La poliarquía europea y los valores del pluralismo constitucional

AutorDaniel Innerarity
Páginas73-78

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Cuanto más avanzado es un sistema y más democrática su cultura política, más indeterminada resulta la definición última del poder, la supremacía, la identificación de la responsabilidad, la centralidad que convierte todo en inteligible, la fuente originaria de la autoridad o como lo queramos denominar. Este asunto ha sido motivo de múltiples discusiones y se han ido declinando en torno a la disputa sobre la supremacía, el pluralismo constitucional o el control de democraticidad de las instituciones supranacionales. La Unión Europea es la polity en la cual se constata mejor esta ambivalencia porque se trata de la institución política más poliárquica del mundo. Esta idea de la Unión Europea como una poliarquía es lo que mejor resume, a mi juicio, sus valores y sus limitaciones en tanto que modelo de gobierno complejo, donde se combinan, con la correspondiente dificultad, unidad y diversidad. Si no fuera así, si el proyecto europeo se hubiera pretendido como homogeneidad y centralización, la Unión no habría podido avanzar en la integración, implicando en un proyecto común a sociedades tan diversas como sus intereses o trayectorias democráticas, que actúan unidas pero sin ser uno (Nicolaidïs 2013, 351); pero esta ausencia de un centro jerárquico también explica buena parte de sus retrocesos, las exasperantes posibilidades de veto y ralentización, en definitiva, las dificultades de cualquier proceso de integración que pretenda al mismo tiempo decidir conjuntamente y respetar la pluricentralidad del espacio político.

Desde el punto de vista de su ontología política la UE es una entidad política sin centro, una “comunidad política con diversos niveles de agregación” (Schmitter 2001). Las instituciones europeas están fuertemente interconectadas pero sin un claro orden jerárquico. El sistema combina principios supranacionales e intergubernamentales en una estructura multinivel y pluralista, más consensual y cooperativa que antagonista y jerárquica. No hay un “punto de Arquímedes” desde el que se despliegue toda la autoridad legal y política (Schütze 2012, 211). La UE plantea un desafiante cambio de paradigma frente al monismo legal y la lógica jerárquica que proceden de la tradición estato-céntrica. Las prácticas europeas de gobernanza son “heterárquicas”; la autoridad no está ni centralizada ni descentralizada sino compartida (Neyer 2003, 689). De ahí la profusión de expresiones como “gobernar sin gobierno” (Rosenau, Czempiel, Zürn),

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“derecho más allá del estado” (Volcanseck, Neyer), o “constitucionalización de la política internacional” (Stone) para tratar de identificar un modelo de gobernanza que relativiza el monopolio de la representación de los propios intereses en el contexto de complejas estructuras multi-nivel, en medio de redes transnacionales que se solapan sin formar estructuras jerárquicas que se asemejen a las estatales.

Esta circunstancia está en el origen de las quejas acerca de asuntos en apariencia tan diversos como su falta de inteligibilidad, su intransparencia, su difícil accountability o su débil liderazgo. En general, la política en sistemas compuestos, con separación de poderes, tiene poca transparencia, baja capacidad de “decision making” y accountability incierta. Una pluralidad de centros de decisión suele conducir a una atención pública dispersa. Es difícil no pagar con una cierta irresponsabilidad los poderes compartidos. Hay que considerar además “el problema de las muchas manos” (Bovens 1998, 45; Papadopoulos 2007, 473) y los inconvenientes que esto suele acarrear en términos de responsabilidad.

Detrás de esos déficits hay sin duda carencias que deben corregirse, pero también propiedades que, bajo un cierto punto de vista, pueden ser consideradas incluso como...

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