Pioneras del Trabajo Social: Pol

AutorGarc

Sumario. 1. Historia de las mujeres en las ciencias y sociología de género disciplinar. 2. El subtexto de género en la construcción de un relato histórico enfrentado. 3. Her-story: Estrategias y negociaciones de género de las pioneras del trabajo social. 4. Patriarcado académico y segregación sexual/disciplinar en Chicago. 5. Los centros sociales como cantera de científicas sociales. 6. Breckinridge y Abbott: la institucionalización del trabajo social y los "fantasmas del pasado sociológico". 7. Las grandes olvidadas en el relato: pioneras trabajadoras sociales afroamericanas. 8. Conclusiones.

[en] Pioneers of Social Work: Gender, racialization and knowledge policies in the discipline

  1. Historia de las mujeres en las ciencias y sociología de género disciplinar

    Recuperar a las pioneras del trabajo social es un ejercicio de justicia epistémica que, además, puede contribuir a repensar la identidad profesional de la disciplina. No es casual que aquellas disciplinas históricamente feminizadas (probablemente también ocurra con la enfermería) tengan problemas de identidad profesional, si sus miembros reniegan y desprecian un pasado histórico con nombres y contribuciones de "madres" que idearon y configuraron su disciplina (Miranda, 2015). La amenaza del "desprestigio de feminización" forma parte de la sociología de género de las profesiones, así como los esfuerzos por compensar vía conocimiento "técnico" y olvido histórico; también, su otra cara: la revalorización conforme se van masculinizando. Ha ocurrido también con otras disciplinas, como la psicología o la sociología, que se han esforzado en borrar de su legado a sus pioneras, revistiendo de ausencia lo que ha sido un ejercicio motivado de olvido e ignorancia.

    Como señala Nancy Tuana (2006), en una disciplina es tan importante lo que se conoce como lo que no, la producción de ignorancia. La ignorancia estructural respecto a mujeres o personas racializadas como sujetos de conocimiento científico (al tiempo que se las construye como objetos del mismo) ha tenido importantes consecuencias epistémicas (definir la objetividad como la subjetividad masculina, blanca, occidental) y políticas (el sexismo y el racismo teórico como justificación de políticas discriminatorias).

    Por su parte, la historiografía feminista nos ha enseñado que los proyectos compensatorios de recuperar nombres de grandes mujeres y sus contribuciones son insuficientes; tenemos que re-escribir la historia en "sus propios términos", her-story (Lerner, 1992). Frente al mito de la meritocracia científica, es necesario poner la historia en su contexto epistémico y social y analizar las experiencias y condiciones diferenciales por las que pasaron las pioneras por el hecho de ser mujeres, o ser mujeres negras (sin olvidar privilegios de clase). A lo largo de la historia de la ciencia, determinados colectivos han sido desacreditados como autoridades cognitivas, construidos como no conocedores, al tiempo que se ha invisibilizado su resistencia. Por eso es importante recuperar el legado de tradiciones olvidadas, ya sean "femeninas" o "racializadas" (curanderas, sanadoras, pero también, reformadoras sociales).

    En las ciencias sociales, las políticas de género han guiado las políticas de conocimiento: la exclusión de las mujeres del ámbito académico (con políticas universitarias que las prohibían estudiar o no las contrataban si lo hacían), las relegaba a espacios profesionales aplicados, desprestigiados por su feminización. Tanto la psicología como la sociología comparten una segregación sexual disciplinar: su cara teórica, masculinizada, y legitimada para formar parte de los manuales de historia; y su parte práctica o aplicada, feminizada y excluida del reconocimiento (Deegan, 2000; García-Dauder, 2005; Lengermann y Niebrugge-Brantley, 1998). Con el tiempo, y un mayor afianzamiento de las disciplinas, la revalorización de lo aplicado ha venido acompañada del marchamo de masculinidad.

    En psicología, la aplicación de test de inteligencia, una actividad desprestigiada por ser utilizada por mujeres en ámbitos educativos, se convirtió en lo "que colocó a la disciplina en el mapa de las ciencias", tras ser masivamente aplicados durante la primera guerra mundial por los psicólogos varones para seleccionar reclutas (García-Dauder, 2005). En sociología, la estadística, actividad desprestigiada por ser utilizada en sus orígenes por científicas sociales, se revalorizó conforme se tecnificó y masculinizó. En ambos casos, borrando el rastro histórico de su uso por pioneras. "Nada ilustra mejor la maleabilidad de los significados de género que la transición durante el pasado siglo de la asociación femenina con el trabajo estadístico al lenguaje de hoy sobre 'datos duros' y 'el dominio masculino de las ciencias duras'" (Gordon, 1995:171-172).

    Trabajar en ámbitos aplicados imponía la interdisciplinariedad y, con ello, un doble motivo de olvido, por no saber en qué nicho disciplinar ubicar y reconocer a estas mujeres o sus obras. Hull-House Maps and Papers puede ser considerado como un trabajo de ciencia social, de ciencia de reforma social o como precursor de la sociología moderna (Branco, 2015). Sea como fuere, no es casual que no esté presente en los manuales como hito en ciencias sociales, o que no se haya traducido al español como texto imprescindible. 2

  2. El subtexto de género en la construcción de un relato histórico enfrentado

    La institucionalización del trabajo social, en tanto profesión y disciplina con formación y corpus teórico propio, se produjo como otras ciencias a finales del S.XIX y comienzos del S.XX (principalmente en Inglaterra y Estados Unidos, pero no solo). El trabajo social se asentó en dos movimientos sociales que intentaron responder a los problemas sociales y urbanos de la sociedad industrial: las sociedades para la organización de la caridad (Charity Organization Societies, COS) y los centros sociales o asentamientos (settlements). Ambas concepciones, el enfoque psicosocial y el de reforma social (o enfoque sociopolítico), el case work y el social work, han estado representadas por sus dos pioneras más influyentes: Mary Richmond y Jane Addams.

    La construcción polarizada de ambas se ha utilizado en no pocas ocasiones como excusa para tomar distancia de una historia con "damas fundadoras". Addams, demasiado unida a la reforma social como para ser teórica social; Richmond, demasiado religiosa, para ser fundadora del trabajo social científico. Addams, poco técnica; Richmond, poco comprometida con lo político. De forma demasiado insistente, se han presentado como dos visiones antagónicas o irreconciliables, obviando la confluencia en ambas del trabajo social y la política social, donde se aúna lo personal, lo organizacional, lo comunitario y lo legislativo (Branco, 2015; Lima y Verde, 2013; Miranda, 2015).

    Richmond no solo actuó conforme a sus convicciones religiosas, también a partir de su elaboración científica, influida por el interaccionismo de George Mead y la idea del "yo ampliado" o "en situación". En sus propias palabras (Richmond, 1930), el diagnóstico social respondía más a una base sociológica que psicológica. A través de su trabajo en la Child Labour Campaign en Pensilvania, formuló el "ciclo de la reforma social" que unía en un doble círculo de ida y vuelta el trabajo de caso individual y familiar (la intervención directa "al por menor") con la reforma social (procesos legislativos y políticas públicas) y de nuevo a lo micro para asegurarse de su implementación eficaz: "la mejora de masas y la mejora individual son interdependientes (...), la reforma social y el trabajo social necesitan progresar juntos" (Richmond, 1917, p. 25). Por su parte, la propia Jane Addams fue presidenta de la National Conference of Charities and Corrections de 1909-1915.

    En definitiva, la historia del trabajo social es más compleja que el imaginario enfrentado entre dos mujeres, y no se puede permitir el lujo de avergonzarse de sus pioneras. La imposición cultural estadounidense también ha soslayado los antecedentes europeos de ambas: Toynbee Hall (1884), en Londres, Whitechapel, bajo la influencia de Samuel Barnett, y las primeras COS en Inglaterra (de 1870), extendiéndose a Estados Unidos posteriormente (Álvarez-Uría y Parra, 2014). No solo eso, en cierto modo se ha impuesto un relato de las pioneras del trabajo social como "sociólogas frustradas o desplazadas" (2), obviando otras narrativas de la relación entre la sociología y el trabajo social, dentro de las ciencias sociales, según los contextos: no es lo mismo EE UU, que Inglaterra, Alemania, Francia o España (o Chicago que otros Estados).

    Chambers (1986) ha señalado la particularidad del trabajo social, por la colaboración de varones y mujeres en una situación de relativa igualdad en el período de 1890-1920 (la llamada era progresista), y a diferencia de otras disciplinas como la psicología o la sociología (o incluso el magisterio o la enfermería, donde los puestos superiores estaban ocupados por varones). Según este autor, las pioneras trabajadoras sociales no solo ofrecían servicios, también lideraban investigaciones, escribían libros o artículos, dirigían departamentos o revistas, eran decanas de escuelas, presidían agencias sociales o gubernamentales o impulsaban cambios legislativos. En el contexto estadounidense, nombra a Ida Cannon, Mary Richmond, Zilpha Smith, en el trabajo social realizado desde la caridad y los hospitales; Jane Addams, Mary McDowell, Mary Simkhovitch, Lillian Wald, desde los centros sociales; Edith Abbott, Sophonisba Breckinridge, Mary Jarrett, Jessie Taft, en la formación académica; Lilian Brandt, Joanna Colcord, Josephine Goldmark, Alice Hamilton, Mary Van Kleeck, en investigación; Grace Abbott, Julia Lathrop, en administración pública; o Florence Kelley en agitación social y reforma.

    Sí llama la atención el esfuerzo, desde sus comienzos, por dejar constancia histórica de las pioneras: en 1928, Breckinridge...

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