Partidos políticos e instituciones. Las transformaciones del principio de separación de poderes por la irrupción del «Estado de Partidos»
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CAPÍTULO II
PARTIDOS POLÍTICOS E INSTITUCIONES.
LAS TRANSFORMACIONES DEL PRINCIPIO
DE SEPARACIÓN DE PODERES
POR LA IRRUPCIÓN DEL «ESTADO DE PARTIDOS»
1. INTRODUCCIÓN: PARTIDOS «DE CUADROS», PARTIDOS
DE «MASAS» E INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS PARTIDOS.
NOTAS SOBRE UN PROCESO
El principio de separación de poderes y el control de las institucio-
nes sufrirá una transformación gradual y radical conforme se asiente el
Estado de partidos. Los partidos políticos en su acepción moderna son
jóvenes, más recientes incluso que el surgimiento del Estado Liberal,
aunque su existencia se condiciona, como presupuesto lógico, a la exis-
tencia de un sistema representativo y a la realización de unas elecciones
parlamentarias. Bajo esas premisas, hay que convenir con Triepel que
la aparición de los primeros partidos (aún en estado muy embrionario)
encuentra su caldo de cultivo en las propias revoluciones liberales 1.
En una obra publicada en 1951, Maurice Duverger detectaba perfec-
tamente ese giro copernicano en el modo y manera de entender el clá-
sico principio de separación de poderes, aunque no incidía —fruto del
momento en el que elaboró su teoría— en el crítico papel que también
tendrían los partidos sobre el propio control (o el desfallecimiento del
control) de las instituciones 2.
1 La Constitución y los partidos políticos, Madrid, Tecnos, 2015. Allí, por ejemplo, arma lo
siguiente: «De ahí que la historia de los partidos ingleses empiece con la época de la Gloriosa
Revolución, la historia de los partidos americanos con el surgimiento de la Constitución de
los Estados Unidos de América y la historia de los partidos continentales en Europa con las
formas constitucionales que tienen su origen en la Revolución francesa» (p.16).
2 Así se expresaba el autor francés: «El grado de separación de poderes depende mucho
más del sistema de partidos que de las disposiciones previstas por las Constituciones». Su
juicio era categórico: «Ejecutivo y Legislativo, Parlamento y Gobierno, son fachadas cons-
titucionales: solo el partido ejerce la realidad del poder» (Los partidos políticos, México, FCE,
134 Rafael Jiménez Asensio
Sin perjuicio de la transcendencia que el sistema de partidos tiene
sobre la aplicación efectiva del principio de separación de poderes, el
tratamiento de los partidos políticos que se lleva a cabo en estas pági-
nas pretende únicamente poner el acento en la estrecha relación entre
partidos e instituciones, hasta el punto de que sus líneas denitorias se
desdibujan y en no pocos casos los partidos se confunden con aquellas
en unos contextos que tienen diferentes matices, así como alcances muy
distintos.
Cuál seas la relación entre partidos e instituciones es una de las
claves que explican el mejor o peor rendimiento que ofrecen las insti-
tuciones en los sistemas democráticos actuales. Los partidos compiten
por gobernar las instituciones. Pero, una vez en ellas, sus conductas
son muy distintas dependiendo de la cultura institucional, el entorno
y, sobre todo, los sistemas de control que se hayan establecido (o des-
activado) en cada caso. Partidos e instituciones siempre han tenido una
relación compleja, que el curso de la historia ha ido corrigiendo en al-
gunos casos y fracasando en otros. Para tener una imagen cabal de este
problema es necesario echar la vista atrás.
Los partidos comienzan su andadura —como ya se ha dicho— con
la emergencia del Estado liberal. Primero en Inglaterra, luego en Esta-
dos Unidos y casi en paralelo en Francia; más tarde, en el resto del con-
tinente europeo. Los partidos, también se ha expuesto, «nacieron y se
desarrollaron al mismo tiempo que las elecciones y la representación» 3.
Sin embargo, esas iniciales fórmulas de partido distaban mucho de ase-
mejarse a los partidos actuales. Esos «partidos parlamentarios aristo-
cráticos», como expusiera Sartori, quedaban lejos aún de los partidos
modernos. No sin razón Duverger armó entonces que los partidos po-
líticos no tenían más de cien años, tesis que era igualmente compartida
por Triepel.
Pero los partidos, siquiera sea como incipientes organizaciones, ya
existieron en Inglaterra desde el siglo y después tomaron cuerpo
en Estados Unidos, para terminar recalando en Europa. Tocqueville,
tras su visita a Estados Unidos en las primeras décadas del siglo,
detectó como los partidos modernos estaban haciendo acto de presencia
en el país americano y sentenció —con excelente olfato que se antici-
paba a los acontecimientos venideros— que «los partidos son un mal
inherente a los gobiernos libres» 4. En todo caso, las fuertes restriccio-
1951, pp.419-420). Esa misma tesis la había esbozado anteriormente Heinrich T (La
Constitución y los partidos políticos, cit.), al demostrar la crisis de la representación y, por tanto,
del propio parlamentarismo en el período de Entreguerras, así como la completa disonancia
entre las previsiones constitucionales y la realidad: «No obstante —armaba—, signicaría
esconder la cabeza en la arena pretender negar que la realidad de la vida política no coincide
en todo con la imagen dibujada por el Derecho positivo. La verdad es que, de hecho, el go-
bierno del Estado está en manos, justamente, de los partidos políticos» (p.40).
3 M. D, Instituciones políticas y Derecho Constitucional, Barcelona, Ariel, 1980,
p.85.
4 Citado por G. S, Partidos y sistemas de partidos I, Alianza, 1980, p.51.
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