Políticos decimonónicos rebeldes: condenados y no castigados

AutorPedro Ortego Gil
Páginas619-709
POLÍTICOS DECIMONÓNICOS REBELDES:
CONDENADOS Y NO CASTIGADOS
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El año 1866 presenció diferentes levantamientos, siendo el más sangriento de
ellos el acaecido en Madrid en el mes de junio1. No obstante, la situación política
venía siendo sobresaltada desde el año anterior y, por cercanía temporal, desde el
mes de enero de aquel año. Este levantamiento se enmarca en los numerosos pro-
nunciamientos decimonónicos2, con independencia de que presente características
1 Crónicas coetáneas a los acontecimientos, Eugenio García Ruiz, La Revolución en España: con
la historia de los movimientos de enero y junio de 1866 y el del mes de agosto último, París, 1867. Leopoldo
de Alba Salcedo, La revolución española en el siglo XIX, Madrid, 1869. Por ser uno de los personajes claves,
Carlos Rubio, Historia filosófica de la revolución española de 1868, Madrid, 1869, en particular el tomo I.
Manuel Henao Muñoz, Los Borbones ante la revolución, Madrid, 1869, en concreto su tomo III. El relato
de Emilio Castelar, Historia del movimiento republicano en Europa, Madrid, 1874, tomo II, pp. 5-47, inte-
resante por haber participado activamente en estos hechos. Antonio Pirala, Historia contemporánea. Anales
desde 1843 hasta la conclusión de la última guerra civil, Madrid, 1876, tomo III, p. 114-129, sobre los
“incidentes” del 22 de junio de 1866. Francisco de Leiva Muñoz, La batalla de Alcolea o memorias íntimas,
políticas y militares de la Revolución española de 1868, Madrid, 1879 (2 ed.), tomo I. Muy detallada es la
obra de Ricardo Muñiz, Apuntes sobre la Revolución de 1868, Madrid, 1884, tomo I.
2 Para la historiografía contemporánea y sin pretender ser exhaustivo, Guillermo C. Calleja
Leal, “Madrid: de la noche de San Daniel al cuartel de San Gil”, en Revista de Historia Militar, 90
(2001), pp. 107-186. Miguel Alonso Baquer, “El modelo español de pronunciamiento”, en Hispania,
142 (1979), pp. 337-378, y El modelo español de pronunciamiento, Madrid, Rialp, 1983. Daniel Hea-
drick, Ejército y política en España (1866-1898), Madrid, Tecnos, 1981, en particular el capítulo dedi-
cado a estos hechos. Véase también las consideraciones sobre militarismo en Rafael Núñez Florencio,
Militarismo y antimilitarismo en España (1888-1906), Madrid, CSIC, 1990, pp. 10-63. José Cepeda
Gómez, Los pronunciamientos en la España del siglo XIX, Madrid, Arco, 1999. Una aproximación a as-
pectos personales y económicos de los militares en Fernando Fernández Bastarreche, Sociología del Ejér-
cito español en el siglo XIX, Madrid, Fundación Juan March, 1978. Con una proyección esencialmente
jurídica, Nicolás García Rivas, La rebelión militar en Derecho penal. La conducta punible en el delito de
rebelión, Albacete, Universidad de Castilla-La Mancha, 1990, en particular las pp. 72-79. Para centrar la
crisis política, Rafael Olivar Bertrand, Así cayó Isabel II, Barcelona, Sarpe, 1995.
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propias. Al menos en su pretensión inicial, solo aspiraba a un cambio de ideología
en el seno del poder ejecutivo, aunque para otros tenía un alcance ulterior pues
afectaba a la propia reina3.
La conjunción de las intentonas fracasadas de 1865 y enero de 18664, la grave
situación económica de España5, las demandas insatisfechas de un grupo de subo-
ficiales del arma de Artillería o la falta de turno con los progresistas y demócratas,
todo aderezado por la experiencia de 1820, 1836, 1840, 1843, 1854 o 1856 por
solo citar las triunfantes, concurrieron al iniciarse el verano de 1866.
Dada la trayectoria española en todo tipo de levantamientos e insurrecciones
con la participación de militares y civiles –paisanos en la terminología gubernativa
y castrense–, no puede extrañar que las autoridades estuvieran alerta sobre tales ac-
tividades, con independencia de la circulación de rumores de todo tipo que mues-
tran una profunda desconfianza6. No obstante, el conocimiento gubernamental
3 “Aquellos deplorables sucesos se prestan a muy serias reflexiones. Se ha querido enlazarlos con
los que en setiembre de 1868 derribaron a doña Isabel II, y por sus tendencias y por sus actores son de todo
punto independientes unos de otros. La sublevación de los artilleros, acaecida en 22 de junio de 1866, era
progresista, o, por mejor decir, primista, y se dirigía contra la Unión liberal, sin tener ningún carácter anti-
dinástico, aunque tal vez lo hubiera tomado después si hubiese triunfado, porque el elemento republicano
se presentó en la lucha como auxiliar del progresista. El levantamiento de setiembre de 1868 era de origen
unionista, por no decir montpensierista, y tendía a derribar a doña Isabel II, como la derribó en efecto.
Los que triunfaron de la insurrección de 1866 fueron los insurrectos victoriosos de 1868, y, sin embargo
por la victoria ganada en 1868 se premia a los derrotados de 1866, que en nada contribuyeron a ella”, en
[Juan Martínez Villergas] Los partidos en camisa, complemento de los políticos en ídem, precedido de algunas
reminiscencias y generalidades a guía de prólogo, en que se presenta en paños menores a la filfa de setiembre, y se
levantan las enaguas, para que se le vea tan bien como se la siente, a la Interinidad, vulgo Primada, que hace tan
felices a todos los que no viven de ella, por el Jesuita de marras, Madrid, 1870, pp. 802-803.
4 Fernando Fernández de Córdova, Mis memorias íntimas, Madrid, 1886-1889, tomo III, p.
494. Pirala, Historia contemporánea, cit., III, p. 108, destaca que Aguirre, por el Partido progresista, y
Becerra, por el demócrata, recibieron instrucciones de Prim, dando “impulso y forma a los trabajos de
la conspiración, siendo poderosos los recursos que el progresista allegaba, y de poca importancia los que
tenía el demócrata”. Diferencia que otros autores dejan translucir.
5 Fernando Garrido, Historia del reinado del último Borbón, Barcelona, 1868; y La España
contemporánea: sus progresos y morales y materiales, Barcelona, 1865-1867, volúmenes que se centran
especialmente en aspectos sociales y económicos.
6 En La Época de 19 de junio leemos: “La prensa ministerial sigue publicando que se conspira
activamente, que los elementos revolucionarios apelan a todos sus recursos, a todos sus esfuerzos, para
volver a probar fortuna; que el gobierno lo sabe, y que cumpliendo con su deber, castigará a los revol-
tosos. Los hechos confirman en parte estas aseveraciones. Aunque de poca importancia, no pasa día en
que no se reciba 1a noticia de alguna turbación del orden público en puntos diversos de la Península, y
los rumores de trastornos más graves no cesan. Dícese que se ignora el paradero del general Prim; que
han desaparecido también de los puntos que les fueron señalados de cuartel un general y un brigadier,
y se citan otros signos bastante claros, de que los conspiradores no cesan de trabajar”. La víspera del
levantamiento corrió el siguiente rumor: “Han dicho a uno de nuestros colegas que en Madrid y en
otros puntos se ha establecido una policía secreta de mujeres que se ocupan en escuchar lo que hablan
los militares, en los cafés, en los teatros, paseos y corrillos. Si esto fuera cierto, vendría a demostrarnos el
porqué del empeño en que vistan de uniforme los señores jefes y oficiales, con algunas excepciones sin
embargo. ¡Qué cosas tan repugnantes!”, La Nación de 21 de junio. Curiosamente, una mujer permitió
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de las mismas pudiera ser real, y por tanto con posibilidades de cortarlas de raíz, o
bien, ante el desconocimiento de la sedición, trataran de justificar a posteriori tal
intuición apoyada en ciertas informaciones, llegadas incluso desde Francia7.
En cualquier caso, O’Donnell manifestaría ante el Congreso de los Diputados,
una vez fracasado el levantamiento político-militar y fuera cierto o no, tal conoci-
miento en los siguientes términos:
Hace mucho tiempo que el Gobierno tenía noticias de trabajos constantes que se em-
pleaban, no solamente para trastornar el orden público, sino para trastornar las bases
fundamentales de la sociedad y atacar lo que tanto queremos todos los españoles, el
Trono de nuestra Reina y su dinastía. El Gobierno seguía paso a paso estos trabajos;
pero encerrado dentro de la legalidad más estricta, por más que conocía a los conspira-
dores, como no tenía las pruebas materiales para poderlos llevar ante los tribunales, no
podía hacer otra cosa que lo que hacía8.
Tras el fracaso de mayo9, y antes de la tentativa del 19 de junio10, los políticos
que conspiraban advirtieron la impaciencia de los sargentos11, a los que “era me-
conocer a los políticos que tramaban el levantamiento el estado de ánimo de los sargentos según Pirala,
Historia contemporánea, cit., III, p. 107.
7 En La Correspondencia de 22 de junio se puede leer: “Háblase, dice La Época, de comunica-
ciones reservadas del gobierno francés denunciando proyectos adversos al orden público”.
8 Diarios de las sesiones de las Cortes. Congreso de los Diputados. Legislatura 1865/66, tomo V,
sesión de 25 de junio de 1866, pp. 2313-2314.
9 Alba, La revolución, cit., p. 146, declara que “con los sucesos de enero empezó a agitarse el
país y se trabajaba para realizar una verdadera revolución, que era inevitable en vista del estado de los
pueblos”. En este sentido, fue apuntado que: “La Junta señaló el 20 de mayo para que estallara en Ma-
drid el movimiento. Corrieron, en su consecuencia, las órdenes con la anticipación debida: en la tarde
de aquel día, los sargentos se reunieron en la calle de Jesús del Valle, y Chaves, después de convenirlo todo
con Moriones, salió, acompañando a los artilleros del Retiro, para concertar con ellos en el sitio de aquellas
inmediaciones donde debería él colocarse, a fin de confirmarles el mandato antes de amanecer”, según
Fernández de Córdova, Memorias, cit., III, p. 497. Muñiz, Apuntes, cit., pp. 133-134, da cuenta de la dela-
ción de un teniente y el conocimiento inmediato que tuvo O’Donnell, así como de una reunión en la que
estuvieron Aguirre, Sagasta, de Blas, Becerra, Moriones, el coronel Serrano, el cura Luis Alcalá Zamora, y
los tenientes Barbachano y Dávila. No obstante, el 2 de mayo parece que se había hecho un alarde con las
guarniciones de Madrid como demostración de fortaleza del Gobierno, Vicente Moreno de la Tejera, La
sangre de un héroe (22 de junio de 1866), Madrid, 1866, p. 182. Más datos sobre este movimiento frustrado
y el proyecto del 5 de junio, Pirala, Historia contemporánea, cit., III, pp. 112-114.
10 “Una nueva tentativa fracasó en Madrid el 19 de junio por una contraorden de la Junta,
que parece obedeció a una telegráfica de Prim, anunciando que él daría el grito, el 23, en las Provin-
cias Vascongadas, y que Madrid no debería contestar sino el 24. En virtud de esto salieron todos los
emisarios y algunos agentes a ocupar sus respectivos puestos. Lagunero y Escalante vinieron a Valla-
dolid desde París; Muñiz fue a Zamora y a Salamanca para tomar allí las últimas disposiciones, y D.
Manuel Ruiz Zorrilla partió también, con el intento de unirse a Prim en Hendaya, ultimándolo todo
en Burgos, Miranda y Vitoria, en tanto que el Gobierno, alarmado por nuevas, aunque muy vagas
confidencias, enviaba a Burgos al general Caballero de Rodas, disponía más cambios de guarniciones
entre Vitoria, Burgos y Valladolid, y el marqués de Alcañices, gobernador civil de Madrid, redoblaba
la vigilancia”, Fernández de Córdova, Memorias, cit., III, p. 499. De nuevo Muñiz, Apuntes, cit., p.
135-139, aporta más información, por ser un actor principal. Es posible que se hablara de la mañana
de san Juan, Moreno, La sangre, cit., p. 185.

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