Los principales debates económicos nacidos en el Cádiz de 1812: deuda pública y comercio internacional

AutorJesús de la Iglesia
CargoUniversidad Complutense. Madrid
Páginas313-358

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I Introducción

Comenzado el siglo XIX se precipitaron en España los acontecimientos políticos. Napoleón enviaba sus tropas a la Península siguiendo su idea de expansión militar en el Continente; y la monarquía hispana abandonaba el trono y el poder en manos de unas instituciones políticas que previamente había vaciado de significado, por lo que tuvieron que crearse a sí mismas. La invasión napoleónica de 1808, y el posterior traslado del poder ejecutivo a la ciudad de Cádiz, sede de la Junta Suprema, propiciaron el nacimiento de un grupo relativamente homogéneo de pensadores -los liberales de Cádiz- cuya importancia fue decisiva para acelerar el avance de España hacia un régimen económico y político con mayor capacidad de respuesta ante las nuevas necesidades materiales e intelectuales del período histórico que habría de iniciarse tras la proclamación constitucional de 1812. Aunque es preciso reconocer que los economistas liberales gaditanos no crearon realmente ninguna corriente ideológica cuya paternidad pudiera serles adjudicada en exclusiva. Descendían de los ilustrados españoles -Campomanes, Jovellanos, Olavide- cuyas obras conocían perfectamente, y de los pensadores del clasicismo inglés y francés, lo que no quiere decir, se entiende, que no tuvieran ideas propias sobre el pensamiento teórico; cada uno de ellos, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, defendía unos postulados económicos personales que son los que les sirvieron de guía en su actividad política y propagandista.

El siglo XIX español comenzó verdaderamente en 1810, cuando se reunieron en Cádiz las Cortes Constituyentes. Y, salvo en el trienio 1820-1823, el tiempo se detuvo buscando un regreso al pasado; hasta 1833, fecha del definitivo impulso hacia la España moderna, cuando las ideas e intereses defendidos por los absolutistas tuvieron que afrontar la réplica de quienes volvían del exilio al que les condenó el monarca felón: de Francia e Inglaterra regresaron Vadillo, Flores Estrada, Mendizábal y otros antiguos doceañistas. Y con su regreso comenzaron a publicarse las obras de una serie de economistas que, enlazando con las ideas del Cádiz de 1812, insistieron en el replanteamiento de una política económica que se asentara en el desarrollo de dos libertades cuya práctica consideraban ineludible para avanzar hacia el progreso económico: la que se alcanzaría tras la el establecimiento de un nuevo sistema fiscal que

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sustituyera al del antiguo régimen, que se había mostrado incapaz para resolver los principales problemas hacendísticos del país; y la que se derivaría de la reducción de trabas al comercio internacional.

Y aunque en la segunda de estas cuestiones se debatió durante toda la centuria enfrentándose las posiciones de librecambistas frente a las defendidas por los proteccionistas, en lo que sí existía total acuerdo entre los economistas de la época era en la necesidad de implantar un nuevo sistema de ingresos del Estado que frenara drásticamente el continuo crecimiento de la deuda pública, cuya cuantía, sólo en el pago de intereses, era insostenible, imposibilitando que el Estado pudiera ejecutar cualquier política de gasto público entre las muchas que eran imprescindibles, como la modernización de las infraestructuras de transporte, del sistema educativo y de la judicatura, entre otras necesidades perentorias exigidas para la normal andadura del país, siendo especialmente preocupante la evolución de la deuda pública casi desde comienzos del siglo XVIII, como puede ser apreciado en el siguiente cuadro, en el que las cifras de la deuda están expresadas en reales.

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Fuente: Pito Pizarro (1840), pp. 84-94

Durante el período 1823-1933 (la denominada década ominosa posterior el trienio liberal) Luis López Ballesteros fue el encargado de las finanzas públicas, consiguiendo la reducción de la deuda del Estado a menos de tres cuartas partes de la que se encontró, "hazaña" de fácil explicación si se tiene en cuenta que apenas se invirtió durante esos años en ciertos capítulos que parecían imprescindibles desde la óptica de los liberales, además de retroceder en el proceso desamortizados emprendido en el trienio liberal. Veamos las opiniones de Pita Pizarro y Conte en relación con esa política fiscal.

Causaron inmediatamente la reamortización de los bienes eclesiásticos y vinculados, la renovación de privilegios y exenciones, el aumento de las ruinosas contribuciones sobre consumos, las prohibiciones y trabas en el

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comercio y la industria, la rigurosa exacción del diezmo y las franquicias y solicañas de un clero numerosísimo, triunfante e insaciables1.

El sistema planteado por el Sr. Ballesteros, si tal nombre merece su obra, no puede resistir el examen de una crítica detenida. No había gasto alguno productivo; nada se dedicaba al material de Guerra y Marina ni a las obras públicas; ninguna mejora se intentaba en el asiento de los impuestos, cuyos más pingües productos desparecían por los gastos crecidos de su administración; una contabilidad tan confusa y complicada como inútil; falta absoluta de unidad económica a la que se unía un sistema aduanero tan lejos de proporcionar, por lo absurdo de su organización, ventajas al Erario, como a la industria nacional, completaban el cuadro2.

A partir de 1833 fue necesario nuevamente recurrir a gastos extraordinarios como consecuencia de las guerras carlistas, primera preocupación de Mendizábal desde antes de tomar posesión como ministro de Hacienda, planteando la necesidad de proceder a la desamortización de las propiedades eclesiásticas con el objetivo de conseguir la imprescindible contrapartida de ingresos extraordinarios.

Todo esto nos indica claramente que en 1812, cuyo bicentenario celebramos ahora, eran bien conocidos los problemas de la economía española, que pasaba por un delicado momento de transición política desde lo que se ha venido en llamar el antiguo régimen hacia un sistema constitucional. Pero también nos indica esa sucinta relación histórica la imposibilidad de implantar un nuevo sistema político y económico en una situación dominada por dos invasiones extranjeras (Napoleón y los Cien Mil Hijos de San Luis) y por un rey felón que fue capaz de traicionar a su propia palabra en dos ocasiones.

Por eso, fue preciso esperar a la muerte de Fernando VII para intentar resolver la inviable situación económica dominante. Aunque también ese proceso iniciado en la regencia de Mª Cristina de Borbón, estuvo sembrado de dificultades: las guerras carlistas y la división y enfrentamiento entre liberales radicales y moderados.

Sirvan todas estas consideraciones como razones explicativas de nuestra exposición, que hemos comenzado en 1833 y no en 1812 por ser la primera

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de estas fechas cuando se inició un nuevo período histórico en el que pudo hacerse algo consistente respecto a los mencionados problemas de la deuda y del comercio exterior; problemas, repetimos, bien conocidos en 1812.

II El hacendista juan álvarez de mendizábal

Juan de Dios Álvarez Méndez nació en Cádiz el 25 de febrero de 1790, unos meses después de que, casualmente, la triunfante Revolución Francesa hubiese procedido a la confiscación de los bienes de la Iglesia para enfrentarse al pago de los intereses de la cuantiosa deuda pública heredada del anterior período de absolutismo monárquico, por lo que tuvieron que emitir obligaciones del Estado -los asignados- garantizados por los que fueron bienes de la Iglesia, de la corona y de la nobleza que emigró del país tras la toma de la Bastilla.

Los Álvarez Montañés, sin destacar entre los comerciantes más acaudalados de la ciudad, vivían con la suficiente holgura económica como para proporcionar a Juan de Dios unos estudios que, dado su entorno socio-económico, habrían de incidir particularmente en algunas disciplinas muy concretas: contabilidad, teneduría de libros, financiación y lenguas modernas.

La juventud de Mendizábal transcurrió traficando en el puerto de una ciudad abierta al comercio y a las ideas, lo que le obligaba forzosamente a respirar en un ambiente liberal. Hasta que en 1808, tras la invasión de las tropas napoleónicas, se alistara como voluntario en el ejército, donde, dirigiendo la intendencia militar, viviría experiencias nuevas que habrían de serle muy útiles en años posteriores. Formó parte del Ejército del Centro, cuya zona de operaciones comprendía la totalidad de La Mancha, y fue apresado en dos ocasiones por los franceses que, finalmente, le confinaron en La Alhambra de Granada donde, a la cabeza de un grupo de prisioneros, consiguió organizar una múltiple evasión que resultó totalmente exitosa3.

El caso es que en 1830 había conseguido suficiente solvencia económica como para obtener los recursos necesarios para financiar en París al Directorio provisional del levantamiento de España contra la tiranía4y, un año más tarde su capacidad financiera le permitió dirigir la operación que acabaría por instaurar a la reina constitucional María de la Gloria de Braganza en el trono

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de Portugal, país en el que ensayaría una drástica reforma del sistema fiscal que incluía la puesta en práctica de un proceso de desamortización de la tierra.

En 1833 moría Fernando VII y, tras la aprobación del Estatuto Real del 10 de abril de 1834, fue posible -aunque aún con dificultades5- la incorporación de los liberales a la actividad política...

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