Preámbulo. Razones y pretensiones de este estudio

AutorEugenia Torijano Pérez
Páginas13-25

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El estudio donde trabajo es una camera obscura. Pero ¿en qué consiste realmente mi trabajo?

En una larga espera inmóvil, en remover folios, en una paciente meditación, en la pasividad que no convencería a un juez de ansiosa mirada. Lentamente escribo, como si tuviera que vivir doscientos años. Busco imágenes inexistentes, y si existen están enrolladas y guardadas como la ropa de verano durante el invierno, cuando el frío corta los labios.

Adam Zagajewski, Deseo.

Las distintas circunstancias y carambolas de los días y sus noches han hecho que este trabajo culmine en 2018, año en el que precisamente esta Universidad, mi Universidad, festeja nada menos que 800 años de vida. De algunos de ellos podría decirse más bien que han sido de supervivencia: en tan largo tracto de tiempo se han sucedido etapas de claro esplendor y otras de más modesta existencia. Precisamente, a uno de estos episodios de supervivencia he dedicado buena parte de mis esfuerzos investigadores que quieren desembocar en esta publicación, sin que esto signifique que ponga un punto final a tal dedicación, pues a pesar de ser ambicioso el planteamiento que a continuación sigue, soy muy consciente de que no está completo. Es difícil agotar un tema de investigación histórica tan amplio.

He usurpado a sabiendas El estudio del poeta para que me ayude a explicar la labor del profesor universitario en su faceta de investigador, haciéndolo con una doble intención. La primera, para reivindicar el trabajo pausado y meditado de la investigación, tan poco valorado por las directrices que nos gobiernan y sin embargo, tan necesario para el avance del conocimiento. En él me escudo, pues este libro que ahora se publica no es otra cosa que el resultado de muchos años de investigación, que ha dado otros frutos también, y que obligatoriamente ha sido una investigación pausada y, en la medida

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de lo posible, reflexiva. Y la otra intención a la que aludía es la de justificar precisamente la labor de los que nos precedieron. Los profesores de las Facultades jurídicas que debieron adaptarse al nuevo sistema y a los que se les fue exigiendo, a lo largo del siglo XIX, esa labor de investigación, de elaboración doctrinal que en el ámbito del derecho debía hacerse en ocasiones ex novo, como es el caso del derecho administrativo o del derecho político, a la vez que debían compaginar leyes del pasado con una estructura social y política del presente, por lo que se requería una reconstrucción cargada, en el caso de nuestro siglo XIX, de una justificación ideológica del sistema1. Estos profesores, esqueleto de la institución, hubieron de asumir con celeridad a unos cambios acuciantes. Desaparecieron las formas antiguas de enseñanza, las que se basaban en la capacidad de analizar y resolver problemas, en el casuismo y en las discusiones dialécticas, para pasar a un sistema de lección magistral, esto es, basado en la explicación y acumulación de conocimientos, que ofrecía una visión completa de la asignatura, tras la que debía comprobarse su asimilación y aprendizaje mediante los exámenes. Este sistema, al que los profesores de los primeros años tuvieron que adaptarse, pues ellos habían sido formados en el anterior, favorecía cierta actitud pasiva del alumno que en España no se vio compensada por una enseñanza práctica ni por un incentivo a la investigación. Algunos de los profesores -y alumnos- lograron con éxito adaptarse al sistema, en otras ocasiones no ocurrió lo mismo.

Son estos profesores de la Universidad del siglo XIX el soporte de la misma, y los que fueron considerados por parte de la legislación como un bloque uniforme reunido en cuerpo de funcionarios. Recordemos que la universidad del antiguo régimen era un ser animado por su autonomía, que hacía que cada universidad fuera única2y que en el sistema liberal la universidad pasa a ser singular, esto es, una universidad con varias "sucursales", como la Administración misma del Estado: una central con sus ramas provincia-

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les. La Universidad Central de Madrid se convirtió en la Universidad por excelencia, su apellido lo indica: Central. El resto se hizo necesario para dar cobertura geográfica a la educación superior. Y todas esas Universidades pasaron a ser regidas por las mismas normas, por la misma disciplina donde no cabía la autonomía, donde se anulaba el ánima de cada una. Por ello, el enfoque del estudio pasa por analizar quién habitaba el cuerpo: los profe-sores como sostén de la institución y los alumnos como razón de ser de la misma. Es la historiografía prosopográfica que en el XIX cobra un interés especial precisamente por la uniformización de la organización estatal. Ese es el interés también del proyecto que ha tenido como objeto elaborar el Diccionario de catedráticos españoles de Derecho3, llevado a cabo por un grupo de investigadores, dirigido por Carlos Petit, que ha logrado el objetivo de individualizar y ensamblar a su vez la labor de todos y cada uno de los catedráticos de Derecho desde 1847 hasta casi un siglo después4. A este grupo me integré tras haber llevado a cabo una serie de iniciativas siempre al lado de los profesores Javier Infante y Salustiano de Dios, mis queridos maestros y también compañeros, a los que desde aquí les agradezco de nuevo su generosidad académica y les festejo en su dorada y merecida jubilación. Con ellos, junto a ellos, como decía, llevamos a cabo una serie de proyectos de investigación, en los que participaron además, y entre otros, mis también queridas compañeras de Área Paz Alonso y Pilar Arregui, y que se iniciaron con la celebración en 2003 de un congreso y la posterior edición de sus ponencias para el recuerdo de Francisco Tomás y Valiente, maestro de tres de los citados profesores salmantinos, que llevaba por título "El Derecho y los juristas en Salamanca". Este punto de partida nos llevó a solicitar sucesivos Proyectos de Investigación a la Junta de Castilla y León en torno a la dimensión de los estudios jurídicos en la Universidad de Salamanca. Fruto de estas experiencias fueron diversas reuniones científicas y sus correspondientes

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publicaciones en las que mi intervención se centró en el estudio del mundo jurídico que habitaba en la Salamanca del XIX5. Todo ese trabajo anterior viene ahora a confluir, como he venido anunciando, en esta más extensa investigación, que forma parte del Proyecto de Investigación financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad titulado "La memoria del jurista español: génesis y desarrollo de las disciplinas jurídicas".

Al mismo tiempo, con este volumen pretendo ir cumpliendo con las demandas que se han ido elevando acerca de las lagunas historiográficas de las Universidades contemporáneas. Una de estas voces es la de Mariano Peset, quien ha sido el gran impulsor de los estudios de esta institución en los siglos contemporáneos, dedicándole sus investigaciones así como creando una escuela de investigadores en torno a sí. Gracias a ese impulso, y al de otros muchos, hoy ya contamos con un significativo número de estudios sobre la Universidad española de los siglos XIX y XX, y, por lo que a nosotros nos concierne, de sus Facultades de Derecho6. Aunque faltaba la de Salamanca,

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pero Salamanca brilló en otra época, no en el XIX, y por ello entiendo que el investigador no haya sido atraído por una institución en declive de una provincia en declive. Sin embargo, precisamente la decadencia también ha se ser objeto de estudio para poder conocer así todo el pasado que nos informe del presente y sirva para construir el futuro. Reivindico de nuevo el conocimiento de nuestro pasado menos favorecido y en su indagación me doy cuenta de que no soy la única, el pasado nos da lecciones:

Mas no es nuestro propósito reseñar los grandes progresos realizados por las ciencias históricas en general, ni aun siquiera ocuparnos de la historia de nuestra insigne Universidad, (trabajo superior al esfuerzo de un solo individuo) que debe interesarnos en sumo grado y puede ser estudiada bajo múltiples aspectos; no solo en sus períodos de esplendor, cuando era consejera de los Reyes y de los Pontífices, gloria y ornato del Concilio de Trento, oráculo de la ciencia, dando maestros á otras Universidades nacionales y extranjeras; poderosa palanca del progreso de la literatura patria, que alcanzó el siglo de oro, del derecho, de la medicina y de las ciencias exactas y naturales, sino también en sus períodos de decadencia que, con algunos fugaces resplandores de reorganización y de gloria, han alcanzado hasta nuestros días, debiendo fijarse nuestra atención, en algunos hechos que, no por haber sido testigos presenciales de ellos, hemos de dejar pasar desapercibidos, máxime cuando por algunos escritores no se hace siempre á esta Universidad la justicia que merece. Nos referimos al corto espacio de diez años (1882-1892) en que dá esta insigne Escuela...

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