Postfacio. A la sombra de bartolomé de las casas: ser testigo en la globalización

AutorWayne Morrison
Páginas323-332

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...Desde entonces, en una hora incierta,

Esa agonía regresa,
Y hasta que se cuente mi relato atroz,
Arde este corazón dentro mío...
[La balada del Viejo Marinero, líneas 582-585, Coleridge (1912)]

El motivo figurativo de Criminología, civilización y nuevo orden mundial es La balada del Viejo Marinero, de Coleridge, donde el narrador aborda a uno de los invitados de una boda de regreso a Inglaterra (ver, por ejemplo, pp. 305 y ss.). Al soportar la carga de la complicidad, él está condenado a viajar «de territorio en territorio» para narrar su «atroz relato» a los poco acogedores oyentes. Ésta es una división vívida, existencial: la comodidad del espacio civilizado y la agonía de atestiguar la tragedia de la crueldad humana. La división de Criminología, civilización y nuevo orden mundial constituye una exclusión de doble cara: el genocidio (y otros «crímenes» del colonialismo) se excluyen de la corriente principal de la criminología, en tanto que la criminología (como el logos del delito y el derecho del sistema estatal para castigar) es la excluida en la respuesta al 11 de septiembre de 2001, en el cual el discurso de «guerra» y no de «delito» domina y se reclama como legal para librar una guerra contra los terroristas que no comparten los «valores civilizados» de Estados Unidos.

El contexto de la escritura y gran parte del material de Criminología, civilización y nuevo orden mundial es global: una conciencia existencial de que nuestros problemas son globales, pero una buena porción de nuestros recursos intelectuales y nuestra energía son locales. El texto puede parecer, de cierta manera, localizado en GB/EE.UU.; eso sería una lectura errónea. Sus preocupaciones están prefiguradas en los escritos y proyectos del dominico español Bartolomé de las Casas (ca. 1484-1566). Inicialmente como participante, y luego como testigo y paladín, De las Casas destacó la terrible disparidad entre el propósito establecido por la «conquista» española de las Américas —misionera y civilizadora— y la realidad de despiadada y brutal explotación. Su exclamación de que «todas las naciones del mundo son humanas y todas comparten la misma definición», y que lo que estaba sucediendo era «crimen» y «atrocidad», su escritura incansable con el objetivo de preservar la «verdad» (incluyendo su Historia de las Indias) además del destino de cierta parte de su trabajo, que iba a ser tergiversado y utilizado en una «guerra mediática» describiendo a los españoles como inherentemente crueles e ineptos para gobernar —la Leyenda Negra—, siguen viviendo en las preocupaciones del texto con la condición de la criminología en la globalización: aún estamos habitando, aunque con algunos detalles modificados, el modelo que De las Casas nos legó.

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El año 1492 fue trascendental en el proceso de globalización: Isabel y Fernando entraron en Granada para liberar a España del gobierno de los moros, y el 12 de octubre Colón avistó las Indias. Al año siguiente, Alejandro VI emitió bulas papales que definían los límites del dominio español, a la vez que imponía a la corona la obligación de asegurar que los aborígenes hallados en el Nuevo Mundo se convirtieran al cristianismo. Sin embargo, Latinoamérica se convirtió en un «territorio de guerra»; su cristianización «nació de la sangre y del fuego» (Chasteen 2001).

En 1493, Colón realizó una procesión triunfal en la ciudad natal de De las Casas, Sevilla, con alrededor de diez indígenas taínos capturados, vestidos con plumas nativas, espinas de pescados y ornamentos de oro. Un De las Casas de 8 años miraba con asombro, mas no con desprecio: «Los vi... cuando estaban cerca del Arco de San Nicolás, llamado el Arco de las Imágenes» (De las Casas, 1971, vol. I: 37); comprender el acto y la ontología de «ver» —y combatiendo el acto de ver solamente en términos de imágenes estereotípicas— iba a convertirse en su tarea epistemológica de adulto. En 1502, él navegó hacia las Indias con su padre, y se estableció en la isla de La Española (hoy en día Haití / República Dominicana) como mercader y encomendero (propietario de tierra y esclavos indígenas). En 1507, él regresó momentáneamente a Europa para ser ordenado en Roma y, en 1510, los frailes de la orden de los predicadores (dominicos) llegaron a la isla. Ellos condenaron la explotación encontrada y uno de ellos rehusó conceder la confesión a De las Casas, argumentando que éste poseía esclavos. Cuando De las Casas ofreció una justificación, la respuesta fue sucinta: «Por cierto, Padre, la verdad tiene muchos disfraces, pero también los tienen las mentiras» (De las Casas, 1971, vol. III: 208). Después de experimentar una profunda conversión de conciencia, en 1514, De las Casas comenzó, en cambio, a predicar y escribir denunciando que tanto la guerra como la esclavitud eran injustas e ilegales, y que los indígenas eran seres humanos de igual condición.

De las Casas es hoy en día reconocido como el padre del movimiento moderno de los derechos humanos; pero De las Casas no era de nuestra época. Si le hacemos justicia al considerarlo un humano que venció sus propios estereotipos, que llegó hasta el extremo de la condición humana y se esforzó por dar testimonio, debemos también apuntar que tanto el universo que él utilizó para trascender las disyunciones como la incoherencia intelectual que él halló, eran tomistas y escatológicas. Quedan lecciones al comprender sus creencias y para quienes él reclamaba justicia, contrastándolas con nuestra posición; él también estaba condenado al fracaso práctico. Epistemológicamente, él constituyó un punto de quiebre con el clasicismo: su arma contra los argumentos aristotélicos de Sepúlveda consistió en declarar la vieja idea de la naturaleza como una jerarquía de valores —con el fuerte con derecho a gobernar al débil, los hombres sobre las mujeres, los bellos sobre los feos— reemplazándola erróneamente por un nexo Creador-Creado. Él ansiaba que fuera posible crear un nuevo mundo cristiano, civilizado, y con la fuerza unificadora de la idea de nuestra similitud, de nuestra obvia heterogeneidad a través de la universalidad de la creación de Dios. Sin embargo, las fuerzas laicas del comercio, los beneficios económicos y el deseo de espectáculos de riqueza estaban haciendo decrecer el poder del papa y de la Iglesia y su arma práctica —sus instrucciones como obispo para que los sacerdotes rechazaran la absolución para aquellos que maltrataban a los indígenas no fueron seguidas, y mientras que él puede haber ayudado a desarrollar la ley y las instituciones que tenían como objetivo ayudar a los aborígenes, tales leyes se ignoraron y las instituciones demostraron ser ineficientes. Es más, su trabajo más «criminológico» —Brevísima relación de la des-

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trucción de las Indias— es una obra periodística, metodológicamente no rigurosa, y que no ofrece pruebas documentadas de sus reclamaciones. Esa obra aseguró su fama o su infamia durante los siguientes 500 años; originalmente una súplica a la corona, y luego a disposición del pueblo español, fue traducida a varios idiomas y, con horrendas ilustraciones (diseñadas por los hermanos De Bry), se convirtió en la piedra angular de la «leyenda negra» mediante la cual los publicistas ingleses y holandeses, los propagandistas y los protestantes achacaban a los cristianos y católicos ser portadores de una extrema crueldad y barbarie. El destino de la Brevísima relación constituye una vaga presencia dentro de Criminología, civilización y nuevo orden mundial, pues el enlace de De las Casas a través de Leopoldo II hasta el Congo actual es directo e irresistible (el...

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