Pase Vd. para dentro

AutorSena Fernández, Francisco
Páginas103-112

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La mayoría de las personas que hemos viajado en tren hemos deseado alguna vez ir a la cabina del maquinista, pero esto no está permitido. En alguna que otra película y en algún que otro documental hemos visto esa cabina. Si se trataba de película, lo más probable es la acción que se desarrollaba iba de un delincuente que se apodera de la máquina y está a punto de organizar una catástrofe; o, lo que es peor: el maquinista ha sufrido un infarto o la máquina ha perdido los frenos, y, en ambos casos, el descarrilamiento está servido. Por tanto, el cine no nos sirve para conocer el corazón del tren. Los documentales son otra cosa. Unas veces nos enseñan el manejo de una máquina de vapor; otras, un tren que va por caminos imposibles de los Andes. Es decir, son trenes que no vamos a utilizar nunca. Lo que se suele ver con más frecuencia son los vagones de los pasajeros, ya sea del lujoso Orient Express, ya de un tercermundista ferrocarril de la India, que lleva viajeros hasta en el techo. Y en cuanto a la labor del que conduce el tren, del maquinista, otro tanto de lo mismo, pues se trata de una profesión misteriosa para la mayoría de los mortales, a la que la mayoría no sabemos cómo se accede y que, probablemente, se transmitirá de padres a hijos.

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Por si alguien siente curiosidad por conocer el Registro por dentro, aquí van estas líneas. Las páginas anteriores son la teoría del Registro y ya está bien de teoría. Veamos algo de práctica, aunque, como dije en el prólogo, la tarea cotidiana en esta oficina no da para una película de aventuras.

Lo primero que se encuentra uno al llegar suele ser un mostrador o una ventanilla. Con esto no se quiere poner un muro entre el público y el personal que trabaja dentro. El mostrador, que es lo más frecuente, sirve de sobra para que el público pregunte lo que quiere preguntar, deje los documentos que tenga que dejar o rellene algún impreso, si tiene que rellenarlo. Para esto basta con un empleado, que tiene conocimientos precisos para atender a cualquiera, y, si es necesario, llamará a otro más experto de los que trabajan dentro si es preciso aclarar alguna duda. Mien-tras, el resto del personal hace su trabajo, como en cualquier oficina, y sin que nadie le distraiga. La imagen del Registro depende mucho de la persona que atiende al público y los registradores, que no queremos problemas, procuramos que esta persona sea la más adecuada. En mi experiencia personal recuerdo a personas, como Nines, con una sonrisa y un tono de voz que encantaban a quien trataba con ella, o a Mario, con suficiente mano izquierda para que nadie se fuera disgustado del mostrador; también recuerdo a otras de las que prefiero no acordarme.

Pero el mostrador no es el muro de Berlín. Si alguien viene con algún problema más complejo

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de lo normal, no hay inconveniente en que pase adentro y lo trate con el empleado que, según su experiencia, puede ayudarle. Y si el problema es de mayor dificultad o, simplemente, el ciudadano quiere ir a la cabeza, el registrador está para atenderle: la ley prevé un turno de visitas de dos horas, pero fuera de ese horario, generalmente, los registradores atienden al que lo pide si no tienen otra cosa que hacer. Este servicio, en todo caso, es gratuito.

Si se pasa...

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