El precio de las cosas PAC y las Pymes: el futuro que nos espera

AutorPuerto Solar Calvo
CargoJurista II.PP. Ministerio del Interior Especialista en Ordenamiento Jurídico UE UNED DA Derechos Fundamentales UAM LL. M Derecho Penal Europeo Ruprecht Karl Universität Heidelberg Licenciada en Derecho Económico Universidad Deusto
Páginas130-143

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1. - Introducción o de quién somos esclavos

La esclavitud como tal, esa que todo hemos definido y consensuado, desapareció hace muchos años, pero puesta cíclica y reiteradamente de moda, a raíz de las películas que llegan a la cartelera, conviene que nos preguntemos acerca de esas otras esclavitudes modernas, menos presentes, menos sutiles, pero que sin duda, también nos someten.2 ¿Qué es ser libre? Difícil, muy difícil contestar a esta pregunta. Filósofos y eruditos han tratado y buscado dar respuesta a la misma.3 No sólo tratando de definir lo que en sí puede ser la libertad, sino también y más importante, tratando de encontrar la manera de ser coherentes con las definiciones que de ello aportaban. Lo difícil no es hablar, ni siquiera escribir. Lo verdaderamente complicado es ejercer eso que hablamos y escribimos y ser coherentes con ello, ser personas de una sola pieza, no tener nada que ocultar ni, mucho mejor, ocultarnos.

Pero volvamos a hacer un intento por definir la libertad. Aunque sea desde una perspectiva más casera y del todo alejada de pretensiones históricas. La libertad, la primaria, la originaria, la verdaderamente básica viene de eso tan fundamental que a todos nos condiciona, eso del poder comer. Quien tiene qué comer, tiene libertad, o, al menos, una cierta parcela de libertad dentro de la que disfrutar. Cubiertas nuestras primeras necesidades es cuando nos surgen las posibilidades de actuación, de acierto y desacierto. Tenemos tiempo para dedicar a algo que no sea el tener que conseguir comida, el buscarnos el sustento. Y en sociedades como la nuestra, tenemos ya remanente de riqueza que cambiar por mero ocio.

Sin embargo, más importante que todo lo anterior, de esa suficiencia digestiva vienen otras libertades más relevantes que la de tener tiempo libre o la capacidad de adquirir bienes de necesidad secundaria. Tener el estómago lleno, nos permite ser libres a nivel de pensamiento. Aunque sólo, he ahí el truco de la cuestión, el ardid del planteamiento de quien se cree radicalmente libre, aunque sólo sea hasta el límite de que esa suficiencia digestiva vuelva a estar en riesgo.

Pues bien, en ese contexto, teniendo en cuenta la perspectiva expuesta y en paralelo a lo dicho antes al definir la libertad, la esclavitud primigenia, esa que decimos ser más propia de antes, esa que a todos nos parece superada, tiene mucho que ver con las necesidades más primarias, con eso de no tener el estómago lleno. Frente a ella, la esclavitud de ahora es una esclavitud derivada. Entonces, teniendo las primeras necesidades cubiertas ¿de dónde vienen nuestras esclavitudes?

Unas vienen de fuera. El sistema, la estructura, lo que unos u otros han ido construyendo para todos. Lo que unos pocos han determinado como válido. Lo que se impone o nos han impuesto. Pero no nos equivoquemos. Con lo anterior no quisiera inducir al error de considerar, o mejor, al error de que yo considere, que son sólo unos pocos los que mandan, que hay un club selecto que nos impone y dictamina en la sombra.4 Sí y no, o tan

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sólo en parte. Me explico. Por supuesto que hay clubes, grupos, lobbies de presión mediática o económica, o ambas a la vez, que vienen a decirnos lo que vale cada cosa en este mundo que vivimos, y, mucho peor, la viabilidad de lo que en cada momento pretendemos, el hasta dónde de la realidad de nuestros sueños. Pero lo anterior hasta cierto punto y hasta donde nosotros le dejemos.

Hasta cierto punto porque todos, incluso los más poderosos, los que desde la sombra, siempre desde la sombra, toman decisiones, todos estamos sometidos al caos, al devenir caótico que las normas de la física social imponen. Como fenómenos naturales imparables, la vida y sus acontecimientos, lo que nos pasa, también nos resulta en muchas ocasiones incontrolable por mucho que pretendamos y trabajemos constantemente en lo contrario.

Y hasta donde nosotros le dejemos, porque, sin pretender volver al renacer de David contra Goliat, sólo nosotros somos los soberanos de nuestra vida. Pretendemos iniciar movimientos sociales, siempre en grupo, siempre en la masa, buscamos el apoyo del otro o los otros en los que nosotros y nuestra propia actuación quede difuminada. Nos frustramos a menudo por sus nimios o mediatizados resultados. Sin embargo, no nos damos cuenta del poder que como individuos tenemos, lo irresponsables que somos al no ejercerlo y el sometimiento que todo ello entraña y que de ello mismo deriva. El poder que tenemos de actuar a nuestro antojo en el espacio que nos es propio, aunque sea tanto o más reducido que un cuadrado.

Ese es nuestro verdadero poder. Carecer del mismo o no ejercerlo, nuestra auténtica debilidad, y la llave, la clave de la que se aprovechan todos los que, dentro del caos, quieren, a cualquier nivel, manejarnos.

2. - La vida que llevamos; la vida que queremos llevar

Entonces, si somos en definitiva libres, o libres hasta cierto punto: ¿Por qué y de quién somos esclavos? Y más allá, preguntándonos por aquello en lo que lo anterior se traduce, ¿Qué nos impide llevar la vida que queremos y deseamos? ¿Nos damos cuenta de ello? ¿Somos conscientes de las consecuencias vitales en que las limitaciones que nos imponen o nos imponemos, se traducen?

Y así, buscando justificación para ello y de modo casi inevitable, volvemos de nuevo al principio, al sistema. Pero otra vez también, en el mismo sentido que antes, hemos de destacarnos a nosotros como foco principal del problema. Y es que si queda más o menos claro el porqué de que el sistema se imponga, no lo está tanto el porqué de lo que decíamos antes, el porqué de que con el potencial que tenemos, no nos atrevamos sin embargo a ser lo que queremos. Esto, aunque lo que queremos, aunque lo que deseemos, lo sea tan sólo dentro del marco más o menos amplio de posibilidades que el sistema nos permite y deja.

Otra vez, los mismos protagonistas acaparan la escena: el sistema y nosotros mismos. Pero actuando ahora con papeles distintos, o mejor, representando personajes con matices más ricos. Ello, porque el sistema no actúa sólo por sí mismo, sino que en tanto que bloque, estructura que todo lo abarca y, engrasada y preparada para ello, influye también en el segundo y tan importante factor, en la parte del juego de decisiones que tanto

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dependen de nosotros mismos. Es decir, el sistema no sólo nos impide como tal y por sí mismo hacer lo que queremos al imposibilitarlo, sino que, más allá, nos educa para dudar que sea posible aquello que podemos objetivamente hacer. Sin que nos demos cuenta, nos educa constante para hacernos sentir atados de pies y manos.

Si, como decíamos antes, la esclavitud primigenia viene de eso del no comer, de tener que buscarnos el sustento, la amenaza más potente contra nuestra libertad vendrá justo de ahí, del miedo a volver a ser lo que fuimos, seres dependientes de las más bajas pasiones de nuestro estómago y los estómagos de los que de nosotros dependen. Sin embargo, superada esta esclavitud surgen otras. Las esclavitudes derivadas de la satisfacción de la primera, las más propias de nuestra época, producto del efecto más sutil del sistema en que vivimos sobre nosotros mismos y nuestra más íntima capacidad de autonomía. Conceptos y sensaciones generadas y educadas que le hacen el trabajo sucio a la estructura que se nos impone, provocando que nos convenzamos de que el modo de vida que llevamos es el único posible.

Así, ambición, trabajo, prestigio y, por supuesto, entre las sensaciones, entre las emociones, el miedo. Y es que, muchas veces no será la realidad y sus imposiciones las que coarten nuestras actuaciones, sino la representación que de ella nos hagamos. Pues, qué pesa más, la realidad de una alta probabilidad de no tener comida o el miedo que nos amenaza con la remota y lejana probabilidad de no tenerla. Y si para la fuente primera de nuestras esclavitudes, las sensaciones, las emociones, la representación de realidades es importante, mucho más lo es para las restantes, reducidas en muchos casos a ellas.

Resultado de lo anterior, el trabajo, lo que hacemos, pocas veces responde a nuestras expectativas, pocas veces logramos hacer que se parezca a lo que de pequeños soñamos que debían ser nuestros trabajos. La ambición, el prestigio, lo que creemos que los demás esperan de nosotros, son todas sensaciones acumuladas, expandidas y consolidadas que hacen que acabemos nuestros días sin hacer lo que realmente queríamos hacer, lo que debíamos haber hecho, aquello con lo que más y mejor hubiéramos disfrutado. El sistema que nos hace entrar en una rueda que quizá no sea la nuestra, que no hubiéramos querido nunca que lo fuera. Y por supuesto, como todo en la vida, trabajo y vida personal se mezclan y van de suyo en un solo bloque de cemento. Difícil, muy difícil, que haya carreras disfrutadas, verdaderamente gozosas, en personas que han tenido que dejar por el camino más de un cadáver a las puertas de su casa. Y viceversa. Se complica la felicidad casera, cuando el que la intenta vive una situación laboral frustrante y amargada. Como niños que lo pasan mal en la escuela. En eso nos convertimos a veces de mayores.

El sistema que nos impide; el sistema que nos educa; y que no contento con eso, nos genera sensaciones que consolidan el comportamiento que propugna para cada momento. Y nosotros, nosotros que vivimos como sujetos pasivos que nunca encaran de frente al toro y que, como en las catástrofes naturales, nos dejamos llevar por la corriente de agua, a veces, incluso, placenteramente. Y nosotros, a...

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