Peligros y riesgos. La sensación de inseguridad ante el delito como metonimia

AutorJosé Ángel Brandariz García
Cargo del AutorUniversidad de A Coruña
Páginas75-106

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La inseguridad como campo se produce colonizando la vida social con instrumentos y criterios de seguridad

HUYSMANS (2006)

V 1. De peligros y riesgos

Una de las circunstancias que la literatura especializada ha señalado como condicionantes de la crisis del modelo punitivo reintegrador es el incremento de la delincuencia en una pluralidad de países durante las últimas décadas y, sobre todo, la conversión de la criminalidad en una experiencia relativamente cotidiana para amplios sectores de la población 1. Esa circunstancia ha infiuido en la emergencia de una sensación social de inseguridad ante el delito. Más allá de que el incremento de la criminalidad es una realidad que las evidencias estadísticas no permiten más que hipotizar, la consolidación de esa sensación social ha tenido una incidencia muy notable sobre el sistema penal, condicionando las demandas (de punitividad) que se le dirigen, determinando su creciente centralidad en el marco de las políticas públicas y acentuando la tensión permanente en que lo sitúa en la encrucijada entre libertad y seguridad 2.

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La problemática de la sensación social de inseguridad ante el delito remite a las ideas de peligro y riesgo, así como a la distancia que media entre ellas. No obstante, para comenzar a calibrar esa distancia, parece oportuno tener en cuenta que lo que ha incidido en las transformaciones del sistema penal es, tanto o más que la existencia de crecientes tasas de criminalidad, el asentamiento de una sensación social de inseguridad o de riesgo 3. En efecto, si bien la emergencia de la sensación social de inseguridad se deriva -en cierta medida- de una multiplicidad de factores objetivos de peligro, lo verdaderamente relevante, por lo menos a efectos político-criminales, no es la existencia de tales factores objetivos, sino su percepción subjetiva (colectiva) como riesgos 4.

Esta cuestión remite al intenso debate epistemológico sobre la naturaleza del riesgo y su distinción respecto del peligro 5.

Sin necesidad de terciar de forma detenida en esta discusión, no parece aventurado entender que el riesgo es la estimación de la probabilidad de la exposición a un peligro; por ello, no existe al margen de su propio conocimiento y percepción. En consecuencia, el riesgo no es algo estrictamente real u ontológico, sino una construcción social, mediada por consideracio-

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nes de semiótica cultural. De este modo, y aunque sea difícil que la percepción de un riesgo se afirme sin la existencia real de un peligro 6, el riesgo tiene autonomía y capacidad propia de determinación de las interpretaciones y comportamientos colectivos, como constructo cultural que es 7.

Esta diferenciación tiene extraordinaria relevancia sobre la Política criminal, que -como se ha apuntado reiteradamente- tiende a organizarse de forma creciente en función del concepto de riesgo. En particular, resulta significativo que en nuestras sociedades la percepción subjetiva de la inseguridad -esto es, el riesgo- no guarda proporción con la entidad objetiva de los peligros 8. Del mismo modo, a efectos político-criminales no puede sino partirse de la constatación de que el temor subjetivo al delito 9 (en ocasiones conjugado como verdadero

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pánico moral 10) no tiene correlación precisa con los índices efectivos de criminalidad o de victimización 11. Esa desconexión se manifiesta de forma especialmente evidente en dos planos:

  1. en el hecho de que las personas con mayor temor al delito suelen ser quienes menos posibilidades tienes de ser victimizados (pero más afectados se sienten por las mutaciones sociales) 12; b) en la fijación de ese temor no en el conjunto de la criminalidad, sino en los delitos violentos, contra las personas o patrimoniales 13.

Las razones de esa desproporción son de varios tipos, como seguramente puede deducirse de estas últimas consideraciones. No obstante, y sin posibilidad alguna de desarrollar el debate en unas breves páginas, en este texto pretende sugerirse una explicación -obviamente, parcial- de esa desconexión entre los peligros y los riesgos en materia delictiva. Se trata, por lo demás, de una explicación que puede construirse a partir de los saberes actuales en materia de riesgo. La cuestión reside en ver en qué medida, y por qué razones, los procesos culturales y semióticos que conforman y enfatizan determinados peligros como riesgos han contribuido a la hipervisibilización de la inseguridad ante el delito y a la hipersensibilidad colectiva ante la criminalidad. La idea central en este punto es la de metonimia o, si se quiere, de sinécdoque: los riesgos en materia delictiva aparecen sobredeterminados, en el sentido de que representan un conjunto mucho más amplio de inseguridades, incertidumbres y ansiedades sociales contemporáneas 14.

Dicho de otro modo, la criminalidad es un símbolo de conden-

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sación, una manera de registrar y hacer inteligibles mutaciones de la vida social y cultural que de otra forma serían de difícil comprensión 15.

Dejando por ahora en suspenso el desarrollo de esta idea, cabe reparar en una consecuencia relevante de la fractura entre peligros y riesgos en materia delictiva. Si la inseguridad se entiende, como parece procedente, desde una perspectiva constructivista y semiótica, hay buenas razones para entender que la Política criminal oficial ha de orientarse hacia el descenso de esa sensación social, limitando el temor a la criminalidad, tanto o más que hacia una mera prevención delictiva en sentido objetivo. De hecho, hay ciertas evidencias de que esa modificación utilitarista de la Política criminal es ya una realidad en diversos países 16. Como es obvio, ello conduce a una priorización del gobierno de las representaciones sociales, más que a una concentración de los recursos existentes en un combate al delito. Por lo demás, esa racionalidad utilitarista tiene especial sentido en un tiempo en el que las consideraciones económicas enfatizan la imposibilidad de perseguir la delincuencia en su conjunto, lo que conduce a activar mecanismos de selección en la lucha contra determinados grupos de delitos 17.

V 2. Un tiempo de inseguridades e incertidumbres

A la hora de comenzar a analizar la metonimia previamente mencionada, resulta necesario detenerse en la caracterización

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de las sociedades presentes como grupos humanos atravesados por elevados niveles de sensación social de inseguridad o de riesgo, lo que ha permitido a algunos autores hablar de la emergencia de una verdadera inseguridad ontológica 18. Como parece evidente, esta idea remite de inmediato al éxito alcanzado por la tesis de la sociedad del riesgo, de BECK (1998, 2002, 2008) 19.

Es muy probable que la tesis del sociólogo alemán haya per-dido pujanza a lo largo de la última década. De hecho, seguramente cabe estar de acuerdo con sus críticos, que destacan la selectividad con la que BECK opera en materia de riesgo, o su condición de gran narrativa, escasamente útil a la hora de caracterizar las actuales políticas de gobierno y control, no solo

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porque no constituyen objeto directo de sus teorías 20, sino también porque su noción unidimensional y generalizadora pierde de vista la complejidad y heterogeneidad de las dinámicas sociales y políticas organizadas en torno a una noción tan multifactorial como la de riesgo 21.

No obstante, sin necesidad de mantener esa exitosa tesis, hay motivos para caracterizar el tiempo presente como un momento de sensación de incertidumbre o de inseguridad ontológica, por una pluralidad de motivos 22. Una primera razón tiene que ver con las mutaciones del sistema económico, que inciden sobre las formas de inserción de los individuos en las relaciones productivas, así como en las posibilidades de derivar de ellas recursos para satisfacer sus necesidades básicas 23. Probablemente este conjunto de factores de riesgo de carácter socioeconómico pueden inscribirse en dos evoluciones capitales.

Por una parte, ese tipo de riesgos se deriva del declive del Estado del Bienestar, que ha restringido los mecanismos públicos de asistencia ante situaciones carenciales, obligando a los sujetos a procurar otros recursos de sostén, de forma señalada en sus correspondientes ámbitos privados o comunitarios. La evidente percepción de la exclusión, como riesgo constante de movilidad social descendente, determina que esa progresiva ausencia de cobertura pública de las situaciones carenciales, es decir, la necesidad de buscar soluciones individuales a problemas colectivos, sea experimentada con particular ansiedad 24.

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Por otra parte, estos factores de riesgo de carácter económico han de inscribirse en el marco del paso al modo de regulación postfordista. En el curso de ese proceso, las innovaciones tecnológicas incorporadas a los sistemas productivos, y la propia financiarización de la economía, han determinado la emergencia y consolidación de ciertos niveles de desempleo estructural, convirtiendo a la carencia de trabajo remunerado en un fenómeno permanentemente amenazante 25. Con todo, tal vez no sea éste el factor de riesgo principal que se deriva del tránsito al postfordismo 26. En efecto, como un fenómeno probable-mente más relevante que la consolidación de una cierta tasa estructural de desempleo, en el nuevo esquema productivo postfordista, de carácter altamente fiexibilizador, se difunde la precarización creciente, ante todo como experiencia de biografía laboral que pone término al empleo garantizado y con derechos de carácter perenne. Esa efectiva carencia de un empleo de calidad perpetuo, esa estable inestabilidad, produce una...

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