse cada vez mayor y más poderoso hasta convertirse en un Estado absoluto, y corromperse, entonces, “absolutamente”. Cuando, en realidad, el Estado lo que debe es servir al hombre y a la sociedad, y no al revés. Su fin, por encima de todo, debe ser garantizar la libertad, educar a los súbditos para la libertad, proteger los derechos de los ciudadanos, e impedir la opresión del débil por el fuerte o de la minoría por la mayoría15.

El “agotamiento del nacionalismo” que Acton denuncia lo hace en su condición de moralista y de hombre cosmopolita, que, por encima de todo, defiende la libertad. Porque, en este sentido, Acton, al igual que otros pensadores británicos, siempre fue partidario de una apuesta empírica por la libertad muy diferente de la “especulativa y racionalista” del liberalismo continental16. Su conocimiento de la vida y de la obra de Burke, por ejemplo, lo puso de manifiesto con motivo de una reseña realizada sobre el personaje en 185817.

Desde su defensa a ultranza de la práctica de la libertad, Acton vio en el nacionalismo una grave amenaza para el futuro. Y, por supuesto, una falsificación, puramente ficticia, de la historia. Disintió profundamente de la defensa teórica del nacionalismo que John Stuart Mill hizo del nacionalismo en 1861 como una nueva fase del progreso de la libertad18. Para Acton la libertad era un fin en sí mismo y no un medio para otros fines.

En este sentido, la postura de Acton es de una gran originalidad, porque el nacionalismo no fue objeto de duras críticas por parte de los liberales de su

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tiempo19. E incluso sus teóricos son más tardíos. De 1882 es la famosa conferencia dada en la Sorbona por Renan sobre la cuestión de Qu’ est que c’est une nation? Lo que demuestra la prontitud con la que el inglés se percató de la importancia y de la trascendencia del asunto20. Antes que Renan, Acton demostró de forma fehaciente lo que el francés diría de forma taxativa: que “el error histórico era un factor esencial en la formación de una nación”21. El inglés vio un gran peligro en la previsible asociación entre la voluntad popular y el culto a un ente abstracto como la nación. De donde el agotamiento desde el principio del nacionalismo, tendente a ser destructivo y a acabar con la libertad. Podía acabar con la democracia, aquel “gigante moderno que se ha nutrido en muchos manantiales”. Y podía acabar con la tolerancia entre los hombres y entre los pueblos22.

En los últimos años de su vida, en su famosa lección inaugural en Cambridge sobre el estudio de la Historia, elevó a ésta por encima de cualquier otra instancia para desde ella juzgar cualquier teoría sobre el pasado. “El crítico –escribió– es aquel que cuando descubre una narración interesante empieza por desconfiar de ella”. Y añadía: “Al historiador ha de tratársele como a un testigo, no creyendo en su sinceridad hasta que ésta se haya comprobado”23.

Fue en la temprana fecha de 1862 cuando Acton se ocupó de forma monográfica del problema del Nacionalismo24. Y, para ello, prescindió de cualquier planteamiento filosófico. “El esquema de un filósofo –escribió– puede sólo dirigir una alianza de fanáticos, no de naciones”. Aun cuando, en un clima de opresión, podían muy bien producirse “estallidos violentos y repetidos” que, difícilmente, podían hacer que madurara “un proyecto o un plan de regeneración, a menos que una nueva idea de felicidad se una al sufrimiento del mal presente”25.

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Desde el punto de vista de la historia de la religión, Acton alude al estallido de determinados movimientos de carácter nacional entre los acaudillados en la Edad Media por John Wycliffe26en Inglaterra o Juan Hus27en Bohemia y la Revolución francesa. Sin olvidar, por supuesto, la revuelta de los Países Bajos contra los españoles o la Great Rebelion de Inglaterra28. Aunque, con anterioridad a la Revolución francesa, tales insurrecciones estuvieran provocadas por “males concretos”, y “justificadas por quejas muy definidas”, que encontraban su apelación en “los principios que todos los hombres reconocían”29. Pues, según Acton, aunque en algunas ocasiones se utilizaron nuevas teorías a favor de la lucha, “el gran argumento en contra de la tiranía fue la fidelidad a las anti-guas leyes”. Mientras que, a partir de la Revolución francesa se convirtió en un fenómeno perturbador “en todo el mundo civilizado”30.

Se trataba, según Acton, de “fuerzas espontáneas y agresivas que no necesitan profetas que las proclamen, ni héroes que la defiendan, son populares, irrazonables y casi irresistibles”31. El punto de partida de la nueva caja pandórica se encontraba desde luego en la Revolución, que “enseñó al pueblo a que viese sus propios deseos y necesidades como el criterio supremo de lo concreto”. Pues, según el inglés, las “rápidas variaciones en el poder” –desde el que cada partido solicitaba el favor de las masas como árbitro de su...

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